Gracias a todos los
que nos ayudan a crecer.

1. Síntesis de su vida y su trayectoria por Pablo Taboada

2. Acta de nacimiento de Carlos Gardés
Acta de reconocimiento de estado civil de Berthe Gardés
Árbol genealógico de la familia Gardés


3. Carlos Gardel y José Razzano en Toulouse
Aporte de Ángel Yonadi
 

4.Carlos Gardel en sus distintas etapas
Aporte de Betty

5. La última sonrisa de Gardel
Aporte de Betty

6. José María Aguilar - Un hombre que nos evoca a Gardel
Aporte de Jorge Finkielman


7. El monumento a Gardel será la expresión...
Aporte de Jorge Finkielman
 

8. Yo acompañé a Carlos Gardel por José M. Aguilar
Aporte de Jorge Finkielman

9. Gardel en Venezuela
Aporte de José Guerrero

10. Gardel en el País Vasco y Cantabria por el Profesor Osvaldo Mastrovito
11. Documentos personales de Carlos Gardel
12. Diarios y Revistas
13. "La muerte de Gardel" Revista Gente y la actualidad
Aporte de Osvaldo Serantes

14. Para las elegías, Gardel además de “El Zorzal” fue “El Jilguero” por Héctor Ángel Benedetti

15. Cédula de Extranjeros
Aporte de Juan Moreno Gómez


16. ¿Dónde nació Carlos Gardel? por Gerardo Bra
17. Andanzas de un morocho y argentino
Revista Siete Días - Junio de 1975



 
Síntesis de su vida y trayectoria
Carlos Gardel nació en la ciudad de Toulouse, Francia, el 11 de diciembre de 1890. Hijo de padre desconocido y Berta Gardés, quien le dio su apellido, fue bautizado Charles Romuald Gardés.
En 1893 su madre llegó a la Argentina con su pequeño hijo de poco más de dos años. Su infancia transcurrió en los alrededores del Mercado de Abasto, su barrio por adopción, a partir de ese momento nace "El Morocho del Abasto". Cursó sus estudios primarios en las escuelas San Carlos y San Estanislao y abandonó los mismos en el segundo año de secundaria, en 1906.
Su vocación era el canto y animado por el payador José Betinotti, quien lo bautizara "El Zorzal Criollo", comenzó a cantar en ruedas de comités (centros políticos) y fondas del Abasto.
Para la época del Centenario de la Revolución de Mayo (1910), era el número artístico del café O'Rondemann de los hermanos Traverso. En 1911 y junto a José Razzano, cantor del café El Pelado del barrio de Balvanera, forma el dúo Gardel-Razzano que marcará toda una etapa de su vida artística.
En 1912 se agrega al dúo el guitarrista y cantor Francisco Martino. Este trío participa en los Festivales de la Casa Suiza de la calle Rodríguez Peña 254.
Tiempo más tarde Gardel es convocado por la Casa Taggini para grabar sus primeros discos marca Columbia Record. En ese entonces, su repertorio no contenía tangos, sino canciones folklóricas.
En 1913 el trío se agranda y se convierte en cuarteto sumando al cantor Saúl Salinas y salen de gira por el interior de la provincia de Buenos Aires. Al alejarse el recién llegado Salinas siguieron bajo el rótulo de Terceto Nacional y en diciembre de 1913, se desvincula Martino, y queda conformado definitivamente el "Dúo Nacional Gardel Razzano".
En diciembre de ese año debutan en el prestigioso Cabaret y Restaurant "Armenonville", cantando canciones criollas.
El 8 de enero de 1914 el dúo debuta en el Teatro Nacional de Buenos Aires y a partir de entonces comienzan a cantar en todos los teatros porteños, haciendo giras a las principales ciudades argentinas, Rosario, Santa Fe y Córdoba.
En 1915 debutan en la República Oriental del Uruguay, en el Teatro Royal de Montevideo, ese mismo año, emprenden una gira al Brasil y en ese viaje Gardel conoce a su gran ídolo, el tenor italiano Enrico Caruso. A fines de 1915 Gardel sufre en un altercado un balazo en el pulmón que lo marginó un tiempo del canto. Esa bala la tendría alojada para toda la vida. En aquel entonces se suma al dúo el guitarrista José Ricardo, apodado El Negro. En 1916, ya reestablecido, reanuda junto a Razzano su temporada en Mar del Plata.
Al año siguiente decide cantar un tango en público, y así una noche en el Teatro Empire de Buenos Aires estrena "Mi noche triste" de Samuel Castriota y Pascual Contursi. A partir de entonces comenzará a incluir tangos a su repertorio.
El 9 de abril de 1917 la Casa Glücksmann los contrata para grabar. Es protagonista de un film mudo: "Flor de Durazno" y junto con Razzano inicia su primer gira a Chile. De 1918 a 1922 el dúo trabaja intensamente en teatros de Buenos Aires,Montevideo y todas las ciudades del interior de la República Argentina.
A partir de 1921 el dúo es acompañado por los guitarristas José Ricardo y Guillermo Desiderio Barbieri. Para 1923, y ya con Gardel metido de lleno en el tango, inicia con Razzano, junto a la Compañía Rivera-De Rosas, una gira por Mar del Plata, Montevideo, Brasil y España, debutando en el Teatro Apolo de Madrid.
En 1924 vuelve a Buenos Aires y canta por Radio LOW Gran Splendid y graba por vez primera acompañado por la orquesta de Francisco Canaro y un año después lo haría acompañado por la orquesta de Osvaldo Fresedo. En la ciudad santafesina de Rafaela el dúo canta por última vez.
Y es a partir de 1925 que Gardel se convierte en solista, viajando a España junto a la Compañía Rivera-De Rosas. Debuta el 5 de noviembre de 1925 en el Teatro Goya de Barcelona, donde graba sus primeros discos con el sistema eléctrico.
A su regreso a Buenos Aires, hace su primer toma eléctrica en el país -el 8 de noviembre- cantando el pasodoble "Puñadito de sal".
En noviembre de 1927 viaja nuevamente a España y en enero del año siguiente canta en Radio Catalana y vuelve a grabar en Barcelona para luego recorrer toda España.
A mediados del año 1928 vuelve a Buenos Aires, sumándose a su conjunto acompañante el guitarrista uruguayo José María Aguilar.
Tras un breve paso por Buenos Aires y Montevideo viajan a Francia y debutan en el teatro Fémina de París el 30 de septiembre de 1928. En octubre debuta en el cabaret Florida de París, con formidable éxito y además graba discos. En enero de 1929 realiza una breve tournee por Italia y el 5 de febrero ya de vuelta en Francia, actúa en la Opera de París, viajando luego a la Costa Azul donde triunfa rotundamente.
En marzo regresa a París y debuta en el Teatro Empire, dejando algunas grabaciones, luego viaja a España donde actúa en el Principal Palace de Barcelona y en el Teatro Avenida de Madrid, ciudad donde se desvincula del conjunto el guitarrista José Ricardo. A mediados de 1929, regresa a Buenos Aires lleno de gloria junto a Barbieri y Aguilar. Su éxito se desdobla en ambas orillas del Río de la Plata, graba discos y, en 1930, filma sus famosos cortometrajes sonoros.
En 1930 realiza un nuevo viaje a Francia actuando en el Empire de París y al año siguiente en el Palacio del Mediterráneo de Niza, junto a las guitarras de Barbieri y Riverol, sin Aguilar que había regresado a Buenos Aires.
En marzo vuelve al Empire de París y luego pasa al Palace de París donde está varios meses.
Filma en Joinville,para la Paramount francesa la película "Luces de Buenos Aires". Retorna a Sudamérica y tras breve paso por Buenos Aires y Montevideo parte otra vez a Europa sin sus guitarristas.
Entre fines de 1931 y agosto de 1932 Gardel realiza giras por la Costa Azul, Italia, Londres, París, Viena, Berlín y Barcelona.
Entre septiembre y noviembre filma para la Paramount francesa "Esperame" y junto a Imperio Argentina "La casa es seria" y "Melodía de arrabal". Para estas películas comenzó a trabajar, junto a Gardel, Alfredo Le Pera y nacen sus primeros tangos juntos: "Melodía de arrabal", "Silencio", "Me da pena confesarlo", etcétera.
En 1933 vuelven a Buenos Aires y su conjunto de guitarras estaba integrado por Barbieri, Riverol, Vivas y Pettorossi, trabajan en Montevideo y en el interior de la Argentina y del Uruguay. Esta será la última vez que su público lo vería.
Su última grabación en Buenos Aires fue el 6 de noviembre de 1933 cuando registra "Madame Ivonne" de Eduardo Pereyra y Enrique Cadícamo.
El 7 de noviembre se va para siempre. Nuevamente a Europa, donde tras un breve paso por Barcelona y París viaja a los Estados Unidos, para debutar en la cadena de radio más importante del mundo, la NBC de Nueva York, el 31 de diciembre del mismo año. En 1934 con la colaboración de Alfredo Le Pera, en los argumentos, Gardel filma "Cuesta abajo", "Mi Buenos Aires querido" y "Tango en Broadway",
para la Paramount de Nueva York.
Tras un breve viaje a Francia, a fines de 1934 vuelve a actuar en la NBC y a filmar, participando en el musical de la Paramount "Cazadores de estrellas" junto a Bing Crosby, Richard Tauber y Ray Noble entre otros grandes.
Entre enero y febrero de 1935 filma "El día que me quieras" y "Tango Bar" donde canta sus éxitos más recordados.
En abril, Gardel decide emprender una gira por Puerto Rico, Venezuela, Aruba, Curaçao, Colombia, Panamá, Cuba y México, pero el destino impidió que ésta se completara por el trágico accidente aéreo de Medellín que terminó con su vida el 24 de junio de 1935.

Pablo Taboada

 
Berthe Gardés

Gardel niño

Gardel niño

Cantando en la NBC

José Razzano

Alfredo Lepera

Con Irineo Leguisamo

 

   
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Acta de nacimiento de Carlos Gardel

Acta de reconocimiento de Estado Civil por parte de Berthe Gardés

Árbol genealógico de la familia Gardés

Fuente: Gardel et Toulouse

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Carlos Gardel y José Razzano en Toulouse

Alborea el año 1924 y Gardel- Razzano han intervenido en cuarenta funciones, cumpliendo su compromiso en España con la compañía De Rosas.

El dúo resuelve descansar y pasear. Ambos artistas tienen puestos sus ilusionados ojos en Francia.
Los bolsillos les respaldan un viaje a lo grande. Han gastado dinero en España, pero ganaron mucho más. Y sus ganancias por derechos fonográficos han sido cuantiosas.

Cuando salen en la combinación internacional de trenes, rumbo a la tierra francesa, agitando los pañuelos desde las ventanillas, dejan en el andén español una legión de amigos... y se llevan un millón de francos. Pasados los Pirineos, hay una parada obligatoria para los pasajeros a Francia. Pero nunca tan obligada para alguien, como para este pasajero que se llama Carlos Gardel.

La parada obligada es Toulouse, ciudad donde él nació y de la que partió a los tres años de edad para Buenos Aires. Sólo tiene, por consiguiente, de su ciudad natal, las referencias que siempre le han llegado por boca de la madre, que todos los años se hace una escapada de tres o cuatro meses para ver a su viejita y a su hermano Jean. (Iba y volvía exclusivamente en el buque Massilia, cuya oficialidad guardaba deferentes consideraciones para la suave señora francesa, madre de un célebre cantor argentino, tan modesta a la vez, que jamás quiso viajar en primera clase...). La llegada de Gardel y Razzano a Toulouse coincide con una de las estadas de doña Berta en la ciudad provenzal del añejo prestigio romántico, que ampara el macizo pétreo de los Pirineos y arrullan las aguas parleras del río Garona. Gardel vuelve por primera vez al sitio de su nacimiento y sus ojos ansiosos descubren primero a la figura adorada: -¡Mamá!... Y después abraza al tranquilo y afable señor que la acompaña.

¡Este debe ser el tío Jean!... Él es. Pero enseguida Gardel y Razzano reparan que hay muchas caras a su alrededor... ¿ Es posible?. Tenían entendido que la familia era tan corta...

Doña Berta sonríe ante las sorprendidas miradas de Carlos y José, que se ven rodeados de gente y más gente, y les explica, como pidiéndoles perdón por una curiosidad que ha despertado ella con su relato: - Son vecinos del lugar que me han acompañado a recibirlos...

El pueblo entero de Toulouse es el que se ha juntado en la estación, al pie de los estribos del expreso Midi, cuando resopla la locomotora contenida y rechinan los frenos del convoy. Por el pueblo entero ha pasado, de vecino en vecino, una mágica frase: -¿Savez vous? ¡ Aujourd’hui arrive Charles, le fils de madame Gardés!...

Cita de honor. Todos han ido a recibir a Carlos, el hijo de la señora Gardés, nacido allí y triunfador en América y España. Todos acompañan y cumplimentan a los dos cantores de las trovas del Nuevo Mundo, cuando pisan la tierra de los troveros seculares. Cruzan las calles de la pacífica ciudad, sobre losas antiguas y a la vera de muros de leyenda. -¿Cómo está la abuelita?- pregunta Carlos a la madre feliz, apoyada en su brazo. – Esperándote impaciente. Para tocar tu cara con sus manos, para oír tu voz, ya que el destino le ha negado el consuelo de verte ya hombre..... Al llegar a la casa, corre Carlos al sillón de aquella abuela de ochenta y ocho años, ya ciega. La abraza y la besa, de rodillas, desahogando un afán cariñoso que ha llenado su corazón ausente...

¡Dios sea bendito! Este es el nieto que salió de sus brazos pequeñito, paria inocente, bajo el signo de negra desventura, y le vuelve a los brazos ya hombre, afortunado, querido por tantas gentes de tantos países... Su otro hijo, Jean, cambia una empañada mirada con Razzano. Toma a éste del brazo y le lleva a recorrer la añosa y pulcra casita. Se les une pronto Berta, subiendo con ellos al piso alto por la crujiente escalera de recios maderos. Abajo, Gardel ya ha sacado de adentro al muchachón que es, y le canta a la abuela una canción francesa que allá en Buenos Aires ha escuchado miles de veces a la madre:"De chiffon... fon... fon, / le petite marionette... / De chiffon... fon... fon, / dormant-tu rapide, c’est bon!!". Sube Gardel al piso alto. El tío Jean abre los gruesos postigos de una ventana. Gardel se asoma desde allí a la tarde diáfana, al paisaje montañés, al caserío parejo y soñoliento. Por su mente cruzan visiones de luminarias y rumores de aplausos en tantos lugares del mundo. Y un girar infinito de ruedas de cera magnética, que llevan la voz triunfal a todas las lejanías... ¡Dios sea bendito! Cuando Él pone alas, se puede llegar a las alturas desde la más humilde cuna... o sin cuna. Desde la ventana, se llena el ámbito con la voz de Gardel que canta ahora: “Soy joven, pero en mi frente// llevo la luz del destino”.

Fuente: CARLOS GARDEL Y SU ÉPOCA de FRANCISCO GARCÍA JIMÉNEZ - RELATOS: JOSÉ RAZZANO
Editorial Corregidor.

La vigencia de este libro está dada por sus propios protagonistas y esa dura y dulce nostalgia a la que, difícilmente podrán escapar aquellos que vivirán bajo el hechizo de una voz imposible de borrar desde cualquier distancia u olvido.
Un abrazo a todos los amigos Gardelianos
Ángel Yonadi

Carlos Gardel en sus distintas etapas

Por Roberto Cassinelli
Revista Cantando 1935 – 24 de junio – 1959
En el 24° aniversario de su muerte

“La dilatada trayectoria del gran cantor puede dividirse en diversas etapas perfectamente definidas en sus cuarenta y ocho años de su vida. Su biografía, archiconocida, aún no ha sido agotada y faltan episodios notables de su carrera que algún día completarán su historia.

A medida que los años transcurren, su figura se agiganta y su voz nos asombra.

Charles Romualdo Gardés nacía el día 11 de diciembre del año 1887 en la ciudad de Tolouse, a orillas del río Garona, cerca de la confluencia con el río Lot. Allí en el extremo sur de Francia y a poca distancia de Los Pirineos –frontera natural con España- pasó sus primeros cuatro años el que más tarde se transformaría por esas cosas del destino en el “Rey del Tango” argentino.

Por aquel entonces ya no quedaban trovadores en la Provenza Inmortal, y el advenimiento al mundo del pequeño Charles pudo ser obra de Dios. El niño tolosano fue un predestinado divino que le prestó al tango su voz. La historia de Carlitos se inicia en el año 1891 cuando parte de Marsella con su señora madre –Doña Bherta Gardés- con destino al Río de la Plata. Cuando llegó a la Argentina el tango aún no tenía letra y lógicamente... tampoco tenía voz. Era el tiempo de los payadores.

UNA INFANCIA DIFÍCIL:
Desde aquella mañana en que doña Bertha y Carlitos pisaron tierra argentina, ambos iniciaron una vida distinta y difícil. El primer albergue que le ofrecieron a la buena mujer y a su hijito estaba ubicado en la calle Cuyo 214 y comienzan una dura lucha contra la miseria. Doña Bertha se desempeña como planchadora en la casa de doña Anís B. de Muñiz, pero la situación económica no mejora y la pobre madre ya no sabe qué hacer para atender al pequeño Carlitos.

Con todo el dolor de su alma decide separarse de su hijito. Lo deja al cuidado de doña Rosa C. de Francini durante cuatro años y al cumplir nueve vuelven a unirse. Mientras tanto, Carlitos cursaba sus estudios primarios en una escuela francesa.

El hijo de doña Bertha era un pibe precioso. Dicharachero y alegre que no perdía oportunidad de ganarse el sustento realizando las más diversas tareas. Su oficio más importante era el de tipógrafo, pero lo mismo hacía una cosa como la otra. Cualquier menester le venía bien. Lo que importaba era ganar las monedas necesarias para ayudar a la madre. Era inteligente y observador. Tenía vivacidad y espíritu y se adaptó sin esfuerzo al ambiente porteño. Le gustaba la calle y la noche... Además, le encantaba escuchar a la banda del Regimiento 8 de Infantería, acantonado en el Parque de Artillería, donde hoy se levanta el Palacio de Justicia, en la Plaza Lavalle. Nunca se perdía la famosa “Lista de Cinco”. A esas reuniones lo llevaba don José Colón, vecino de su mamá en la casa de la calle Talcahuano 64 y contrabajista de la referida banda militar. Por él se supo más tarde que doña Bertha bajó a tierra en Montevideo antes de seguir viaje a Buenos Aires y que inscribió a Carlitos en el Registro Civil de Tacuarembó (Uruguay), donde se deslizó el error en el apellido, es decir se escribió “Gardel” por “Gardés”...

Este hecho no altera el curso de las cosas. Pudo existir o no este episodio de Tacuarembó. Lo cierto es que al reencontrarse doña Bertha y Carlitos, Éste ingresa al Colegio San Carlos en calidad de pupilo, en virtud de que sus travesuras aumentaban de calibre y llegaron a intranquilizar a su madre, sumamente preocupada por las andanzas callejeras de su hijo. En el período de vacaciones, Carlitos recuperaba su libre albedrío y se ganaba el pan vendiendo fósforos, diarios, arreglando relojes, componiendo formas en una imprenta y ayudando a los utileros teatrales después de pertenecer a la “claque” capitaneada por don Luis Giglione.

Carlitos es incorregible. Se le mete en la sangre la farándula porteña y se consagra a ella con toda pasión. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, doña Bertha lo amenaza con encerrarlo de nuevo en el Colegio San Carlos, y en la seguridad de que su madre estaba dispuesta a hacerlo, el pequeño Carlitos se metió en un barco y se fugó a Montevideo. No podía aceptar el encierro. Su mirada se había acostumbrado a las luces de la calle Corrientes por la que transitaban artistas, periodistas, cantantes y poetas, que con el correr del tiempo iban a tener un punto de referente –significativo y trascendente- dentro de la milagrosa trayectoria del futuro y permanente astro de la canción de Buenos Aires...

LA JUVENTUD DEL MOROCHO:
La calle lo atrajo permanentemente a Carlitos Gardel. Era una obsesión para aquel muchachito morocho, peinado con raya al medio, bastante gordito y de andar desenfadado. La madre ya había perdido las esperanzas de retenerlo a su lado. Tenía alma de pájaro y como tal, le gustaba cantar.

Sentía la necesidad de andar y andar de aquí para allá, libre y sin apremio, en busca de algo que reclamaba su espíritu inquieto. Recorría todos los boliches y comités donde alguien cantara al son de una guitarra. No le importaba donde quedara. Lo importante era estar allí. Participar de esa fiesta y prenderse si tenía ocasión en el canto y la vihuela, entonando milongas, cifras y estilos.

Cuando ponía entre sus manos regordetas una guitarra, Carlitos la acariciaba como a una novia. Apenas se defendía marcando algunos tonos que le enseñaron Arturo de Navas y el inolvidable Pablo Podestá en los altos del teatro Apolo.

Tiempo más tarde el Tano Oriente del Abasto, contribuyó a mejorar su técnica guitarrística, pero siempre estuvo por encima del instrumento su voz privilegiada. Por medio de ella llegó a la fama. Eso era lo fundamental y lo comprendió así: ¡su canto!...

Corre el año 1907, Gardel tenía la costumbre de arrimarse hasta la cancha de bochas de Moreira, ubicada en la calle Cabrera, entre Gascón y Almagro. En esa especie de glorieta cantaba un tal Biringüela. En un almacén de Bulnes y Guardia Vieja conoció a Mingo Daguita y al Tano Oriente. Se sorprendieron ambos con su canto y lo invitaron al Café “O’Rondeman” de la calle Agüero 524, en la esquina de Humahuaca. Allí, frente mismo al viejo edificio del Mercado de Abasto Proveedor, Carlitos Gardel –un mozo de veinte años- entra en relación con los hijos de don Agustín Traverso, Constancio, Elberto –el inolvidable “Gordo Yiyo”-, José (Cielito) y Félix. Eran tiempos bravos.

La época de los bailarines de la talla del Cachafaz, Tarila, El Escoberito, El “Flaco” Alippi y el “Negro” Pavura. Ellos crearon la coreografía del tango todavía sin letra. Después llegó Carlitos Gardel a darle su voz. Esa voz que hizo posible la idea de ponerle letra al tango. Un mérito del barrio del Abasto que nadie le podrá discutir. Cuando Gardel irrumpió con su voz en el Abasto tallaba el Payador José Betinotti, ya cerca de su ocaso. No obstante, el genial autor de “Pobre mi madre querida” lo escuchó con verdadero cariño y en el año 1912 –tres años antes de su muerte- en el Café de Marineta y Tumasín, ubicado en la calle Anchorena entre Lavalle y Guardia Vieja, dio aquella frase histórica y feliz: -¡Canta como un zorzal!!...

SU DÚO CON RAZZANO:
Otro encuentro significativo fue el que sostuvo con el cantor oriental José Razzano una noche del año 1911 en la casa del pianista Gigena, en la calle Guardia Vieja, detrás del Mercado de Abasto. En esta cita con el destino intervinieron varios amigos comunes y por parte de Razzano, don Luis Pellicer y Enrique Falbi, que desean que “El Oriental” mida sus fuerzas con “El Morocho” para establecer quién es el mejor cantor de los dos que sonaban en esa época.

Aquella reunión dio sus frutos. Lejos de enemistarse los dos hombres, echan las bases para unir sus voces y forman un dúo criollo. Los primeros intentos “profesionales” fallan. Se agregó al dúo Francisco Martino y luego Saúl Salinas. Éste los abandonó amigablemente en San Pedro y Pancho Martino –enfermo- en general Viamonte. ¡Otra vez solos!.

El auge del dúo Gardel - Razzano comienza en el mes de diciembre de 1913 en el Armenonville por mediación de don Pancho Taurel, “el hombre providencial” en la historia de Carlos Gardel y José Razzano.

Pensar que aquella noche utilizaron una sola guitarra que les prestó don Alfredo Defferrari para animar una fiesta “bacana” en una confitería ubicada en Avenida de Mayo y Perú. En el “Armenonville” los contratan por la fabulosa cantidad de setenta pesos por noche. De allí al teatro. Del teatro a las giras por todo el mundo... ¡rumbo a la fama!...

La importante etapa del binomio finaliza en el año 1925 cuando Pepe Razzano resuelve abandonar el canto por razones de salud.

UN TANGO PARA SU VOZ:
En 1917, Carlitos entonaba por todas partes –en familia- los versos del tango “Percanta que me amuraste” –más tarde llamado definitivamente “Mi noche triste” y con anterioridad “Lita”-
antes de largarlo al público. Le tenía fe a los versos de Pascual Contursi con música de Samuel Castriota. Lo estrenó ese año en el Teatro Esmeralda.

En el año 1920, Carlitos y Pepe tienen treinta años de edad. Están en pleno apogeo. El dúo
trabaja incansablemente y viaja al interior en penosas “tournés” para imponer las grabaciones en “Disco Nacional Odeón”.

A partir de entonces, el tango se enseñoreó en la garganta de Carlitos Gardel. Junto a las canciones criollas del dúo estaba el tango. Así lo llevaron a España y posteriormente a Francia.

Al cabo de doce años de andar juntos se bifurcan los caminos y Gardel prosigue solo su marcha hacia la gloria y la muerte.

GARDEL: EL HOMBRE
La etapa definitiva de Carlitos Gardel se desarrolla en el lapso de diez años exactos. El tiempo que media entre su separación de José Razzano en 1925 y su trágica muerte en Medellín en 1935.

¡Cuantas cosas importantes realizó el gran cantor en estos diez años!.

Afirmó su prestigio de intérprete excepcional por todo el mundo. En el mes de junio de 1927, a bordo del “Conte Verde” Carlitos Gardel viaja rumbo a Francia por tercera vez, pero antes tocaría de nuevo España. Ésta será su etapa consagratoria antes de intentar la verdadera conquista en París.

El año 1928 es el mejor de su carrera. El día 2 de octubre –fecha de su debut- debe instituirse como “El día del tango”...

Ya es un hombre de mundo, atrayente y popular. Su nombre está en las más importantes carteleras de París y “su” tango conquista a los franceses desde el “Florida”, de la Rue Clichy, de Montmartre; desde el Casino de Cannes o desde el famoso Music-Hall “Empire”, en el corazón del luminoso París.

EL ARTISTA EXCEPCIONAL:
Carlos Gardel divide su tiempo entre Buenos Aires y París. Viaja constantemente. Graba aquí y allá. Realiza giras relámpago. Filma películas. Actúa en clubes nocturnos. Descansa. Trabaja. Estudia. Su voz necesita cuidado y él se los prodiga. El cine europeo lo incorpora a sus filas y desde entonces su imagen se populariza vertiginosamente por América. Sus películas son un éxito sin precedentes de taquilla. Gusta a rabiar. Lo adoran todos los pueblos americanos que lo consideran como un cantor que les pertenece a todos por igual. ¡La gloria se acerca!...

Después de una serie de películas filmadas en Astoria (Long Island) realiza una gira continental que resulta apoteótica para el artista mimado por todos los públicos. Pocos días después será llorado también por aquellos que lo aplaudían emocionados. El punto final de su vida estaba en Medellín (Colombia) un 24 de junio de 1935...

Desde entonces... Carlos Gardel sigue siendo tal como era el mismo día en que pereció en ese infierno de fuego y de sangre. Idéntico. ¡A nadie se le ocurrió imaginarlo de otra manera!... ¡Un milagro!.

LOS FIELES AMIGOS DE GARDEL MURIERON EN LA MISMA HOGUERA:
En cada nuevo aniversario de la muerte de Carlitos Gardel, evocamos también a sus fieles compañeros de gloria y de infortunio. Aquel día nefasto cayeron a su lado Alfredo Le Pera, Guillermo Desiderio Barbieri, Domingo Riverol, José Corpas Moreno y un grupo de hombres vinculados al negocio artístico. Todos siguieron su triste suerte. Se salvó José María Aguilar, quien falleció en Buenos Aires muchos años más tarde.

De aquel reducido grupo de muchachos queridos destacaremos por igual a sus guitarristas Barbieri y Riverol. Ellos seguían al “patrón” con toda alegría por los caminos de América, ya que no habían podido tocar la guitarra en Norte América por las rígidas leyes del país. En la gira fatal se dieron el gusto de estar detrás suyo guitarra en mano. Como siempre. Pero el destino les habíatendido una celada y caerían junto al gran cantor para siempre. José Corpas Moreno era su secretario. Joven y animoso, lleno de vida y esperanzas.

Alfredo Le Pera –a quien no se le ha rendido el homenaje que se merece- joven e inquieto periodista y autor exclusivo de las letras de sus canciones y de los argumentos de sus películas. Era su administrador de hecho y su representante. Había nacido en Brasil, y llegó de pequeño a Buenos Aires. Su primer tango se lo estrenó Gardel...¡y el último también!...

EL HIJO BUENO:
El muchacho de infancia turbulenta y callejera que veneraba a doña Bertha. ¡Carlitos fue el único tesoro que tuvo doña Bertha Gardés!... Con el pequeño francesito entre sus brazos se embarcó una tarde en Marsella rumbo al Río de la Plata. Una ley inexorable la había condenado a partir con su hijito en busca de un paraíso de esperanza para ese niño inocente que no tenía por qué pagar culpas ajenas. Para ese hijo de sus entrañas que tenía derecho a ser feliz. Ella era aún una mujer joven y fuerte en aquel día del año 1891 en que dejó atrás su hogar, sus familiares, sus recuerdos y su Toulouse natal. El vivaracho Charles no tenía todavía cuatro años de edad... pero parecía darse cuenta de todo lo que ocurría. ¡Las lágrimas de su madre se lo anunciaban!.

Una mañana soleada y fresca llegaron al fondeadero del Puerto de Buenos Aires y esperaron pacientemente el lanchón que los trasladaría a tierra firme. Esa tierra que les abría generosamente el azul y blanco de su cielo y de su bandera para que ellos lo aceptaran como propio.

Después, la lucha dura por la vida, Carlitos comenzó a crecer y por mucho tiempo estuvo alejado del regazo materno. La vida lo arrastraba por caminos opuestos. Su prematura vocación artística lo separó del hogar humilde y querido. Su madre siempre estuvo en su corazón, en su voz, en sus canciones...

GARDEL EN EL TURF:
¡EL TURF, fue una de las grandes pasiones de Carlitos Gardel!... El profundo cariño que Carlitos sentía por los caballos de carrera, por su amigo Ireneo Lequisamo, por los hermanos Tortercio, por don Francisco Maschio, por la gente de los “studs”, por hipódromos y... por las ventanillas, está reflejado en sus tangos. Uno sólo lleva su firma con versos del extraordinario poeta y periodista Alfredo Le Pera: “Por una cabeza”. Los demás pertenecen a diversos autores y algunos de ellos están ilustrando esta página evocativa. Faltan dos temas importantes que Carlitos popularizó y son: la milonga de Francisco Martino “La Catedrática” –conocida por “Soy una fiera” aunque con letra reformada- y el tango “Uno y uno” de Luis Traverso y Julio F. Pollero. En alguna forma también puede mencionarse en su discografía burrera, el tango de Carlos Dedico, Germán Ziclis y Salvador Merico titulado “Paquetín, paquetón”, junto al tango “Bajo Belgrano” que pertenece a Francisco García Jiménez y Anselmo Aieta.

En el turf, por encima de todo en sus distintos aspectos de propietario y de jugador impenitente y sin medida, Carlitos Gardel era feliz en aquel medio ambiente. Visitaba a diario el stud de la calle Olleros para “charlar” con su caballito, con los peones, con “Legui”, con Maschio... Buen amigo de todos, fue un aficionado en grado superlativo a las carreras de caballos.

GARDEL EN EL RECUERDO:
¡Carlitos Gardel es algo más que un recuerdo!... No es necesario traerlo a la memoria. Está permanentemente en el espíritu del tango y del pueblo, sin posibilidad de olvido. Su nombre es leyenda y su voz y su figura sigue junto a nosotros, proyectándose, agigantándose en el tiempo, como un faro luminoso y divino que marca el verdadero camino de la canción de Buenos Aires, desde el milagro del disco y del cinematógrafo. La Patria del Tango sabe que Carlos Gardel no le pertenece, pero entiende que puede considerarlo argentino de adopción, a pesar de su origen francés.

Pero Carlitos Gardel se tituló a sí mismo para eludir situaciones embarazosas así: ¡Ciudadano del tango!... No obstante, los argentinos, los uruguayos, los colombianos y los españoles plantearon reiteradas cuestiones en ese sentido. Todo fue en vano. Carlos Gardel es auténticamente francés, de origen y de sangre. Pero es también –no se puede decir que fue- el más auténtico intérprete del tango. Quizás mañana, como aconteció hace poco en España –alguien diga que Gardel nació en cualquier otro lugar del mundo. ¡Y estaría en lo cierto!... Carlitos nos pertenece a todos por igual...

GARDEL EN EL CINE:
Carlitos Gardel ya no existe. En esto no cabe duda. Es un hecho probado, a pesar de los innumerables comentarios que surgieron después del fatal accidente aéreo ocurrido en Medellín (Colombia) aquel infausto 24 de junio del año 1935. Allí se quedó para siempre el gran cantor y sus infortunados compañeros de lucha y de gloria, Guillermo Desiderio Barbieri. Domingo Riverol, Alfredo Le Pera, José Corpas Moreno y muchos más. Pero el cine y el disco nos lo devolvieron de inmediato. Por esos dos caminos milagrosos se eternizó en el corazón del pueblo.. La pantalla le estaba negando su brillo de plata por su extremada gordura. Sus primeros intentos en “La Loba” y “Flor de Durazno” –sin contar los cortos musicales de Eduardo Morera- de poco le sirvieron. Perdió tiempo y dinero en ese primer encuentro con las cámaras del séptimo arte, pero él presentía que allí estaba el secreto de su éxito posterior.

Recién en el año 1931 consigue protagonizar una película titulada “Luces de Buenos Aires” dirigida por el chileno Adelqui Millar con argumento de Manuel Romero y Luis Bayón Herrera y la intervención especial de Mario Battistella y Alfredo Le Pera. Fue su primer impacto cinematográfico. Tenía que ser en un pueblito de Francia, su tierra natal. Después de Joinville, donde dejó además “Espérame”, “La casa es seria” y “Melodía de Arrabal”, llegó... Nueva York para filmar “Cuesta abajo”, “El tango en Broadway”, “El día que me quieras”, “Tango Bar” y “Cazadores de Estrellas”. Todo deprisa. ¡Cómo si imaginara su cercano final!..

GARDEL EN EL MUNDO:
Desde muy pequeño, Carlitos Gardel –quizás predestinado- se lanzó a recorrer el mundo en un largo viaje, sin descanso ni claudicaciones. El punto de partida de su vida andariega comienza en el Puerto de Marsella, cuando se embarcó rumbo a Buenos Aires – una posible escala en el Uruguay- de la mano de su madre doña Bertha. Se aclimató en las calles porteñas y posteriormente ensayó sus primeros vuelo por el interior del país. Más tarde se arrimó a Chile en una brevísima recorrida, cuando todavía cantaba a dúo con José Razzano. Volvió a Montevideo en reiteradas visitas. Entre ambas ciudades acrecentó su popularidad. A manera de prueba de fuego antes de animarse a volver al Viejo Mundo. Estuvo en Brasil, más tarde en España y posteriormente en París. Sintió la rara emoción de volver a su pueblo natal después de muchos años. La vida lo llevaba al punto de partida, convertido en cantor de tangos y canciones criollas. Cruzó el Canal de la Mancha para ver jugar al equipo internacional español y presenció su aplastante derrota: 7 a 0.

Otra vez a Francia, luego a Italia y otros países del centro de Europa para viajar definitivamente al lugar más difícil de su carrera de cantor de habla hispana. El medio ambiente y la lengua eran dos murallas casi insalvables, pero Carlitos Gardel –se comprobó más tarde- supo vincularse con su canto. Su pinta y su habilidad de hombre de mundo. Esta condición universal se reflejó en distintas canciones de su repertorio dedicadas a París, Buenos Aires, España, Nueva York, Portugal, El Cairo, Atenas, Japón, Rusia y otras naciones, interpretadas en francés, italiano, inglés y castellano, con su arte maravilloso.

Atte.: Betty
El material fotográfico, pertenece a la Revista "Cantando" del 24 de Junio de 1959

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Con su caballo Lunático

Su habitación

En el stud de la calle Olleros

En un descanso en la filmación de "Cuesta Abajo"

Escenas de "Tango Bar" y "Melodía de arrabal"

Con los Torterolo

Con Rosita Moreno, Del Campo y Vicente Padula

En Montevideo

En "El Garrón"

Con Alfredo Lepera

En España

En Nueva York

 

Revista 7 Días – 20-06-1980

"A 45 años de la muerte del ídolo, brindamos secuencias del único documental filmado del fatídico 24 de junio"
¿La rivalidad entre dos pilotos provocó el accidente?

La última sonrisa de Gardel

Este es nuestro homenaje al Zorzal.
Aquí están los principales momentos de la documental filmada cuando Carlitos toma el avión que lo llevaría a la muerte
.

Conscientes de su importancia, esta película –que fue descubierta al azar en el depósito de una vieja cinemateca bogotana- la hemos cedido gentilmente a la dirección de ATC para una emisión especial del programa “60 Minutos”, el próximo martes.

MARCOS ÁNGEL BUONO

El 28 de marzo de 1935, a bordo del “COAMO”, Carlos Gardel parte del puerto de Nueva York rumbo a América latina con todos los integrantes de su equipo: el letrista Alfredo Le Pera, los guitarristas Guillermo Desiderio Barbieri, Domingo Riverol y José María Aguilar, su secretario personal José Corpas Moreno, y el español José Plajas, actualmente el único sobreviviente del trágico accidente de Medellín, profesor de inglés de Gardel, y el puertorriqueño Alfonso Azzaf, recién incorporado a la comitiva, que cumplía funciones de masajista y encargado de los equipos de iluminación.

La presencia de Plajas obedece al hecho de que “El Zorzal” había sido tentado para protagonizar películas en idioma inglés, y hasta se barajó el título de “Rumba” para un filme que lo presentaría como cantante capaz de dominar las cuerdas de todo el cancionero popular del mundo, como lo atestigua su riquísimo repertorio grabado. De esa manera comenzaba la gira tantas veces postergada por los compromisos en Estados Unidos. En el mes de febrero había finalizado el rodaje de su Última película “TANGO BAR”, en la que además de Rosita Moreno, Tito Lusiardo y Manuel Peluffo, que lo habían acompañado en EL DÍA QUE ME QUIERAS, se sumó al elenco el extraordinario actor Enrique de Rosas, que por una feliz coincidencia se encontraba en el país del Norte.

Poco antes de la mencionada partida, el 15 de marzo para ser más precisos, LR3 Radio Belgrano de Buenos Aires, efectuó la transmisión de “GARDEL CANTA DESDE NORTEAMÉRICA”, programa auspiciado por la revista “La Canción Moderna”, que luego se llamó Radiolandia, hoy Radiolandia 2000.

Entre el 19 y el 20 de marzo efectúa sus tres Últimas grabaciones: “Guitarra, guitarra mÍa”, con guitarras y “Amargura” con la orquesta de Terig Tucci.

COMIENZA LA GIRA FINAL

El 2 de abril, el “COAMO” llegó al puerto de San Juan de Puerto Rico a las 6,30 de la mañana. La gran multitud que lo espera es un anticipo del suceso que le aguarda a Gardel, con su debut en el teatro Paramount y una temporada que se prolongó por 22 días. Nuevamente en barco, se dirigen al puerto La Guaira en Venezuela y luego por tren a Caracas. Debuta el 26 de abril; durante 12 días trabaja en el Hotel Majestic y en Radio Caracas, invitado por el presidente Juan V. Gómez, canta en su residencia de Maracay y recibe un premio de 10.000 bolívares. Otras ciudades venezolanas va cubriendo en su gira: Valencia, Cabimas, Maracaibo, etc.

Ya en las Antillas Menores, se presenta en Curazao y Aruba. En esta Última, el público lo arrebata del palco, lo carga en andas, y durante largo tiempo lo pasean por la ciudad. Gardel entiende que la situación no es nada cómoda, mas si se tiene en cuenta que hacía un calor insoportable, y que la mayoría de los integrantes de esa multitud calmaba su sed tomando bebidas alcohólicas. Carlitos se las ingenia para que “los manifestantes” lo lleven hasta el espigón del puerto. Ahí logra zafarse de los entusiastas y tomar el barco que lo llevaría a Colombia.

Finalizaba el mes de mayo. Entre los días 2 y 9 de junio actúa en Barranquillas, y en la amurallada ciudad de Cartagena. Y comienza a cumplirse el signo negativo que Gardel siempre temió: el avión. Por primera vez sube a uno de ellos: es para el viaje entre las mencionadas ciudades, puesto que en Colombia es la Única posibilidad de viajar rápido, dado que la topografía montañosa de este país no permite otra alternativa.

Nuevamente el avión para superar las tres cordilleras que atraviesan el país, y el día 11 de junio nuestro cantor debuta en el Circo-Teatro España de Medellín, prolongando su actuación dos días más, con miles de personas que quedan afuera del local por falta de localidades. Por eso acepta una actuación en la audición “Ecos de la Montaña”. El 14 de junio viaja hacia Bogotá: la multitud en al aeródromo de Techo, rompe los cordones policiales, y se hace difícil proteger a Carlitos del fervor popular. Se hospeda en el hotel Granada, y esa misma noche debuta en el teatro Real, continuando los días 15, 16 y 17. Del 18 al 21 actúa en el Olimpia, y termina su labor en Bogotá, presentándose los 22 y 23 en el teatro Faenza. Finalizada Ésta, se dirige de inmediato a la radio “La Voz de la Víctor”, donde comienza su programa a las 21,15 horas. En la calle se han colocado altavoces para que la multitud pueda seguir el programa. Gardel canta: “Cuesta abajo”, “Tengo miedo”. “Insomnio”, “El carretero”, “Melodía de arrabal”, No te engañes corazón”, y la Última interpretación de su vida: “Mano a mano”. El programa era patrocinado por la compañía de aviación SACO.

24 DE JUNIO DE 1935

No obstante el cansancio por tanto trabajo, Gardel se levanta temprano, y espera a todos sus compañeros en el hotel. A las 11,30 hs. salen rumbo al aeropuerto, puesto que la próxima actuación debe ser en la ciudad de Cali, en el teatro Jorge Isaacs, junto con su película “La casa es seria” (cuyas copias fueron destruidas durante los bombardeos alemanes a los estudios franceses en que fue filmada), y un filme de Imperio Argentina. A las 12,30 hs., Gardel y sus colaboradores llegan al Aeródromo de Techo (Bogotá) donde otra vez se encuentra con una multitud que había ido a despedirlo.

Este es el momento en que fue tomada esta película, este invalorable documento que registra la Última sonrisa de Carlos, ya que las fotos siguientes han de ser tomadas por Jorge Ovando, pero luego del accidente fatal en Medellín.

Le cuesta a Carlitos deshacerse de tanta gente que quiere fotografiarse con Él, hasta que por fin, el avión de la compañía SACO. (para quien actuara la noche anterior en radio) con su matrícula Ford “F31” despega conducido por el piloto norteamericano Stanley Harvey. Se dirigen a Medellín, donde deben efectuar una escala técnica en su viaje a Cali. Llegan al aeropuerto Las Playas (hoy Olaya Herrera) a las 14,30 hs. Mientras el “F 31” se reabastece de combustible, Gardel y sus compañeros descienden con una caja de sándwich, que comieron en la sala de espera de la SACO, con una bebida llamada “Haigh-Ball”.

Nadie canta ni toca la guitarra, como algunos pretendidos historiadores quisieron afirmar, y la policía debe hacer grandes esfuerzos para que el público no cortara los cables que rodeaban la pista. Minutos después se hace cargo del avión el piloto colombiano Ernesto Samper Mendoza, un arriesgado acróbata de la aviación, que sostenía una pública rivalidad con el piloto del “Manizales”, avión de la SCADTA, que con los motores en marcha esperaba que despegara el que llevaba a Gardel.Ya están todos ocupando sus asientos; Gardel detrás de Samper. Apenas pasadas las 15 horas.

Quizá sea importante acotar que en el “Manizales” debía viajar el abogado colombiano Estanislao Zuleta Ferrer, razón por la que se encontraba despidiéndolo su hermano, hoy director de uno de los diarios más importantes de Bogotá. El Dr. Zuleta Ferrer, fue una de las víctimas fatales del accidente, por lo que es fácil deducir la imborrable sensación de tragedia que ha quedado impresa para toda su vida en el alma de su hermano. Por eso trata de eludir el comentario sobre el hecho, que se reitera con palpitante sensación de actualidad en cada aniversario. Especialmente por la extensa serie de homenajes que se organizan en toda Colombia: en las Universidades, donde Gardel es motivo de conferencias y trabajos de examen para el alumnado: en los escenarios, donde los cultores colombianos del tango, se complementan con las delegaciones argentinas contratadas al efecto.

Gardel ya había escrito a su madre, la Sra. Berta Gardés, que en cuanto finalizara la gira, volvería a Buenos Aires. Mientras tanto, en las oficinas de nuestra revista, entonces “Radiolandia”, el señor Julio Korn estaba finalizando los detalles con el apoderado de Gardel, Armando Delfino para la firma de un contrato, el que aceleraría el retorno del zorzal a su tierra querida. En el instante de firmar, alguien le informa al Sr. Korn que lo llaman por teléfono “larga distancia”. Sale del escritorio, y al volver, en su rostro se leía claramente la dimensión de la tragedia que acababa de ocurrir en Medellín.

El periodista Henao Gaviria, actualmente residente en Medellín con sus lúcidos 76 años de edad, testigo del drama, asegura que, luego que Samper efectuó el carretero en línea recta como es lógico, en el momento de despegar quiso girar el aparato para pasar por encima del avión de la SCADTA, para mostrarle al piloto la preciosa carga que llevaba. Por esa razón, el SACO no pudo levantar vuelo, y fue a estrellarse con el otro aparato detenido en la pista. Eran las 15,10 horas del 24 de junio de 1935. Entre las 17 víctimas fatales, una es reconocida por una pulsera de oro que llevaba la siguiente inscripción: “Carlos Gardel. Jean Jaurés 735 “Buenos Aires”."

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Revista Antena de 1950

JOSE MARIA AGUILAR…
UN HOMBRE QUE NOS EVOCA A GARDEL, PROLONGA EN VIDA LOS RESPLANDORES DE LA TRAGEDIA DE MEDELLIN

Se nombra a José María Aguilar, y, casi sin pensarlo, como si estuvieran unidos nombres y recuerdos, se evoca a Carlitos Gardel.

Aguilar es el compañero, el amigo fraternal. También es la tragedia, por ser el sobreviviente.
Medellín es un lugar, una fecha, un día, un instante…
Un negro mojón iluminado por las llamaradas sangrientas del incendio.
De pronto se hace la noche. Se han extinguido las llamas.
Por el mundo se echan a rodar los nombres: Medellín…, Gardel…, Aguilar…
El destino hace cabriolas caprichosas. El destino es Dios. Omnipotente. Absoluto.
Hay quienes filosofan al cabo de la noticia: hay quienes se quejan. Hay quienes, anegados en llanto, cierran los puños con ira.
De entre las sombras -se han apagado las llamas y ha caído una noche tremenda de dolor y amargura- sale, efigie dolorosa pero viviente, el fantasma de un hombre.
Es Aguilar. Es Aguilar, sí. Es el sobreviviente.
Rescatado del fuego, de la muerte fulmínea, del martirio… No. Del martirio, no. Ahora comienza el martirio.
Larga y terrible agonía que no desemboca en la muerte -que es el descanso y el fin de todo dolor-, sino que desemboca en la vida, donde los dolores se renuevan. Dolores del espíritu, unas veces: tenazas que no sueltan a su presa. Dolores de la carne castigada hasta más allá de todas las crueldades. Dolor, un día y otro día. Dolor en la recordación del pasado; dolor en la contemplación del porvenir.
Aguilar sobrevive al dolor, como ha sobrevivido a la tragedia.
Pero la tragedia y el dolor dejan sus huellas.
Y, pese a todo, el dolor ennoblece. Por eso, desde atrás de la noche obscura de sus negros anteojos, y desde el ademán mutilado de las manos que fueron dueñas de todas las armonías, el alma del sobreviviente se ofrece en palabras emocionadas, sinceras, definitivamente nobles.

LA GUITARRA, ¡SEÑOR!

Allí está, muda, pudiendo estar vibrando armoniosa bajo la caricia de los dedos de tanto tiempo atrás amados de sus cuerdas.
Aguilar ve que la miramos. Que la miramos sin decir nada. Y se siente alcanzado por esa mirada.
Guitarra y guitarrista, son una misma cosa.
Y la voz grave de Aguilar nos dice, adivinando nuestros pensamientos:
-¡La guitarra, señor!...
Sí. Esa es la guitarra.
Esa es la guitarra que acompañaba a Gardel.
Esa es la guitarra que unía sus resonancias a la voz nunca extinguida.
Música y palabras iban juntas, buscando los corazones.
Sola, apoyada sobre los brazos de un sillón que la sostienen, tensas las cuerdas… ¡pero silenciosa!…
Aguilar camina lentamente. Se acerca. La contempla, acaso, como nosotros la contemplamos. Pero un mundo de sueños, de recuerdos, de evocaciones está pasando por sus ojos. Lo sabemos, aunque se oculten detrás de los negros anteojos.

¿QUE PODEMOS DECIR AHORA?

Y bien… ¿No hemos venido buscando respuestas a un puñado de preguntas?…
Pero ¿qué podremos preguntar?…
Aguilar se sienta. Busca encender un cigarrillo. Luego fuma despaciosamente.
En las paredes hay varias fotografías de Gardel.
Recuerdos, dedicatorias.
Y allí, como abandonada, como olvidada, ¡pero nunca tan dentro de la vida que sobrevivió a la tragedia!, la guitarra.
¿Qué podemos decir ahora?

Callamos, mientras la presencia intangible nos hunde en silenciosa meditación.
No hay nada que decir… Alguna vez, acaso muy pronto, Aguilar reunirá sus recuerdos, sus anécdotas, su visión fraterna del que se fue.
Nos dirá entonces muchas cosas que se ignoran. Nos contará él lo que nadie ha contado; porque nadie estuvo allí, a su lado, en los años aquellos en que Gardel culminaba y definía su estupenda personalidad; en los años en que conquistaba a los públicos más extraños y diversos; en los años en que se juntaban en su pecho las añoranzas de la patria -barrio, calle, rincón célula mínima en que todo se concreta’ con las satisfacciones del triunfo sin limitaciones.
Y también, junto a él en la labor íntima.
En el ensayo.
En la creación.
En la selección del repertorio. Probando una y otra vez. Buscando en cada estrofa el sentido de la emoción capaz de sacudir a la multitud.
Y en el minuto fatal.

HASTA EL ÚLTIMO MOMENTO

-Estaba escrito que así tenía que suceder… Así tenía que ser…

-¿Fatalismo?…
-Hechos. Tantos años a su lado, ¿cómo no estar juntos aquel día?… Cuando, pasado el tiempo, recuperé el conocimiento, sólo pude hacer una pregunta: “¿Y Carlitos?…” No me dijeron la verdad. Me hubiera muerto… porque no hubiera tenido ni ganas ni fuerzas para luchar contra la muerte que me rondaba… Puedo decir que me escapé engañado… Creí que volveríamos él a cantar y yo a acompañarlo…
(La tarde ha comenzado a teñirse de violeta a través de las ventanas.)

-Después supe la verdad… Y a la vida me había tomado de nuevo entre sus brazos… ¿Qué hacer?… Vivir… Con una pena muy honda; demasiada pena para un hombre solo. Toda mi vida se había orientado hacia él. En el trabajo diario había llegado a comprender muchas cosas… Rasgos de su carácter, de su psicología; gestos de su bondad sin límites… Porque Carlitos era fundamentalmente bueno…

-¿Fundamentalmente bueno?
-Sí, la bondad formaba parte de él mismo… Y de la bondad nacía su culto por la amistad; colocaba la amistad por sobre todas las cosas. Y era generoso, por bondad, por amistad… Porque así como se derrochaba en sentimientos, se derrochaba en bienes… Bienes materiales, que no le importaba poseer… No era eso lo que le atraía. No era eso por lo que trabajaba sin descanso, ascendiendo siempre…

-¿Había llegado a ser muy rico?…
-No… Había llegado a ganar mucho… Se lo cotizaba muy alto… Recuerdo, a propósito…

PARA CONTRATAR A GARDEL

-Fue después de su triunfo en Nueva York… Triunfo extraordinario… Triunfo tanto más grande, cuanto que en aquellos momentos surgía sobre el firmamento de la ciudad de los rascacielos un astro indiscutible: Bing Crosby…
Hay una pausa.
-Gardel había impuesto el tango, el tango-canción, el estilo… Un gran director americano pronosticaba para 1938 su consagración como gran figura de la pantalla… No solamente un cantor excepcional: cantor de un pueblo, de una manera, de un sentimiento. Actor también. Gran actor, de enorme fuerza dramática. Ya hablaremos de eso…
-Sí… ya pondremos en orden los recuerdos…

-Lo que quería contarles es otra cosa... Después de aquellos éxitos, una broadcasting argentina, que ya no existe y que no vale la pena recordar, mandó preguntar: “¿Pedirá mucho Gardel por hacer una temporada?… ¿Tiene muchas pretensiones?”

“OFREZCANLE LA BROADCASTING…”

-La forma en que estaba hecho el sondeo resultaba poco simpática. Y precisamente fue a mí a quien sondearon… Yo respondí:
“-Señores… Carlitos ha cantado hasta por 50 centavos la entrada… Ha cantado por menos… Por 30 centavos… En la Boca… En el Kalisay. Pudieron haberlo contratado muy barato…
“-Bueno… pero, ¿y ahora?…
“-Ahora está ganando 4.000 pesos diarios…
“-Y nosotros, ¿qué podríamos ofrecerle para tenerlo en exclusividad?
“–Y… ofrézcanle la broadcasting… A lo mejor la acepta.”

Aguilar sonríe y comenta:

-Claro… Carlitos no les hubiera contestado así. Era demasiado bueno… Perdonaba todo, hasta los olvidos… Y esto, sin dejar de ser muy hombre, muy entero, muy varón y categórico y definitivo.

-Algo oímos de un director que lo consideraba un futuro gran actor dramático…

-Es verdad… Después de su primera película en Francia, y durante su actuación en Nueva York, comentamos su trabajo de intérprete… Carlitos nunca había representado, ni en el teatro ni en el set… El era cantor y nada más… Así se sentía, y así lo decía el mismo…

-Pero en la película fue un verdadero actor…

-Claro que lo fue… Es que él mismo parecía no darse cuenta de que cuando cantaba estaba interpretando… Estaba viviendo pasiones, emociones… Que cada palabra que salía de sus labios iba acompañada de un gesto, lleno de expresión y humanidad… Por eso era extraordinario su éxito y el alcance de la emoción que transmitía…

-¿Qué dijo el director?…

-Lo vio en una exhibición de aquella película… Lo vio luego en el escenario… Y nos aseguró categóricamente: “No tengan la menor duda… Para 1938, a más tardar, Carlitos Gardel será considerado un astro de la canción y de la interpretación dramática. Superará todo lo que conocemos”.

Era un tiempo en que algunos actores latinos triunfaban en Hollywood. Y Hollywood se preparaba para abrirle sus puertas de par en par y llevarlo por todo el mundo.

Y TAMBIEN BING CROSBY

Naturalmente, un recuerdo trae otro. Y el recuerdo que asoma es el de un comentario de Bing Crosby.

-¿Conocía a Gardel?…

-Lo había escuchado…

-¿Lo impresionó?

-Gardel impresionaba siempre… Podía o no entenderse el tango, su sentido, la manera personal y única de Gardel… Pero cualquiera que fuera la nacionalidad del público, se emocionaba… Además, cuando se canta así, se universalizan las emociones y los sentimientos…. Dejan de ser argentinos (sin dejar de serlo) para ser humanos… Y eso explica el comentario de Bing Crosby…

-¿Cuales fueron sus palabras?…

-Nos dijo, según mis recuerdos: “Lo único que yo ambicionaría sería cantar para Nueva York como Gardel canta para Buenos Aires”.

-Juicio definitivo…

-Es claro… La suprema ambición de todo intérprete de canciones populares consiste en alcanzar esa perfección que había alcanzado Gardel cantando lo suyo, lo de su pueblo, lo que le era propio... Era el camino que aspiraba a seguir Bing Crosby… Y no titubeaba en decirlo… También él tenía la sencillez de su grandeza…

EL MONUMENTO A CARLOS GARDEL

Hacemos una pausa, abriendo un paréntesis en esta charla que hemos de continuar más adelante…

Ahora queremos hablar del monumento a Gardel.
La idea surge del propio Aguilar.
Recordamos que hace unos días se ha cumplido el décimo quinto aniversario de la muerte de Gardel y que en esa fecha, por primera vez desde la tragedia de Medellín, Aguilar accedió a salir de su casa para ir hasta la tumba de Carlitos.

-Allí, junto a esa tumba, he hablado por primera vez de esta idea que desde hace tiempo me apasiona… La ciudad le debe a Gardel un monumento… Un monumento que debe nacer del pueblo que tanto lo recuerda, que tanto lo quiere, que tan alto lo ha colocado en su devoción y en su memoria…

-¿Hay algo concreto o proyectado al respecto?…

-Voy viendo amigos… Pidiendo el apoyo espiritual de su adhesión y la ayuda física de su colaboración en el trabajo… Así he visto a hombres como don Santiago Roca, o don Ricardo Vacarezza… Y muchos otros… No interesa la profesión… Interesa simplemente que quieran ayudar en el trabajo… Que comprendan que éste debe ser un esfuerzo en el cual participaremos muchos, tomando trabajo y responsabilidades con absoluto espíritu de sacrificio y desinterés…

-¿Piensa que será difícil la tarea?…

-Pienso que el pueblo responderá unánimemente… Que no habrá vacilaciones… Pero hay que encauzar esa inmensa masa de voluntades: encauzarlas y darle formas de realidad…

-Seguiremos hablando…

-Seguiremos, sí… Porque Gardel es algo más que un tema. Es una pasión popular.

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Revista Antena de 1960

EL MONUMENTO A GARDEL SERA LA EXPRESION DE LA VENERACION DEL PUEBLO A SU CANTOR

JOSE MARIA AGUILAR TRABAJA AL PAR EN SUS MEMORIAS Y EN LA ORGANIZACION DE ESTE GRAN HOMENAJE POPULAR

El pueblo quiere a sus poetas, a sus cantores, a sus músicos…A todos aquellos que, de un modo u otro, hablan a su corazón, conmueven sus sentimientos, interpretan su vida…

Cuando José María Aguilar -el compañero inseparable de los últimos años de Gardel- nos habla del monumento que ya le han levantado en sus sueños de amigo y que propicia con todo el derecho que le da la posición que ocupara al lado del hombre, cuya voz sigue emocionando a millones de seres, transfigura.

Parece que, levantando el rostro hacia una altura imaginaria, en una esquina, en una plaza, viera la figura de Gardel, tal como era en vida; así como en Chiclana nos sale al paso, con la pesadumbre de sus tristezas bohemias, la figura de ese otro dueño del corazón popular: Florencio Sánchez.

EL MONUMENTO A GARDEL

¿Cómo ha de ser el monumento a Gardel?… Cuando una iniciativa como ésta florece en el corazón y en la mente de quien se siente obligado a perpetuar en bronce o mármol la efigie de un amigo, que a la vez lo fue, con intimidad nacida de su penetración emocional, de todo un pueblo, no hay quien permanezca indiferente. Y no hay quien no crea necesario sugerir algo.

El monumento a Gardel tendrá millares de colaboradores espontáneos en este sentido. Y no hay que ver en ello un peligro para la idea original. Por el contrario, será una demostración más de cómo el pueblo quiere a quiénes, como Gardel, saben ganar un sitio en su corazón.

Unos propondrán que se le vea de pie: otros, querrán simbolizar la tragedia, y otros desearán que esté en actitud de cantar, pulsando la guitarra. El número de proyectos será interminable. Pero habrá uno sólo para realizar. Ese, cualquiera que sea, no será otro que el que resuma lo fundamental de la idea: será, simplemente, el monumento a Gardel.

LO QUE NOS DICE AGUILAR

-Ya saben ustedes que desde que ocurrió la tremenda desgracia he permanecido alejado de las demostraciones que periódicamente se hacían a la memoria de Carlitos. Y es cierto, como se ha destacado, que recién hace un mes, al cumplirse el decimoquinto aniversario de la tragedia de Medellín, donde me cupo el triste privilegio de sobrevivir en medio de un dolor que el tiempo no ha mitigado, me atreví a ir al cementerio. No lo había hecho… porque no me sentía con fuerzas para aproximarme a la tumba del amigo, del compañero… Del hombre que fue, para todos los que trabajábamos con él, algo más que un jefe… Porque deben saber que Gardel era como el comandante de ese grupo de argentinos que, llevando nuestras canciones, dábamos la vuelta al mundo… Nadie ha olvidado que Gardel llevó el tango tanto a París como a Nueva Cork, y que en todas partes supo imponerlo, acaso porque el tango es una exteriorización de pueblo, y los pueblos siempre se entienden los unos a los otros…

-¿Y cómo surgió en usted la idea de patrocinar este monumento?…

-Son muchos los motivos que me han impulsado a exponer esta idea a un grupo de amigos, primero, solicitando su colaboración. Recuerdo que alguien me sugirió que debía formarse una comisión de artistas de los más populares, porque ellos, indudablemente, atraerían fácilmente la adhesión popular. Yo contesté -sin valorar a nadie en menos, pero sí creyendo decir una verdad- que esto no era necesario… Algunos artistas se han encargado de decírmelo ellos mismos… ¿Qué nombre puede ser necesario para atraer al pueblo a colaborar en una iniciativa si ya está por delante el nombre de Gardel?… Ese nombre levanta multitudes… Y nadie se atrevería a suponer que para obtener el apoyo del pueblo haya necesidad de otro nombre que ese: Carlos Gardel.

-Cierto… Es así… Sin embargo, habrá que dar forma a la organización del homenaje.

COMISIONES A FORMARSE

-En eso hemos pensado con los amigos, con quienes he conversado y continúo manteniendo conversaciones… En principio creemos que habrá necesidad de dos comisiones. Una comisión honoraria, que de las necesarias garantías de responsabilidad a todo lo que se haga, y, naturalmente, una personalidad, también responsable, que entienda en el manejo financiero. Aparte de esta comisión habrá otra, de carácter ejecutivo. Una comisión ágil, que asuma la parte directa del trabajo, que lo cumpla con eficacia y sin pérdidas de tiempo.

Estas dos comisiones deberán trabajar en perfecta armonía, compenetradas la una de la otra. Quienes supongan que la contribución popular ha de afluir de inmediato y que no será necesaria forma alguna de propaganda, más que la simple difusión de la idea, tendrán razón. Pero está en nuestros propósitos lograr que en este monumento se encuentre presente la voluntad y el afecto de todo el país. Es decir, que no sólo contribuya el pueblo de Buenos Aires. Que contribuyan también las provincias y territorios. De todas partes, desde el más lejano pueblo patagónico al más distante villorrio norteño, debe llegar esa contribución. El monumento será de este modo una obra colectiva; un esfuerzo de todos. Y tendrá, por lo tanto, mayor significación; puesto que representará, sin lugar a dudas, el sentimiento de una población que quiere testimoniar a un artista como lo fue Gardel, su admiración, perpetuando su memoria.

“YO NO PUEDO EQUIVOCARME”

Es tanto el entusiasmo, más que entusiasmo, pasión, que pone Aguilar en sus palabras, henchidas de fe en la respuesta que el pueblo dará, llegado el momento, a este llamado para levantar el monumento a Gardel, que le escuchamos en silencio, respetando su firmeza.

-Yo no puedo equivocarme -nos dice luego de una pausa- en cuanto a la forma en que el pueblo concurrirá para hacer efectivo esto que ha sido un sueño largamente acariciado y meditado…

Y viendo que le escuchamos esperando palabras, nos dice:

-Suelo salir a la calle… Yo no soy nadie… Un guitarrista, un amigo de Carlitos… Pero tuve, como les dijera hace un rato, el triste privilegio de estar allí, en Medellín… De salvar la vida de entre las llamas que consumieron a nuestro querido Carlitos. Y me encuentro a cada paso con ojos que me observan, que me reconocen… Oigo que a mi espalda, dicen mi nombre… Y, en muchos casos, he llegado hasta las lágrimas cuando alguien -que no olvida a Carlitos- me estrecha entre sus brazos, quebrándosele la voz en un sollozo… Yo sé que no es a mí a quien abrazan los que así lo hacen. Yo sé que no es por mí por quien se estremece llorosa la muchacha que no me conoce… Yo sé que todo eso es por Carlitos… Yo soy una sombra… una evocación, acaso, del que se nos fue tan trágicamente, como maravillosamente había vivido. Por eso, digo que no puedo equivocarme con respecto a la adhesión que el pueblo dispensará a la idea de levantar un monumento que sea digno de él y que además de formas dignas y permanentes a esa inmensa flor de afecto con que se rodea su nombre en todo momento…

LOS GRANDES AMIGOS DE GARDEL

-Hay un puñado de amigos, de grandes amigos de Gardel… Amigos respetuosos de su memoria… Amigos que lo estimaron en vida, lo lloran en su muerte, lo recuerdan siempre… Esos amigos también tendrán parte en esta iniciativa… Es natural que así sea. Ellos, mejor que nadie, podrán decir la palabra oportuna, dar el asesoramiento adecuado. Habrá que elegir asimismo un artista de estrecho contacto con el pueblo. Que comprenda al pueblo y que comprenda esta pasión popular por alguien que no fue más que un cantor… Y digo “no fue más que un cantor”, pudiendo decir; y fue todo eso… “¡un cantor!” Porque la significación de estas palabras está al alcance de cualquier comprensión. Cantores y poetas tienen muchos nombres, conservan su recuerdo, porque ellos han alcanzado un don extraordinario; el más difícil de conquistar: el don de decir por ellos lo que ellos sueñan, sienten, añoran o desean…

Aguilar no oculta la vehemencia que insensiblemente va poniendo en sus palabras. Comprende que le escuchamos, siguiendo paso a paso sus palabras, y se detiene.

-Me dejo llevar por estas cosas… por estos sentimientos. Pero es que no puedo hablar de Carlitos de otra manera. No podría hablar en un tono frío, indiferente. Ustedes comprenden…

Y, efectivamente, comprendemos.

LOS QUE NO LO CONOCIERON

-Hay también -nos dice luego Aguilar-, millares de jóvenes que no conocieron a Gardel. Es fácil comprenderlo. Eran niños cuando ocurrió la terrible desgracia. Ahora son hombres, han crecido oyendo hablar de Gardel, han sabido sus anécdotas, de sus hechos más diversos. Y, luego, lo han escuchado… Lo escucharon gracias a la técnica, que salvó su voz, perpetuando sus canciones. Y se ha dado el caso de que sean fieles y devotos defensores de su nombre, entusiastas y admiradores de su manera de cantar. Hablan de Gardel como de algo que les perteneciera. Alguien a quien hubieran conocido y tratado íntimamente. Saben todo lo que es posible saber de su vida, tienen sus discos, y no solamente los tienen, sino que son sus favoritos, por encima de cualquier otra preferencia. Esta generación de admiradores, también tendrá su participación en nuestro homenaje. Y no será -estoy seguro de ello- la menos entusiasta, ni la menos generosa.

A todo esto no hemos hablado aun de sus memorias, de sus recuerdos. Porque, como anunciáramos, Aguilar está poniendo en orden los mil y un episodios de su vida junto a Gardel, que habrá de confiarnos para que los lectores de ANTENA sean los primeros en conocerlos. Pero esto, naturalmente, es tema mucho más amplio, más extenso. Y hemos de comenzar con él desde nuestra próxima edición.

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Revista Antena de 1950

YO ACOMPAÑE A CARLOS GARDEL

Por José María Aguilar

El guitarrista que compartió la vida luminosa del cantor, hasta el minuto de la tragedia.

COMO LLEGO A BUENOS AIRES “EL INDIO AGUILAR” TRAIDO DE LOS MONTES ORIENTALES POR UN AMIGO

José María Aguilar es el único sobreviviente de la tremenda tragedia de Medellín. Pudo escapar del avión envuelto en fuego cuando las llamas habían hecho presa de carne: Salvó providencialmente. Diecisiete años atrás se había unido a Carlos Gardel y desde entonces anduvo con él por todas partes, compartiendo luchas y triunfos.

Pocos hay, acaso nadie, que pueda narrar la vida del inolvidable jilguero criollo con mayor sinceridad y exactitud. Ahora escribe sus memorias y ANTENA tiene el privilegio de la primicia, comenzando en este número una serie de capítulos de apasionante interés, en los que menudean anécdotas desconocidas aun para el público.

Debía estas páginas a la memoria de Carlos Gardel, en cuya vida artística y en cuya amistad fraternal -fruto de un corazón generoso- ocupé un lugar que evoco constantemente, resistiéndome aun, a pesar de los años transcurridos, a aceptar como cierta la infinita desgracia que tanto nos conmoviera.

Haciendo el balance de mi vida, en este crepúsculo que me anuncia la noche, llego a la conclusión de que hay un puñado grande de días y más días transcurridos al lado de aquel muchacho admirable; porque muchachos éramos -con el corazón en primavera- cuando nos reunió la vida; y a su lado seguí, acompañando su voz con mi guitarra, hasta el instante mismo en que el fuego nos abrazó en sus llamas, en injusto holocausto rendido a la fatalidad.

Percibo también que en el transcurso de los años que llevo vividos, son aquellos -los que pasé a su lado- los más ricos en hechos y alternativas, que pueden interesar a alguien que no sea yo mismo. Porque yo no me engaño: he de habla de mí, naturalmente, en estas páginas, porque es preciso saber quién era yo, de dónde venía y cómo llegué al lado de Gardel. Pero lo cierto es que yo he muerto un poco: he desaparecido, en cierto modo, también allí, entre las llamas, el día aciago de Medellín. Y comenzando a ser, simultáneamente, este otro personaje, entristecido hasta la médula de los huesos, aunque siga mirando de frente a la vida. He comenzado a ser, para todos y en todas partes “el guitarrista de Gardel”, es decir, alguien que -guitarra en mano- acompañaba su voz, del mismo modo que acompañaba su vida por los derroteros del mundo, de ciudad en ciudad, de escenario en escenario, compartiendo ilusiones, esperanzas y alegrías. Porque fueron aquellos años los más intensos y admirables de su existencia artística.

Triste privilegio el mío es éste de recordar. Pero crea el lector que es mi único consuelo; y que no de otro modo que de consuelo han de servirme estas páginas, dedicadas a todos cuanto quisieron y admiraron a Gardel. Es decir, a todo un pueblo; a ese pueblo grande del Río de la Plata, en ambas orillas y más allá de sus márgenes. Porque no hemos de ser tan egoístas como para reservarnos para nosotros la emoción de sentirle nuestro, pues también otros pueblos se emocionaron con él, abriendo su camino a la gloria.

Y permítame el lector… Dejo aquí de templar, y vamos…


Índice (Para ir a cada capítulo, haga clic sobre el triángulo rojo)

Capítulo I - Quien soy y de donde vengo
Capítulo II - La primera audición por radio

Capítulo III - Festejando mi incorporación
Capítulo IV - Rumbo a París
Capítulo V - La popularidad de Carlos Gardel
Capítulo VI - Preparando la presentación
Capítulo VII - Una tarde inolvidable con Gardel en París
Capítulo VIII - La popularidad seguía a Gardel en las noches de París


CAPITULO I

QUIEN SOY Y DE DONDE VENGO

-Y usted ¿quién es?…

En el campo suele hacerse esta pregunta. Que no ofende ni molesta a nadie.

Es natural que se quiera saber, cuando alguien toma la palabra, en una reunión, quién es y de dónde viene.

Sólo se enojan los que no pueden decirlo.

Y ése no es mi caso.

Hecha la pregunta, yo contestaría:

-Me llamo José María Aguilar y soy de Montevideo, donde nací allá por el 1891… El 7 de mayo de ese año, para ser más exacto…

-¿Hijo de don Francisco?…

-Efectivamente. Hijo de don Francisco Aguilar, muy criollo mi padre, y de doña Cecilia Porras Soca. Y si quieren saber si tuve estudios, les diré: teniendo seis años -flor de criatura- ingresé con mi hermano, llamado Francisco como mi padre, en el “Instituto Verdi”, de Montevideo, patrocinados ambos por el entonces excelentísimo señor Presidente de la República, don Máximo Tajes.

CON LA GUITARRA EN LA MANO

Después de algunos años de estudio en el “Instituto Verdi”, nuestro padre vino a buscarnos y nos llevó con él. En ese tiempo yo había aprendido a tocar la guitarra. Algo más aprendí después con mi padre, y así fue cómo, casi sin darme cuenta, me encontré haciendo vida de artista… Yendo de pueblo en pueblo, tocando y cantando.

Esto fue algo así como nacer con la guitarra en las manos.

¿Si me gustaba aquella vida?… Cuando se tiene devoción por la música, se quiere el instrumento elegido y además éste no ha sido elegido por casualidad o por capricho, todo lo que se le de es poco.

Era mi destino, o la voluntad de Dios, que tomara ese rumbo. Y no estuve nunca descontento.

PAYANDO CON GABINO EZEIZA

Tocando la guitarra y cantando anduve, pues, por los pagos orientales.

Eran los años de Gabino Ezeiza, de Casaux, de Lavalleja, Peña, Vázquez y muchos otros…

En el Paso del Molino nos reuníamos a celebrar veladas criollas, como se usaba entonces… Allí estábamos, entre aquellos maestros de la payada y el contrapunto, los dos chicos Aguilar. Recuerdo que Gabino me había hecho unos versos para que yo los cantara… Decían así, más o menos:

“Atención pido, señores
si me quieren escuchar.
Estoy dispuesto a cantar
la escala de un payador.
Y principiante cantor
que he llegado a conocer
el paso voy a ceder
a quien merece la palma.
Estando herido en el alma,
yo debo condescender”.

También mi padre solía componerme algunos versos para que yo los cantara. De entre ellos hubo uno que decía así:

“Sé que me falta cultura,
pero Gabino me advierte
que debo mostrarme fuerte
aun cuando soy criatura.
No tengo literatura
y conozco que al cantar
muchos me podrán tachar
el metro y el consonante…
Señores, soy principiante,
yo no sé versificar.”

Aquellas veladas se prolongaban por horas. A menudo se hacía la una de la madrugada, cuando emprendíamos el regreso a casa con mi padre. Al llegar oía a mi madre:

-Pero, Francisco… ¿Cómo vuelves recién con esta criatura?… ¿No ves que no es ahora de que ande un chico cantando por ahí?…

-¿Qué le voy a hacer?… A él también le gusta…

Y era verdad que me gustaba aquello.

Y así seguimos, hasta que un buen día salimos a recorrer el país. Los dos hermanos, con nuestro padre. Después mi hermano se casó y seguimos solos, hasta que finalmente él también me abandonó… No por su gusto… Murió.

PASANDO LAS MIL Y UNA

No tenía coas que hacer en la vida que tocar la guitarra y cantar. Seguí, pues, adelante; fui por Artigas, llegué hasta el Brasil… Sin experiencia, muy jovencito, es natural que pasara las mil y una.

En Artigas me puse en relación con mi padrino, el mayor José María Castro, que había sido designado comisario del lugar… El me dio una mano… Pero al cabo de unos meses yo andaba por Río Grande, tocando y cantando. Más adelante volví para Montevideo y regresé a casa de mi madre; había salido criatura y volvía mocito.

Estuve quieto un tiempo; pero ya acostumbrado a aquella vida andariega, no pude contenerme mucho tiempo, y un día salí nuevamente a recorrer el país con mi guitarra.

Fue por ese tiempo que, en mis andanzas encontré a alguien que habría de ser uno de mis más grandes amigos: a Valentín Echenique; lo encontré en Mercedes. Me escuchó tocar y me instó para que me fuera con él.

Echenique era hacendado; tenía una estancia a unas leguas de Mercedes, donde nos habíamos encontrado en un asado.

Acepté su ofrecimiento y me fui con él. Pensé que sería por algunas semanas… Pero me quedé a su lado. Pasaron ocho años…

-¿Que hice durante tanto tiempo?

Muchas cosas.

En primer lugar aprendí los trabajos del campo. Aprendí a enlazar, a domar. Terminé de hacerme hombre. Y empecé a mirar la vida con otros ojos…

MI LLEGADA A BUENOS AIRES

Un buen día, en una fiesta que se celebraba en Dolores, me encontré con un afamado guitarrista -y para mí, la mejor guitarra del mundo en su estilo-, don Mario Pardo.

Cuando me oyó acompañar, me invitó para venir a Buenos Aires.

-Allá -me dijo- hay muchas oportunidades… Y con un poco de suerte te podés labrar un porvenir…

Yo estaba en dudas.

Además me apenaba mucho la idea de separarme de mi amigo Echenique, que tan buen amigo había sido. Pero tampoco iba a quedarme para toda la vida en la estancia.

Pardo, por su parte, me insistía:

-Yo me voy para Buenos Aires… Venite conmigo y no te vas a arrepentir…

Terminé por acceder. Y en 1916 llegaba a Buenos Aires.

MI PRESENTACION EN BUENOS AIRES

Al día siguiente de estar en Buenos Aires, nos alojábamos, con Pardo, en una finca de la calle Alsina al 2400; me dijo un amigo:

-Indio… Esta noche van a venir a escucharte unos señores…

A todo esto, Mario Pardo me había pintado a los amigos que iban a concurrir esa noche, como un indio de verdad, con “pelo en la espalda y púa en el talón”. Y les había dicho:

-Es un indio, pero, acompañando con guitarra, es lo más grande que he conocido…

Eran las 10 y 30 de esa noche, cuando entró Pardo en mi habitación a buscarme, diciéndome:

-Ya están aquí; vamos a ver cómo te portás…

Y asomándome a la sala, dijo desde la puerta

-Aquí viene el indio…

Pardo se hizo a un lado y yo quedé de pie en la puerta.

-Buenas noches, señores… -dije, y nadie me respondió. Un gran silencio acogió mis palabras. Todas las miradas estaban fijas en mí. Y luego, una carcajada general.

La impresión que me produjo aquello fue… medio desfavorable.

Lo que ocurría es que yo estaba vestido de “smoking”, con camisa dura, zapato de baile y peinado con gomina…

Ese era el indio…

Entre los visitantes estaba uno que, volviéndose a Pardo le dijo:

-¿Este es el indio?… No, Mario… Este es un “gentlemen”.

Aquel visitante era don Domingo H. Roca, a quien vi entonces por primera vez.

Estaban presentes, además –entre los que recuerdo por sus nombres-, Mariano Villar Sáenz Peña, Rufino Luro, Rocha Blaquier, Vicente Madero y algunos más.

Pardo me dijo:

-Sacá la guitarra y vamos a tocar algo.

Tocamos algunos tangos, y las felicitaciones -lo digo porque así fueron las cosas- resultaron unánime, especialmente para el indio.

Es que Pardo les había hecho creer en serio que yo era indio.

-Lo encontré por allá, por Dolores, en unos montes… Tuve un trabajo bárbaro para arrancarlo de la selva…

La reunión duró muchas horas. Hasta la madrugada. Se cantó, se tocó, prometiendo Pardo que haríamos otras tenidas “con el indio Aguilar”.

PROFESOR EN HOGARES PORTEÑOS

Aquellas relaciones me abrieron un nuevo camino, y las puertas de muchos hogares porteños, comenzando a dar lecciones de guitarra.

Fueron alumnas mías, por aquellos años, y excelentes alumnas por su afición a la guitarra, las señoritas Mercedes e Isabel Elortondo Anchorena,, las de Steigman, Urquiza Frías, Susana y Cora Frers, la marquesa de Salamanca, Lynch de Grondona, Susana Rodríguez Larreta y Dora Alvear, Perla Quintana de Sánchez Elía, las señoritas de Vivot, de Salas Anchorena, los señores Nicolás Achával, Rocha Blaquier, Alfredo Méndez (hoy juez de sentencia en la Capital Federal), Fernando y Rosita Carabassa del Carril… No puedo recordar todos los nombres; pero calculo que en aquellos años fueron no menos de 70 entre alumnas y alumnos.

NUESTRO DEBUT EN EL EMPIRE

Por aquel tiempo también comenzamos a actuar y hacer teatro con Mario Pardo. Recuerdo que debutamos en el Empire, que entonces era una sala de categoría, ubicada en la esquina de las calles Corrientes y Maipú. A causa de nuestras relaciones con tantas familias, en las cuales teníamos entrada por ser profesores de guitarra, el público que concurría era muy numeroso; muchos de nuestros alumnos y alumnas iban a las funciones a escucharnos.

Algún tiempo después, ya con algún cartel, adquirido en esta actuación, y con más experiencia, resolví formar un cuarteto que fue el primer Cuarteto Nacional de Mujeres; naturalmente, nos separamos con Pardo, que no tomaba parte en esta iniciativa.

Aquel cuarteto no duró mucho tiempo; se desvincularon de él dos de sus integrantes, las señoritas Quiroga del Carril, y entonces formé un nuevo conjunto con Nunzziatta, Monsalve e Iriarte.

Una noche en que actuábamos en el Porteño, alguien vino a decirnos: -Atención muchachos… ¿Saben quién está en la sala?…

No nos podíamos imaginar quién sería. La sala estaba llena… Y el informante agregó:

Está Carlos Gardel, que ha venido a escucharlos…

Si más no recuerdo, era el nuestro el primer cuarteto masculino que se presentaba en el escenario vistiendo “smoking”.

ESCUCHANDONOS MUTUAMENTE

Como he anotado antes, nosotros trabajamos en el Porteño, a donde venía Gardel a escucharnos. Nosotros por nuestra parte, íbamos a escuchar el dúo Gardel-Razzano, que entonces actuaba en el teatro Esmeralda, hoy teatro Maipú.

No era aquella la primera vez que yo oía a Gardel.

Ya había tenido oportunidad de escucharlo en el Pigall de Montevideo, allá por el año 1917, a donde lo había llevado contratado el empresario Barquitta.

Sin embargo, según he de contar después, no fue hasta 1920 que nos conocimos personalmente. Pero debo seguir el orden de mis recuerdos.

Después de escucharnos, Gardel incorporó a su número a dos guitarristas: Guillermo Barbieri y José Ricardo (El Negro). Como he dicho, yo iba a menudo a escucharlo cantar.

Entretanto, en nuestro cuarteto también hubo novedades. Después de unas cuantas temporadas en distintas salas, “El Chilenito” se separó y se fue rumbo a su patria. Nunziatta, por su parte, enfermó; dejó de actuar y no volvimos a vernos. La vida tiene estas cosas.

Une a unos, separa a otros.

Yo, deshecho el cuarteto, formé otros números; y por aquel tiempo acompañé al dúo Vega-Díaz -que grababan para la casa Víctor-, siendo aquel el primer dúo nacional llevado al disco.

A raíz de mi trabajo con Vega-Díaz. la casa Víctor resolvió contratarme para que ejecutara solos de guitarra.

Estaba, por decirlo así, en el comienzo de mi carrera. Este era el primer capítulo de mi vida; vida de andanzas por las tierras orientales…; vida de tocar y cantar de pueblo en pueblo…

Ahora la ciudad me envolvía llena de promesas, como me lo había anticipado Mario Pardo cuando fue a sacarme de Dolores…, acaso no de la selva, como dijera él, pero sí de la tierra a la que estaba adherido con alma y vida.

¿Qué habría de ser de mí en Buenos Aires?… La urbe porteña crecía ya entonces desmesuradamente.

Sus calles se iluminaban en las noches con resplandores de tentación.

Y yo estaba en medio de todo eso soñando, queriendo, ambicionando ser alguien y llegar a alguna parte.

Tenía un camino por delante… Había que recorrerlo…

 

MI PRIMER ENCUENTRO CON GARDEL Y NUESTRO PRIMER ENSAYO EN LA CASITA DE JEAN JAURES

Ofrecemos hoy a nuestros lectores el segundo capítulo de las memorias escritas por José María Aguilar, en las que relata, paso a paso, los pormenores de su primer encuentro con Carlos Gardel, cuando en septiembre de 1928 se incorpora al conjunto del inolvidable cantor, para acompañarlo en sus interpretaciones.

CAPITULO II

LA PRIMERA AUDICION POR RADIO

Después de haber estado grabando solos de guitarra para la Víctor, un buen día me plegué al dúo Feria-Italo, que venía de Montevideo.

Debutamos en el teatro Nacional, con don Pascual Carcavallo. Y en una breve actuación me sentí cada vez más confiado en mí mismo, aunque en realidad, esto no era otra cosa que fruto de la experiencia que iba adquiriendo.

No pasó mucho tiempo para que volviera a quedar solo. Aquellos buenos amigos se separaron después de su actuación en el Nacional.

¿Qué camino tomar?… Era necesario, simplemente, esperar que se presentara otra oportunidad.

Así ocurría entonces, con suma frecuencia, con los artistas.

Y la oportunidad no tardó en presentarse.

Un día se me acercó un señor tendiéndome la mano y dándome su nombre:

-Debo hablar con usted… Soy Enrique Del Ponte…

-Estoy a sus órdenes, señor… ¿De qué se trata?

-De lo siguiente, señor Aguilar… ¿Estaría dispuesto a actuar por radio?…

Para mí, aquello era algo nuevo. Un montón de pensamientos pasaron en un instante por mi cabeza. Pero se trataba de una oportunidad, indudablemente… No tenía idea de cómo sería aquello, pero respondí:

-Cómo no… No tengo inconveniente…

Dejamos convenidos algunos detalles y, en definitiva, fui contratado para tocar en una transmisión que se hacía desde el Plaza Hotel, y que tengo la impresión que era la primera emisora que salía al éter.

¿Recuerdos de mi debut en radio?…

Cuando miro hacia el pasado, no puedo menos que sonreír…

TRES VECES “IL TROVATTORE”

Debuté tocando “Il Trovattore”. ¿Por qué?… Porque se trataba de una audición de categoría que debía tener el carácter de un concierto.

Empecé, pues, con “Il Trovattore”, y al finalizar, comenzó a sonar el teléfono.

Pedían que se repitiera el número. El señor del Ponte me indicó que debía hacerlo, y yo accedí. Repetí “Il Trovattore”.

Al finalizar, por segunda vez se abrió la puerta de la sala desde donde transmitíamos y un caballero, que no recuerdo por su nombre, se acercó a del Ponte y a otras personas que estaban presentes, manifestándoles con gran entusiasmo que debía bisar el número…

-Estamos aquí, escuchando con unos amigos. Nos darán una gran satisfacción si hacen que el señor Aguilar vuelva a tocar…

¿Qué se podía hacer?

En la actualidad bisar un número por radio es algo increíble. Pero en aquel tiempo las cosas eran de otro modo. Recién comenzaban.

Toqué por tercera vez “Il Trovattore”.

A continuación ejecuté “Recuerdos de la Alhambra”, de Tárrega y “Manuscrito árabe”, de don Manuel de Falla…

Apenas hubo terminado la audición, me llamaron para pagarme.

-Aguilar… ¿Cómo quiere cobrar?… ¿En liras o en moneda nacional?…

-Como ustedes deseen… Para mí es lo mismo.

No recuerdo bien, pero me parece que fue cosa de 120 pesos lo que me pagaron. Y, naturalmente, en moneda nacional.

OSVALDO VALLE, SPEAKER

Después de unas cuantas audiciones en el Plaza Hotel, terminé mi compromiso y fui a acompañar al dúo Pelaia-Italo.

Debutamos en la emisora. L.O.Y., actual Radio Belgrano.

Los señores dueños de la emisora, en ese entonces, eran los señores Barros y Blanco.

Tengo un recuerdo imborrable de nuestra audición inicial.

Actuaba de speaker, anunciando las audiciones, el señor Pablo Osvaldo Valle.

El tiempo habría de hacer que nos volviéramos a encontrarnos muchísimas veces en las más diversas alternativas.

También tuve oportunidad durante esas audiciones en la que después fuera Radio Belgrano, de conocer a uno de los dúos más famosos del Río de la Plata. Me refiero al que integraban Magaldi y Noda.

Nos hicimos amigos entonces; fuimos compañeros de trabajo y seguí su trayectoria con admiración y simpatía.

De L.O.Y. fui a tocar a Radio Nacional, que estaba instalada en la calle Estados Unidos: allí conocí a un periodista y escritor, de la redacción de ANTENA, que se encontraba instalada en la calle Bartolomé Mitre. Creo que fue el primer periodista que se ocupó de mí, dedicándome un artículo en su revista.

JUNTO A SEIS GRANDES NOMBRES

Continué actuando, de teatro en teatro, de cine en cine y de radio en radio…

Durante los años siguientes, fui acompañante de grandes figuras.

Sus nombres lo dicen todo:

Azucena Maizani, Libertad Lamarque, Príncipe Azul, Alberto Vila, dúo Gómez-Vila y dúo Irusta-Fugazot.

Ya mi guitarra -si no yo- era conocida. Y supongo que estimada por quienes la buscaban para hacerse acompañar en sus interpretaciones.

Mientras tanto, el haber acompañado a tantos intérpretes de tanto valor en su distinta modalidad, me había proporcionado una mayor experiencia. Me sentía seguro de mí mismo… Pero naturalmente, no consideraba de ninguna manera haber alcanzado el lugar que ambicionaba.

ME OFRECEN TRABAJAR CON GARDEL

Ya he recordado que en la vida del artista tienen mucha influencia los altibajos proporcionados por las oportunidades, que llegan y se van.

En ese tiempo, mucho más que ahora, la vida estaba llena de alternativas.

Un día se estaba en la gloria. Se ganaba bien y se gastaba mejor.

Dejemos estas reflexiones…

Lo que ocurrió, sacudiendo mi vida y dándole un rumbo nuevo, fue lo siguiente. Y trataré de relatarlo, paso por paso, tal como aconteciera.

Era una tarde del mes de septiembre Es decir, primavera…

Yo estaba parado en la esquina de Lavalle y Suipacha. Tenía en un bolsillo del pantalón 25 centavos.

Estas cosas suelen suceder. Y son muy naturales.

En eso oí una voz conocida que me decía

-¡Pero amigo Aguilar!… ¿Por dónde ha andado metido?… Está igual que Admunsen, perdido…

(En esos días se había perdido el famoso explorador y cada día llegaban noticias desalentadoras; las expediciones enviadas en su busca regresaban sin haberlo encontrado.)

-¿Perdido?… Por aquí no más he andado…

-Bueno… Yo lo buscaba para esto… ¿No le gustaría trabajar con Gardel?…

-¿Con Gardel?.. Trabajaría hasta gratis…

CIEN QUE SE HACEN TRESCIENTOS

Hablamos unos minutos más.

-Carlitos lo ha escuchado… Le parece que andará bien acompañándolo… De modo que si en principio está conforme, mañana mismo puede empezar a ensayar…

Todo quedó convenido con estas palabras. Y recuerdo que Razzano, mirándome, me dijo de improviso:

-A propósito… ¿Tiene plata?…

Yo vacilé un segundo y en seguida contesté:

-Sí… cómo no… Ando bien…

Volvió a mirarme Razzano y ahora me dijo:

-En ese caso… ¿No me podría prestar cien pesos?…

Yo acariciaba las moneditas que tenía en el bolsillo del pantalón. ¿Cómo salir del paso?…

Pero Razzano, hombre ducho y que se había dado cuenta de todo, se rió de buena gana y llevando una mano al bolsillo del chaleco sacó varios billetes de cien. Hizo un rápido aparte y me ofreció trescientos pesos.

-Tome, hombre… Y no se preocupe. Y ya sabe… Váyase mañana a lo de Gardel, con la guitarra… Ya sabe donde vive, en la calle Jean Jaurés. Carlitos lo va a esperar a las 4 para ensayar…

MI ENCUENTRO CON CARLITOS

Al día siguiente, a las 4 de la tarde, en punto, tocaba yo el timbre en la casa de Gardel, en la calle Jean Jaurés.

El mismo Gardel en persona, en mangas de camisa, salió a recibirme.

-¿Cómo te va, Indio?… ¿Te encontraste por fin con Razzano?… Entrá… Hacé de cuenta de que estás en tu casa…

Al oír que me llamaba Indio le dije:

-Ya veo que está al tanto del asunto… por lo de Indio…

Se rió, contestándome:

-Mario Pardo me pasó el santo…

Entretanto ya estábamos en la casa. Allí me encontré con Ricardo (El Negro) y Barbieri.

Barbieri, mirándolo a Ricardo, después que nos saludamos, le dijo:

-Ahora sí que vamos a sentir lo que es tocar la viola…

Como les ocurre a todos los recién llegados, yo no sabía qué terreno pisaba y si aquellas palabras iban en serio o no.

A todo esto, me dijo Gardel?

-Bueno… pelá no más la viola y a ver si nos hacés escuchar algo…

MI PRIMER ENSAYO CON GARDEL

Sacamos las guitarras y recuerdo que la primera canción que ensayamos fue el “Ay… ay… ay”, de Pérez Freyre.

Esa canción me valió un aumento de trescientos pesos.

Tengo que explicar cómo ocurrió.

Apenas habíamos comenzado a ensayar yo paré la guitarra.

Gardel, sorprendido, se volvió y me dijo:

-¿Qué te pasa?… ¿Por qué parás la viola?

-Carlitos… Estamos mal. Aquí vienen dos tonos diferentes de lo que estamos haciendo… En mi menor, dominante de fa sostenido…

Gardel me escuchó sin decir palabra. Dudó un segundo y luego, con un gesto característico de su mano derecha, extendida con la palma hacia abajo, me dijo:

-Un momentito…

Y se fue hacia el teléfono. Discó un número y preguntó por Eduardo Bonessi, que era, como se sabe, maestro de canto… Cuando Bonessi vino al teléfono, Carlitos habló:

-Che, Eduardo, decime… Cuáles son los tonos correspondientes del “Ay… ay… ay”, si lo canto en re mayor…

Luego escuchó en silencio la respuesta, diciendo de vez en cuando: Ajá… ajá… Por último le dio las gracias a Bonessi y volvió donde estábamos nosotros y dirigiéndose a Barbieri y Ricardo les dijo:

-Este sabe… Hagan como hace el Indio…

El ensayo siguió, sucediendo varias canciones.

Cuando terminamos, Carlitos me llamó aparte y me dijo:

-Bueno Indio… Yo había hablado de darte 600 pesos mensuales… Pero, como vos sabés… te voy a dar 900… ¿Estás conforme?…

Yo no cabía en mí de contento. Y se lo dije:

-Nunca me habían pagado tanto…

Se río Carlitos y, como consejo, me dijo:

-Pero no lo digás, hombre… Hacete valer… Si te achicás sos hombre muerto…

-Es que es la primera vez que gano 900 pesos…

-Bueno… está bien… ¿Y estás contento de trabajar conmigo?… La radio y los discos van a ser aparte…

-Cómo no voy a estar contento…

-Me alegro… Y estás en libertad… hasta mañana a las 4, que seguimos… A no fallar… Ah… Otra cosa… Cuando necesités “vento” pedile a Razzano o a mí….

FESTEJANDO MI BUENA SUERTE

Salí de lo de Gardel con Ricardo y Barbieri y fuimos hasta la calle Corrientes, donde tomé un auto… En aquel tiempo tomar un auto no era cosa de todos los días: pero yo estaba en la gloria… Hasta le di cincuenta centavos de propina al chofer, cuando llegamos a los “36 billares”.

Allí me encontré con unos cuantos amigos que al verme me hicieron saber su alegría: ya estaban enterados de que me había hecho llamar Carlitos y, claro está, era una satisfacción muy grande para todos los que me estimaban. En seguida se armó una mesa: estaban alrededor mío Luis Sienra Caxaravilla (El Gordo), don Alfredo Gopsi y Víctor Galieri… Todo se volvió felicitaciones y felices augurios…

Después del aperitivo fuimos a cenar y más tarde volvimos a escuchar allí mismo, mientras tomábamos café, la gran orquesta de Pedrito Laurenz…

A todo esto la mesa se había agrandado. Y entre los que estaban conmigo festejando mi incorporación al lado de Gardel, recuerdo a Rafael Iriarte, el pibe Ernesto, Famá, Néstor Feria, Italo Goyeneche, Cadícamo, Sciammarella, Pagés, Pesoa y otros.

Recuerdo que esa noche regresé a casa al amanecer.


INDIO... ¡NOS VAMOS A PARIS! -ME DIJO GARDEL LLENO DE JUBILO-
¡LES VAMOS A ENSEÑAR EL TANGO!

CAPITULO III

FESTEJANDO MI INCORPORACION

Para todos mis amigos y más ampliamente para todos cuantos me conocía, el hecho de haberme incorporado al grupo de Gardel era consagratorio. Y como la gente suele ser generosa y sabe alegrarse con la fortuna ajena (no todo es egoísmo y mezquindad), claro está que los festejos por mi buena suerte no terminaron en un día ni en una noche.

Aparte de la repercusión que tuviera en el centro, es decir, en la calle Corrientes de aquel entonces, también en el barrio la noticia causó sensación. Al día siguiente ya sabían algunos amigos; y los vecinos no tardaron en enterarse y entonces llovieron los pedidos:

-Tráigalo a Carlitos…

-¿Cuándo lo va a hacer venir al barrio?

Les parecía la cosa más fácil. Y no dudo de que Gardel los hubiera complacido, si eso hubiera sido posible.

Las muchachas, desde luego, no eran las menos interesadas en que Gardel fuera a mi casa y que allí pudieran conocerlo personalmente… hablar con él…

Ya su personalidad se agrandaba por todo Buenos Aires, en un anuncio de lo que habría de ser andando el tiempo.

LA AMISTAD CON FRANCSICO MASCHIO

Sacar a Carlitos de su esfera, de sus distracciones habituales no era imposible, pero sí difícil…

Ya en aquel tiempo le gusta mucho la Avenida Vértiz.

Todos sabemos lo que es eso.

Había mucha amistad con don Francisco Maschio, de quien guardo uno de mis mejores recuerdos por su bondad y hombría de bien. Hablando de don Francisco podríamos usar la expresión del que dijo: un criollo caballerazo. Y lo era.

Con Carlitos se profesaban gran afecto. Ya he de hablar de algunas fiestas en lo de Maschio, a donde me llevó Carlitos, donde él cantaba con gusto -porque se sabía entre amigos- y donde yo lo acompañé con mi guitarra.

No hubo nunca una nube entre ellos.

Maschio admiraba a Carlitos como cantor y como hombre.

“AÑORANZAS” Y “TENGO MIEDO”

Al día siguiente de nuestro primer ensayo con Gardel, y después de haberme dado el alegrón de comunicarme que ganaría un sueldo con el que yo no había soñado y que lo debía en mucho a su generosidad, fui para continuar ensayando a la casa de la calle Jean Jaurés, como se llamaba entonces.

Después del ensayo me preguntó Carlitos:

-¿No tenés alguna composición tuya, Indio, a la que le tengas fe y que te pueda cantar en mi repertorio?…

Le respondí que sí.

Y de inmediato pensé que era otro gesto de Carlitos; porque una composición cantada por él estaba destinada al éxito.

-Tengo un par de cosas… Un vals, que he titulado “Añoranzas” y un tango, cuyo título es “Tengo miedo”, en colaboración con Celedonio Flores, el autor de “Mano a mano”…

-¿Y no tenés alguna otra cosa?

-Sí, Carlitos… Pero como sé que los fox-trots no te agradan, no te hablaba de uno que he compuesto y que se llama “Manos brujas”… Lo terminé hace poco…

-No importa… Agarrá la viola y tocame esas tres cosas… Vamos a ver qué tal son…

Me escuchó en silencio y cuando terminé, lo último tocado era “Manos brujas”, me dijo:

-Mirá, Indio… Te aseguro que son tres monumentos… Vamos a ensayarlos, porque pienso cantar los tres números…

-Y así fue. Ensayamos “Añoranzas”, “Tengo miedo” y “Manos brujas”. Gardel cantó aquellas composiciones y las tres se convirtieron en otros tantos éxitos… Es que su interpretación era siempre excepcional, distinta… Sabía dar a los versos una entonación y un sentido como no he vuelto a escuchar, a no ser en sus discos…

Ahora, que han pasado tantos años, recordando sus palabras, “son tres monumentos”, pienso que parece cosa del destino que andando el tiempo venga a ser yo quien -con tanta pasión como pongo en la tarea-, sea quien trate de que se haga realidad la idea de un monumento popular a su memoria…

MI DEBUT CON CARLOS GARDEL

Gardel era muy cuidadoso de la preparación de sus números. Eso lo pude comprobar durante los ensayos. Era exigente consigo mismo y, al mismo tiempo, era exigente con sus acompañantes.

No creo que nunca haya ido a debutar sin la seguridad de haber puesto de su parte todo el estudio necesario. Cuando escogía una canción lo hacía después de escucharla muchas veces, tratar de encontrar sus posibilidades de éxito o de repercusión popular, en la emoción del público.

Pasaron pues varios días antes de que tuviera lugar nuestro debut; su debut mejor dicho, ya que nosotros éramos simplemente sus acompañantes.

Fue en el “Majestic”, de la calle Lavalle (hoy “Paramount”), y de más está decir que resultó todo un suceso.

Creo que aquella temporada, en esa sala, constituyó uno de los pasos decisivos en la carrera ascendente de Gardel, que por esos años tomó un ritmo vertiginoso.

El público demostraba su entusiasmo reclamando nuevos números. Pedía un bis y otro, sin contenerse ni tener en cuenta si la garganta de Gardel podía soportar un esfuerzo semejante.

Pero, ¿qué se podía hacer?

De pie, aplaudiendo, reclamando otro tango, los espectadores no querían abandonar la sala. Y esto era cosa de todos los días…

Naturalmente, el suceso trascendía por toda la ciudad y cada vez era mayor el número de los que concurrían a verlo, de modo que se agotaban las localidades. Gardel estaba muy contento, y lleno de proyectos y perspectivas, pues llovían los ofrecimientos de todas partes.

Sin embargo, no se dejaba seducir por la primera oferta.

Es que Carlitos tenía sus planes trazados.

Y tenía una mira.

París.

LA GRAN NOTICIA

Una tarde -estaba llegando a su término la temporada que hacíamos en el Majestic-, Gardel me dijo:

-Quedate un rato a la salida. Vamos a tomar algo y te voy a dar la gran noticia…

Estuve todo el tiempo intrigado.

-¿Qué podía ser?

Posiblemente, pensaba, algún nuevo contrato.

Cuando terminó la función lo esperé a Carlitos. Y apenas se me acercó me dijo:

-Vení…, escuchá…

Y mirándome a la cara me lo dijo:

-¿Nos vamos a París?…

-¿A dónde?…

-A París, Indio…

-Yo creía que a la confitería París…

-¿Estás loco?… A la Ciudad Luz, nada menos… Es un sueño, viejito…

Y luego me preguntó:

-Y a propósito… ¿vos “manyás” algo de francés?…

-Sí… algo hablo…

-¿Qué sabés decir?

-Y…, se decir: “bon jour”, “a tout aler” y “bon soir”.

Gardel, que estaba contentísimo, se mataba de risa, porque mi pronunciación, debía ser una calamidad.

-No importa… ya te vas a defender… Y comenzá a preparar tus cosas…, porque la “picamos”…

Para comprender nuestra emoción y nuestra alegría es necesario saber o recordar lo que en aquellos años significaba París para los porteños…

Era una tentación, lejana, pero una tentación… No se podía pasar la juventud sin haberse escapado a París, a conocer la ciudad que se nos hacía maravillosa a la distancia.

Y además… Ir con Carlitos, con su voz maravillosa, acompañarlo… Llevar nuestras guitarras criollas a la gran urbe cosmopolita… Hacer conocer el tango, los estilos, las zambas…

Realmente, nos parecía un sueño.

Y como entre sueños fuimos haciendo los preparativos.

Y ZARPAMOS RUMBO A PARIS

En septiembre de 1928 yo me había ido con Gardel: la temporada del “Majestic” se prolongó durante octubre. De modo que fue allá, por los primeros días de noviembre, creo que el día 3, cuando nos embarcamos en el “Conte Verde”.

Había muchísima gente amiga en el puerto. Sobre todo, muchos amigos y admiradores de Carlos. Nuestros familiares querían subir a bordo; querían ver cómo íbamos a ir instalados. Recuerdo que cuando subíamos la planchada, muchos subieron detrás de nosotros, colados.

Carlitos, muy tranquilo, abría paso diciendo:

-Tutti siamo pasagieri…

Su buen humor hacía que en la despedida se mezclaran las risas y las lágrimas. Porque, en el fondo, en el momento en que íbamos a zarpar, nos dolía en el pecho la idea de alejarnos de la patria, rumbo a tierras extrañas.

Y así fue como, de improviso, a pesar de la resolución de nuestro ánimo y de todo lo que alardeábamos de varones, se nos humedecieron los ojos. Y el pañuelo de la despedida, cuando las voces de las sirenas anunciaban la partida, también estaba húmedo… Sal de las lágrimas, anticipo de la sal del mar que íbamos a cruzar, algunos por primera vez…

Llevábamos con nosotros un equipaje sentimental: equipaje que se traducía en emociones.

Muchos como ya he dicho, iban a ver el mar por vez primera. Eran muchachos porteños, adentrados en la propia ciudad, con el alma untada de esa ternura que da a nuestros barrios una definición inconfundible.

Además, para todos, era la realización de esa esperanzada posibilidad de llegar un día a París. Hacer que las voces y las guitarras de Buenos Aires se escucharan allí, en aquella capital del mundo, que era para el pensamiento de todos, la Ciudad Luz.

No podría definir todo lo que había en nosotros en el momento de la partida.

Cuando la proa del “Conte Verde” enfiló hacia la salida de nuestras aguas, volvimos automáticamente la cabeza; primero hacia el muelle donde quedaban los amigos. Luego hacia la ciudad.

¡Buenos Aires!… ¿Cómo decirte adiós?… ¿Cómo despedirse de él?…

Con lágrimas en los ojos, únicamente.

   


GARDEL, MADRUGADOR Y METODICO HACIA SUS EJERCICIOS A BORDO DEL “CONTE VERDE”, EN EL QUE IBAMOS A PARIS

Brindamos hoy a nuestros lectores el IV capítulo de las memorias de José María Aguilar. Penetramos ya en terreno que nos parece historia de ayer. Este viaje de Carlitos Gardel a París señala el comienzo de una consagración que bien pronto habría de alcanzar proporciones mundiales. En el capítulo de hoy están bien señalados y observados todos los detalles, lo que le da un valor documental cada vez más interesante.

CAPITULO IV

RUMBO A PARIS

Mis lectores habrán de saber disculpar y comprender la emoción que me poseía cuando desde la cubierta del “Conte Verde”, que se alejaba de Buenos Aires, aquel grupo de muchachos argentinos, encabezados por Carlitos Gardel, miraba perderse a lo lejos la ciudad.

¡Buenos Aires!…

Ya he dicho que éramos varios los que salíamos por vez primera rumbo al extranjero.

Allá, en el muelle, habían quedado pedazos de nuestros corazones.

Ibamos detrás de una ilusión. Ibamos conducidos por un infatigable cantor de esperanzas y sueños.

Estábamos viviendo, por decirlo así, el comienzo de una de nuestras canciones.

Y todos callábamos.

¿Qué significaba nuestro silencio?

Carlitos, que tenía toda la responsabilidad de la gira sobre sí, era el más animoso.

El más fuerte.

Recuerdo que lo observaba de soslayo.

El también miraba a Buenos Aires.

No podría decir qué pensamientos estaban en ese momento en su mente. Pero sí puedo decirles que el rostro grave, un ligero pliegue alrededor de los labios, los ojos entrecerrados, todo traducía en él voluntad y decisión.

Ahí estuvimos buen rato. Nadie quería pronunciar la primera palabra.

Hubo de ser Carlitos quien saliera de ese estado. Fue como si despertara de un sueño. Suspiró profundamente, y con tono alegre y despreocupado, con el que quería levantar los ánimos, nos dijo:

-Bueno, muchachos… Ya estamos en marcha… ¡Vamos a tomar una copa!…

HACIENDO PROYECTOS

Vueltos a la realidad, lo seguimos al bar.

-Whisky para todos.

A los pocos minutos estábamos mucho mejor. Y Carlitos, naturalmente, se había dado cuenta de ello.

Las conversaciones se animaron y las vueltas se sucedieron.

¿De qué podíamos hablar? Todo era hacer proyectos. París era una obsesión.

Pensábamos en un mundo nuevo que se iba a abrir ante nuestros ojos; otras gentes. Y, además, como todos los muchachos de aquel tiempo, estábamos enamorados del nombre de la ciudad hacia donde íbamos; de su brillo de leyenda.

Carlitos, que era un verdadero director del grupo que formábamos y su jefe indiscutido, por gravitación personal y por el hecho de ser él la base de todo, alternaba la charla risueña, con las observaciones serias y atinadas.

Estaba en todos los detalles. Y se preocupaba por todos nosotros, como un verdadero jefe.

Cenamos, y la reunión de sobremesa se prolongó hasta las dos de la madrugada, hora en que nos despedimos, yendo cada uno a su camarote.

EL LENGUAJE DE CARLITOS

Voy a hacer ahora un paréntesis que le estoy debiendo al lector desde los primeros encuentros con Gardel.

Carlitos gustaba de utilizar en su conversación una cantidad de expresiones que hoy son menos habituales; pulcro en el lenguaje cuando quería serlo, manejaba el argot porteño con absoluto dominio. El lunfardo de hace veinte años no tenía secretos para él.

Y cosa curiosa; no resultaba chocante. Por lo demás, le daba una expresividad y una gracia que impedían toda crítica.

Como es mi deseo que estos recuerdos no estén deformados por ninguna clase de preocupaciones que no sea la de su más absoluta fidelidad, yo respetaré muchas de esas palabras intercaladas en sus frases.

Asimismo Carlitos aparecía hablando formalmente en otros casos. Porque cuando quería serlo, lo era con la más absoluta corrección.

MADRUGADOR Y ORDENADO

Continúo con mi relato.

Al día siguiente de nuestro embarque nos levantamos temprano y fuimos al camarote de Carlitos, creyendo encontrarlo todavía durmiendo o, por lo menos, en la cama.

No fue así.

Ahí conocimos otra de sus características.

Gardel se había levantado mucho antes que nosotros y estaba haciendo sus ejercicios habituales con toda tranquilidad.

-¿Qué tal? -nos dijo-, ¿“apolillaron” bien?…

Todos habíamos dormido a fondo, pues los últimos días, con los preparativos para el viaje, habíamos andado de un lado a otro y estábamos cansados.

Así se lo dijimos, mientras nos instalábamos en el camarote, y el seguía la conversación. Se dio una ducha, hablando a gritos desde el baño; se comenzó a vestir y demostró estar de muy buen humor.

-¡Ya verán como se “morfa”!… Es que realmente es su “debute” este barco…

-Y luego, siempre con gestos y ademanes expresivos:

-A no “lastrar” muchachos…, sino el “smoking” se lo van a tener que poner con calzador… Yo sé porque se lo digo… Vienen unos platos tentadores que hacen echar panza en unos días…

Terminó de vestirse y nos invitó a hacer “footing” por la cubierta. Al dar la primera vuelta nos preguntó si conocíamos al barítono Damiani y a la contralto Nena Juárez, que viajaban en el mismo barco.

No los conocíamos; claro, no eran de nuestra cuerda.

-Cuando lleguemos a la línea los van a escuchar… Se piensa dar una gran fiesta; como hacen siempre… Y les anticipo que también nos han invitado a nosotros para que nos hagamos oír…

Mientras paseábamos observé que los pasajeros intimaban poco unos con otros. Había cierto estiramiento, y así se lo hice notar a Carlitos, quien, riéndose, me dijo…?

-No te preocupés por eso… Siempre ocurre lo mismo al principio. Pero dejá no más que el barco entre a bailar un día de estos, cuando el mar amanezca un poco bravío, y vas a ver cómo en seguida nos conocemos todos… Empiezan a acercarse unos a otros, y todos te preguntan si sabés nadar.

El pronóstico de Carlitos se cumplió justamente a los dos días. Hubo viento, amenaza de temporal y mar de fondo. Y se acabaron los estiramientos; todos amigos y compañeros.

Recuerdo que ese día, entre bromas y bromas, Carlitos, dirigiéndose a unos pasajeros que nos rodeaban, les dijo:

-De todos nosotros, éste -y me señaló a mi- es el que nada mejor… Es como un pez para el agua…

Yo lo miraba sorprendido, y el negro Ricardo me preguntó:

-¿Cierto que sos tan buen nadador?…

Y antes de que le respondiera, lo hizo Carlitos:

-¿Bueno?… ¡Bueno es poco!… Ya les digo que es como un pez… Se tira al agua y si no lo sacan… no sale más…

UN EXITO ANUNCIADOR

Llegó el cruce de la línea y, naturalmente, se realizó la anunciada celebración.

Todos los que eran artistas, o aficionados con algunas condiciones como para actuar en público, tuvieron participación en el programa.

Debo confesar que me sentía un poco nervioso.

El pasaje era más bien internacional. Un público numeroso; más numeroso que en cualquier sala.

-¿Qué impresión causaría Gardel?

Esos días habíamos estado ensayando.

Cuando nos tocó el turno y se anunció a Carlitos hubo una acogida llena de simpatía.

Carlitos cantó primero “Mano a mano”; y siempre recordaré que, para un público tan diverso, fue excepcional la forma en que lo aplaudieron. Se pidió un segundo número, y Gardel entonces accedió y anunció que cantaría mi composición “Añoranzas”.

Era la primera vez que se iba a cantar en público. ¿Debo decir que me emocioné?

Es que “Añoranzas”, cantada por Gardel, era exactamente lo que yo había soñado. Cobraba nuevos matices; nuevos valores. ¿Cómo no iba a convertirse en un éxito, gracias a su voz?… ¿Cómo no iba a tener que estarle agradecido para siempre?

Cuando terminó de cantar y estallaron los aplausos, él me señaló como autor de la composición. Y con su sonrisa inolvidable, me dijo:

-Parate, pues… Es a vos a quien aplauden…

¡Pobre Carlitos!… Así era siempre, en todas partes.

“SEGUI DE “APOLIYO”… ¡SALUTE!…”

Una madrugada, días después, Carlitos vino a mi camarote.

-Agarrá la viola… ¿Vos sabés lo que has hecho?… Escuchá…

Y se puso a silbar “Tengo miedo”, mi tango, que le había gustado mucho. Yo lo acompañé unos compases y luego me detuve.

-¿Vos te das cuenta?… ¡Es brutal!… ¡Lo tengo todo el día en la “zabeca”!… ¡No se me despega!… Como te dije, ¡es realmente un monumento!…

Me pidió la guitarra y lo cantó en voz baja.

Lo cantaba como estudiándolo; como analizándolo. Por último dejó la guitarra, y me dijo:

-Bueno…; disculpá la despertada… Seguí de “apoliyo”… Chau…

Y al cerrar la puerta del camarote, agregó como era su costumbre:

-¡Salute!…

En París habrían de sucederse acontecimientos muy importantes. La Ciudad Luz nos habría de recibir, sí, y a acoger en su seno. Pero como todos los comienzos, el de Carlitos y sus acompañantes no fue fácil. Ya lo veremos.

 


CON GARDEL EN PARIS.
BARBIERI, RICARDO Y AGUILAR EN LUCHA CON EL IDIOMA.
LA TIPICA ARGENTINA DE PIZARRO.

CAPITULO V

LA POPULARIDAD DE CARLOS GARDEL

En el transcurso de nuestro viaje a Europa; y desde los primeros días de nuestra permanencia en París, hubo algo que no puedo menos que considerar extraordinario.

Me refiero al don de Carlitos de popularizarse de inmediato.

Algo había en él que le hacía alcanzar en pocas horas la simpatía y la amistad del público. Y esto sin que hubiera de su parte el menor esfuerzo para lograrlo. Era algo espontáneo que surgía de su presencia.

Ese don le permitió durante el viaje a bordo del “Conte Verde” vincularse con muchas personas que buscaron su compañía y amistad. Y lo mismo sucedió en Francia, según hemos de ver a medida que vaya avanzando en mi trabajo de ordenar estos recuerdos.

¿Dónde residía esta condición de nuestro cantor? Es muy difícil precisarlo. Pero, indudablemente, era algo que emanaba de toda su personalidad; seguramente influían por igual la franqueza y amplitud de su sonrisa, la capacidad para estar siempre de buen ánimo y mejor talante; optimista, jovial, despreocupado de sí mismo y dispuesto a hacer suyas las preocupaciones de los demás; Gardel impresionaba por su capacidad poco común para ser amigo y cordial con todo el mundo.

Creo que era por eso que ganaba simpatías y afectos de inmediato.

NUESTRA LLEGADA A NIZA

En el mismo mes de noviembre llegamos a Niza, donde tuvimos algunas peripecias, ocasionadas en su mayor parte por nuestro desconocimiento del idioma; esto, en cuanto a nosotros, los acompañantes. Carlitos dominaba perfectamente el francés, de modo que se desenvolvía con toda comodidad, sin inconvenientes de ninguna clase.

Nos hospedamos juntos, en un mismo hotel, pero a Carlitos, que tenía compromisos que atender, lo perdimos de vista durante casi todo el día. Vino a vernos a la noche, diciéndonos:

-Bueno, muchachos… Todo marcha perfectamente… A prepararse, que mañana salimos para París…

Uno de nosotros preguntó:

-¿En qué hacemos el viaje?…

Carlitos, como un viejo conocedor, le respondió:

-¿Y en qué querés viajar?… En “tren blue”, viejo.

Esa noche apenas pudimos dormir con la tensión que nos causaba la idea de que al día siguiente estaríamos en París.

EN LA PRIMERA META DEL VIAJE

Todo ocurrió como estaba previsto. A las 10 de la mañana del día siguiente entraba en la estación Saint Lazare el tren que nos conducía.

Han transcurrido muchos años; casi un cuarto de siglo.

Revolviendo cartas y papeles de aquel tiempo, vuelvo a encontrar las huellas de nuestras andanzas.

Vuelvo a ver ese pequeño grupo de muchachos criollos, llenos de ilusiones, de esperanzas, entrando con sus guitarras en una ciudad europea considerada el centro mundial de todas las atracciones.

¿Qué íbamos a hacer allí? ¿Qué íbamos a conquistar?

Si no hubiéramos tenido un jefe -algunas veces le daré este nombre, porque realmente Gardel era un jefe, además de ser un amigo y compañero de todos-, que nos conducía, muchos de nosotros nos hubiéramos sentido intimidados.

La empresa resultaba demasiado grande.

No pretendíamos, indudablemente, conquistar París. Pero pretendíamos poner nuestra música, nuestras canciones, en el lugar que creíamos que correspondía.

Pero…, ya tendré muchas oportunidades de hablar de esto.

Sigamos ahora con el relato.

LA “RUE FONTAINE N° 19”

Al detenerse el tren y abrir las ventanillas, se aproximó alguien a mi y me gritó algo que no entendí, naturalmente.

Tuve, sin embargo, la impresión de que nos decía algo así como “que se callen”…

En realidad, hablaba de “les bagages”, es decir del equipaje.

Sorprendido, me volví a mis compañeros y les dije:

-¿Y a este qué le pasa si todos venimos callados?

Uno de los nuestros, Trigo según creo, se encaró con el individuo, y, usando sus pocas palabras de francés, hizo de intérprete y puso las cosas en claro. Volviéndose, explicó:

-¡Qué callen ni que callen!-… Lo que quiere es ganarse la changa llevando las valijas. Vayan pasándoselas, así, las carga en el automóvil…

A Carlitos lo esperaban algunos amigos y representantes de espectáculos, de modo que fue absorbido por éstos y se separó de nosotros, pues tenía unas cuantas entrevistas que celebrar. Era así, infatigable, y le gustaba estar en todo.

Nos ubicamos en el automóvil y uno de los representantes le dio la dirección:

-Rue Fontaine 19… Hotel Olimpic…

Era nuestra primera dirección en París.

NOS ENCONTRAMOS EN “PALERMO”

Percances como el tuvimos a la llegada, en la estación Saint Lazare, hubieron de ser frecuentes, especialmente en los primeros días.

En el Olimpic se nos hizo difícil pedir alojamiento, arreglar los precios y, sobre todo, hacernos entender qué clase de comodidades queríamos y cómo deseábamos que nos ubicaran.

Todo esto, desde luego, se resolvía en medio de risas y chacotas.

No negaremos que andábamos nerviosos y emocionados y con el pensamiento puesto a cada rato en Buenos Aires.

Pero, había tanto que ver…, se sucedían tan rápidamente los acontecimientos…

Una vez arreglado todo lo referente al alojamiento buscamos un lugar donde quedarnos quietos un rato, tomar un café -la indispensable costumbre porteña del cafecito no nos abandonaba- y repasar nuestras impresiones.

Fue así como caímos al “Bar Costa”, nombre que nos atrajo por su castellano.

Uno de nosotros, que tenía datos al respecto, suministrados acaso por Gardel, dijo:

-Miren… Vamos mejor allí…

Y señalaba otro bar… Era “Le Garron”, al que acababan de cambiarle el nombre, poniéndole “Palermo”.

Como “pajueranos” que éramos en aquel ambiente allí fuimos sin mirar, porque el nombre de “Palermo”, siendo internacional, tenía especial significado para nosotros.

LOS ANUNCIOS DE MANUEL PIZARRO

Allí hubo otra sorpresa. Barbieri, dando un grito, exclamó:

-Miren… muchachos… ¡Miren quién está trabajando aquí!…

Y nos señalaba unos grandes afiches.

-¡Pero si es Manuel Pizarro!

-¡De los nuestros, viejo!

-¡Quiere decir que el tango se corre en París!

Y era, en efecto, así. Se trataba de los anuncios de la actuación de Manuel Pizarro “y su orquesta típica argentina”.

Pizarro fue uno de los primeros argentinos que llegaron con orquesta típica a París.

Para él se había hecho un tango que tuvo su cuarto de hora. Un cuarto de hora largo, de popularidad y de fama.

Estuvimos allí un rato y luego pensamos aprovechar el resto de la mañana yendo a una peluquería.

Ahí comenzaron otra vez las dificultades.

De los que andábamos ese día, Ricardo era el que sabía hablar más francés. Y sabía decir “uit” y “poissons”.

Barbieri y yo nos afeitamos, pero a Ricardo el peluquero comenzó a ofrecerle servicios y Ricardo a contestar a todo que “uit”, con su casi única palabra.

-¿Las manos?

-Sí…

-¿Masajes?…

-Sí…

-¿Fricciones?…

-Sí…

Con todo esto pasaba el tiempo, nosotros ya estábamos listos y Ricardo seguía en manos del peluquero. Creo que fue Barbieri quien dijo entonces en voz alta:

-“Finicella”.

Y el peluquero entendió. A los cinco minutos lo ponía en libertad a Ricardo, que estaba desconocido. Hasta peinado con “Carnaval de Venecia”. Pero la fiesta le costó como 100 francos.

A todo esto, ya era como la una de la tarde, y no habíamos comido. No teníamos que esperarlo a Carlitos, que andaba ocupado. De modo que por nuestra cuenta salimos a caminar en busca de un lugar para comer… Y comer “al uso nostro”. De modo que nada nos parecía adecuado. Mirábamos, y seguíamos de largo, sin entrar en ninguna parte.

Al fin dimos con un restaurante, y Barbieri declaró:

-Ya está… Miren… “Si parla italiano”…

-Macanudo -dijo Ricardo.

Y entramos. Yo pensaba que Barbieri y Ricardo, por ser hijos de italianos, hablaban ese idioma y ya estaba tranquilo. No tendríamos más dificultades. Pero el italiano de Barbieri y Ricardo, era más o menos como nuestro francés.


LA PRESENTACION DE GARDEL EN LA SALA PLEYEL Y SU DEBUT EN EL FLORIDA; CANTANDO EN LA OPERA

CAPITULO VI

PREPARANDO LA PRESENTACION

Entre risueñas incidencias provocadas en restaurantes y hoteles por nuestro desconocimiento del francés –incidencias de las que éramos protagonistas Barbieri, Ricardo y yo-, transcurrieron los primeros días de nuestra vida en París.

Entretanto y disciplinadamente, porque Gardel tenía un extraordinario sentido de sus responsabilidades, estábamos preparando la presentación.

Gardel ensayaba todos los días. Y los ensayos solían prolongarse horas. Cada número era probado una y otra vez: no era que estuviera disconforme con los resultados, sino que siempre trataba de encontrar la manera de hacerlo mejor; de conseguir el mayor efecto posible y obtener de la música o la letra los mejores resultados.

Por su parte Paul Santós, que era quien había contratado a Carlos, también se preocupaba por hacer de la presentación del cantor todo un suceso.

EN LA FAMOSA SALA PLEYEL

Fue así que Paul Santós -propietario del “Florida”, el “Palermo”, el “Embassy” y otras salas y lugares de esparcimiento, de gran prestigio en París en aquellos años- obtuvo la sala Pleyel, tan famosa y tradicional, para la presentación de Gardel.

Se anunció a un intérprete de la canción popular argentina y sus guitarras.

Gardel no quería que se adjetivara alrededor de sus condiciones; siempre fue enemigo de los anuncios en carteles o por radiotelefonía, o en avisos exagerados o demasiado grandilocuentes. Al respecto hay muchas anécdotas, y ya he de contar algunas en el transcurso de estas páginas.

En la sala Pleyel habían sido presentados los más destacados valores musicales y líricos de todos los tiempos.

Gardel constituía una excepción por la naturaleza de sus canciones. Pero se le consideraba como la expresión máxima de una música popular, y se le dio la sala.

Se fijó -recuerdo-, el precio de 200 francos la platea, y de 1000 francos los palcos.

GARDEL CANTA 17 NUMEROS

Llegó el día de la presentación, y desde el primer momento, ya en la sala, tuvimos la sensación de la enorme responsabilidad que habíamos contraído.

Eramos representación de la música popular argentina: no debíamos defraudar el interés de una concurrencia selectísima, que llenaba la sala.

Aparecimos, encabezados por Carlos, vestidos de rigurosa etiqueta. La sala nos acogió con un aplauso de simpatía y en seguida comenzó a desarrollarse el programa…

¡Cuántos recuerdos de aquella hora!…

¡Nuestras guitarras criollas y la voz varonil de Gardel resonando en aquella sala, célebre por tantos motivos!…

Terminó el primer número y estalló una ovación que se prolongó largo rato.

Nos miramos… y suspiramos… Carlitos sonreía ahora, tranquilo, imperturbable. Era, naturalmente, dueño de la situación.

Y siguió cantando.

Y tuvo que seguir mucho más. A cada terminación de un número se repetían los aplausos, y en seguida los gritos: ¡bis, bis, bis!

Carlos tuvo que cantar 17 composiciones esa noche.

¿Para qué agregar más?… La presentación había sido todo un éxito.

EL DEBUT EN EL “FLORIDA”

La presentación -tal como la he recordado a grandes rasgos- conmovió a París, ciudad siempre dispuesta a acoger con cordialidad toda expresión de arte que llega de cualquier lugar del mundo.

Gardel era algo más que una novedad: era para el público de París una expresión auténtica del alma de una gran ciudad latina. ¿Acaso no lo era también Chevalier?…

Pero en esa ciudad de canciones, donde el cantar es una necesidad, donde todo se acompaña con una canción ¿cómo no iba a tener repercusión la presencia de un hombre que llegaba a decir de un modo especial, con una entonación y una mímica igualmente especiales, un tipo nuevo de canción?…

Así se explica que, habiéndose corrido la voz, el debut en el “Florida fuera todo un acontecimiento.

Sala frecuentada por un público internacional, viva expresión del París de medianoche, allí podía encontrarse príncipes hindúes, millonarios americanos, reyes de incógnito -destronados o no-, magnates de la industria y el comercio, artistas célebres, seres de todos los linajes, de todos los oficios y de todas las alcurnias. Unos, bendecidos por el éxito y una fabulosa popularidad; otros, envueltos en el misterio de su propia reserva.

Desde la primera noche Carlos ganó la batalla.

Y se convirtió en una atracción insuperable.

GARDEL CANTA EN LA OPERA

Fueron días de embriaguez, de ensueño, días para ser recordados toda la vida.

Gardel ni se mareaba ni disminuía el significado de su éxito. Sobrio en todo sentido, cada éxito parecía sugerirle nuevas posibilidades, y a veces permanecía horas pensativo, incubando proyectos, de los cuales hablaba entre dientes; de los mismos salía con una invitación:

“-Vamos muchachos… Los invito a tomar una copa… Estamos trabajando demasiado…”

Nosotros adivinábamos detrás de todo eso su esfuerzo por apartarse de los sueños que acariciaba mentalmente.

Había comprendido, sin duda, que el camino que se abría a sus pasos era interminable.

Y así estaban las cosas cuando un día don Luis Pierotti, representante de Gardel, le hizo saber que había una invitación para que presentara su concurso para el “Jour blanche” (Día de la Copa de Leche), participando en un gigantesco festival a realizarse en la Opera.

Gardel aceptó con todo gusto.

Sentía ya que era una de las grandes atracciones del momento.

UN PEDIDO DEL PRESIDENTE

Como he dicho antes, se trataba de un festival gigantesco.

Los artistas se presentaban en el “Puente de plata”, especie de pasarela sobre el escenario, dispuesta de modo que desde todos los puntos de la sala se pudiera seguir su actuación.

Antes de salir Carlos a cantar, se le aproximó un señor.

“-¿El señor Carlos Gardel?…”

Gardel, sonriente como siempre, le repuso en francés:

“-A sus órdenes, señor…”

Y la conversación continuó en francés, idioma que Gardel hablaba perfectamente.

El visitante era un secretario del presidente de la República Francesa, que asistía al festival, y que hacía llegar al cantor argentino su deseo de que incluyera entre sus canciones “El carretero”, de Navas.

Gardel respondió que lo haría con muchísimo gusto, y fue ése el primero de sus números aquella noche.

COMO NOS PRESENTAMOS

No quiero, ni puedo, dejar pasar por alto un detalle muy interesante relativo a la vestimenta que lucíamos esa noche.

Y lo hago, porque cuando aparecimos en el “Puente de plata”, la enorme concurrencia que llenaba la sala estalló en aplausos, en vivas a la Argentina y en exclamaciones.

-¡Les gauchos argentins! ¡Les gauchos argentins!…

Debo aclarar que, en realidad, no vestíamos de gauchos. Vestíamos simplemente de paisanos. No llevábamos chiripá ni las prendas características del atavío gauchesco. Vestíamos bombacha, bota corta, blusa y pañuelo a la espalda. Gardel se presentó todo de negro, con un pañuelo rojo. Nosotros, Barbieri, Ricardo y yo, de gris, con un pañuelo blanco.

LA INTERPRETACION DE “RAMONA”

También, antes de iniciar nuestra actuación, se aproximó a Gardel el barítono Sancranier, y luego de presentarse y saludarlo, le dijo:

-Voy a hacerle un pedido que espero no le moleste… Se trata de lo siguiente. Me complacería muchísimo que no cantara “Ramona”…

Gardel, sonriendo, le preguntó cuál era la razón de ese pedido.

Y Sancranier le respondió:

-Voy a cantar más tarde, poco después que usted, y “Ramona” es uno de mis números preferidos… En otras palabras… es algo así como mi caballo de batalla…

-De acuerdo, entonces no lo cantaré…

Pero después del primer número comenzaron a oírse voces pidiendo que cantara “Ramona”. ¿Qué ocurría?… Que Gardel había cantado “Ramona” -que estaba de moda- en el “Florida”, donde se lo pedían todas las noches. Y en la sala había gente que lo había escuchado, que quería volver a oírlo.

Gardel anunció otro número. Y lo cantó. Pero al terminar, recrudecieron los pedidos por “Ramona”.

¿Qué podía hacer?… El público clamaba por el número solicitado y Gardel no podía cantar otro, pues insistían…

Finalmente, tuvo que acceder y cantó “Ramona”.

Recuerdo que fueron seis los números que cantó. El que actuó más de todos los artistas, pues la mayoría hizo dos o tres números.

Cuando se retiraba, volvió el barítono Sancranier y le dijo:

-Yo le había pedido que no cantara mi número… Ahora, después de usted, ¿qué voy a hacer yo?…

-Pero viejito… Vos lo cantás mejor y lo cantás en francés… Yo lo mandé en criollo… No te hagás mala sangre…

 

UNA TARDE INOLVIDABLE CON GARDEL EN PARIS, MIENTRAS CAIA LA NIEVE Y SUS CANCIONES EVOCABAN LA PATRIA

CAPITULO VII

Son tantos los episodios que vienen al recuerdo desde los días en que acompañábamos a Carlos en París, que se hace difícil elegir entre ellos los que han de ir quedando en estas páginas.

Ya he relatado en el capítulo anterior cómo se hizo la presentación de Gardel, y posteriormente su debut en el Florida. También he recordado aquella participación de nuestro intérprete único en el grandioso festival realizado con asistencia del presidente de la República -que le hizo pedir “El Carretero”, con uno de sus secretarios- y que se efectuó a beneficio de la Copa de Leche (Le Jour Blanc).

También intervino Gardel en un festival realizado con fines de beneficio para ayudar a las víctimas de una catástrofe ocurrida por aquellos días en España.

En todas estas actuaciones -y en todas partes- se hizo notoria la estimación y simpatía conquistada por Gardel y la creciente popularidad que lo acompañaba.

En cuanto a su actuación en el Florida, era todo un éxito.

Hacíamos una entrada a la una de la madrugada, que era la hora de más categoría y que reunía a un público distinguidísimo, en el cual figuraban conocidas figuras internacionales y muchos sudamericanos.

EL ENCUENTRO CON DOMINGO TORTEROLO

Por aquellos días se encontraba establecida en París una figura que todos los lectores han de recordar: Domingo Torterolo.

Ya sabemos cuánto era el entusiasmo de Gardel por el turf; y es de imaginar la satisfacción con que me dijo una noche:

-¿Sabés quién viene esta noche?…

Y como yo lo mirara interrogante, explicó:

-¡Mingo!… Me ha mandado saludar y decirme que vendrá a darme un abrazo.

Y así fue, en efecto.

Esa noche, en una mesa del Florida, estaba Domingo Torterolo con un grupo de amigos. Fueron los más entusiastas con Gardel durante sus números; pidieron bis; insistieron. Sus aplausos revelaban a los criollos, que se emocionaban con la música y las canciones nuestras.

Cuando Gardel dejó de cantar vinieron las invitaciones.

Tuvimos que ir a la mesa de aquellos amigos, y allí, delante de todo el mundo. Gardel fue recibido con abrazos por todos.

Estas cosas pueden parecer sin importancia… Evocadas a lo largo de los años, vuelvo a sentir su emoción. Es que nos unía a todos, en tierra que no quiero llamar extraña, pero que no era la nuestra, algo que estaba por encima de muchos otros sentimientos.

Nos sentíamos hermanos.

En cada abrazo abrazábamos a la patria lejana, pero nunca olvidada.

OTROS AMIGOS Y ENCUENTROS

Desde aquella noche Domingo Torterolo anduvo muy a menudo con Gardel, yendo juntos a una y otra parte y, en especial, a los hipódromos.

Pero hubo muchos encuentros parecidos con argentinos y americanos. Así, era frecuente que llamaran a Gardel desde alguna mesa.

-¡Son compatriotas!…

Este anuncio, hecho también con simpatía por el maitre, decidía a Gardel a aceptar las invitaciones.

¡Cómo no ir a tomar una copa con amigos argentinos o uruguayos!… Y más ampliamente aun… ¡sudamericanos y basta!…

Gardel era agasajado de este modo todas las noches.

Recuerdo, entre otros nombres, los de los señores Cañas, Alzaga Unzué, Devoto, Bonorino, Sasián, Santamarina y muchos más.

Una noche le llamaron desde una mesa en la que se encontraban la señora Mercedes Santamarina y el conocido magnate boliviano Patiño, a quien acompañaba su esposa.

Quisieron que fuéramos todos y nos agasajaron con verdadera cordialidad.

CON EL PIANISTA RUBINSTEIN

-¡Ha venido Rubinstein a escucharte!

Uno de nosotros, informado minutos antes, fue quien le dio la noticia a Gardel.

-¿El del piano?…

Y en seguida, reaccionando:

-Ahora va a saber lo que son violas…

Todo esto con natural buen humor, sin jactancia, pero con una auténtica devoción por su arte, que estimaba y quería y en el cual confiaba.

Y así ocurrió.

El maestro -ya mundialmente famoso- aplaudió esa noche a Gardel y comentó elogiosamente sus canciones criollas.

Como músico que era, había comprendido que aquello que cantaba Gardel era la expresión sentimental de un pueblo; que tenía un sentido y un contenido. Y siendo de otra esfera y de otras disciplinas, no vaciló en felicitar a Carlos por sus interpretaciones.

UNA TARDE DE NIEVE EN PARIS

Amigos míos, lectores: tengo aquí, en la habitación donde voy hilvanando estos recuerdos algo que es como una reliquia para mí.

Voy a hacer un paréntesis para explicar de qué se trata.

Hay algo de Gardel en esta reliquia.

Y evoca una tarde lejana; una tarde de nieve en París. Una tarde vivida con el corazón puesto, por sobre el mar y la distancia en la imagen del terruño natal.

Tarde de evocaciones y de nostalgia.

Tarde de añoranzas.

Trataré de contarlo…

Habíamos encontrado, una noche -como a tantos amigos sudamericanos que iban a escuchar a Gardel- al doctor Alberto Guani, miembro de la embajada uruguaya en París, más tarde ministro y vicepresidente de su patria.

Con él fuimos un día a la embajada, invitados a almorzar.

CANCIONES Y AÑORANZAS

Después del almuerzo nos reunimos en una sala cuyas ventanas daban a uno de los bulevares; veíamos caer la nieve, espectáculo nuevo para muchos de nosotros. El doctor Guani, como dueño de casa obsequioso y gentil, nos brindaba un coñac que era un sueño.

Pero así y todo, algo velaba la satisfacción de disfrutar de aquella cordial intimidad.

Gardel lo dijo.

-¿Que pasa muchachos?… ¿Nos estamos poniendo tristes?…

-Es que todos estamos pensando en lo mismo…

-En la patria…

-Es que tira… Esto es muy lindo, claro, pero aquello es lo nuestro…

El doctor Guani sugirió entonces:

-¿Por qué no nos canta algo, Gardel?… Haremos de cuenta que estamos allá, sintiéndolo…

Gardel no respondió. Se puso de pie y, mirándonos a nosotros, nos dijo:

-Las violas, muchachos…

NADA MÁS QUE UN VALS CRIOLLO

Hubo movimientos de sillas. Se hizo un lugar y quedamos en una esquina de la sala, dispuestos a comenzar; afinamos y miramos a Gardel…

Y algo me sacudió el corazón dentro del pecho cuando Gardel, en voz baja, nos indicó: -“Añoranzas”…

¡Mi vals!… era lo que había elegido Gardel para aquel momento; y agaché la cabeza sobre la guitarra. Comenzamos a tocar y la voz de Gardel se elevó, limpia, sonora, llena de emoción, diciendo los versos:

El cielo helado mató las flores
que florecieron en mi rosal.
y de los tiempos de mis amores
solo y desierto está el barandal…
Está en el patio la misma fuente
que mis canciones logró escuchar,
pero a su vera, con voz doliente,
el cruel invierno viene a cantar…

Reinaba un silencio impresionante. Todos los presentes estaban como ensimismados, mientras Gardel seguía cantando:

Las golondrinas que ayer tejieron
su amante nido lleno de amor,
se consultaron… y ya se fueron
hacia otros climas de más calor.
Los copos blancos van sepultando
todo lo hermoso, todo el amor,
y ya en las almas está cantando
la musa triste, la del dolor.

Cuando terminó de cantar no hubo aplausos. Muchos se pusieron de pie, algunos ocultando el rostro, y vinieron a apretar nuestras manos.

Fue un momento inolvidable.

LOS QUE ESTUVIERON ESA TARDE

Un vals criollo –nada más que un vals criollo- había tenido la fuerza de emocionarnos… Pero es que nos había transportado hasta nuestros viejos patios en alas de una añoranza.

Surgió entonces la idea de hacer que algo quedara de aquel momento.

Y en una hoja de papel, destinada a quién sabe qué posibles documentos diplomáticos, se escribió esta página que cuelga de la pared de mi habitación, encuadrada entre dos cristales. Dice así:

“En la Legación del Uruguay, mientras afuera los copos sutiles de nieve cantan la divina canción del invierno. En la sala, donde brilla una gentil hospitalidad, Carlitos Gardel, sacudiendo lo más hondo de nuestra fibra sentimental. Y de pronto, “Añoranzas”, que ha llegado a nuestros espíritus, de los cuales también nuestras golondrinas han partido a buscar más calor. Y porque es así, porque nos hemos sentido hermanados en la belleza, en el dolor y en la esperanza, es que presentamos al autor las mejores rosas de nuestra admiración”.

Y allí están las firmas, para recuerdo de los que participaron de esa reunión, una tarde de nieve en París, con el pensamiento puesto en la patria lejana; son las firmas de: Alberto Guani, A. Rocafonsseca, M. Saavedra, N. J. Villagrán, Carlos Gardel, Guillermo Barbieri, Juan J. de Molina, Carlos M. Martínez, Guillermo Buadas, Alberto Cuestas, Adolfo Sienrra, Domingo Torterolo, José Ricardo… Al final firmé yo también con la pluma temblándome entre los dedos: José María Aguilar.

Y… ¿por qué no decirlo?… gran parte de la emoción de aquel día se la debíamos a Carlos.

Episodios como este, hubo muchos. Tanto en París como en otros lugares del mundo, por donde pasamos juntos, llevados por el afán de Carlitos en su incesante divulgación de nuestra canción popular. Pero no he de alterar el orden de mis recuerdos… Ya irán apareciendo esos episodios cuando llegue el momento.

La emoción, en todo cuanto hacía, tenía caudal inagotable.

De esa emoción participamos todos. Y acaso ¿no fue de su parte un gesto inolvidable para mi cantar aquella tarde precisamente mi vals “Añoranzas”?… En todo era así; sabía ser generoso, hasta del don de su voz insuperada.

 


LA POPULARIDAD PERSEGUIA A GARDEL EN LAS NOCHES DE PARIS OBLIGANDOLO A SATISFACER EL PEDIDO DE ¡QUE CANTE! ¡QUE CANTE!

CAPITULO VIII

No es malo querer algo y decirlo; no hay jactancia ni exceso presuntuoso en la manifestación de un anhelo; y en Gardel era un anhelo confesado desde el primer momento imponer el tango en París.

Recuerdo que antes de partir nos dijo:

-¡Muchachos!… Vamos a enseñarles lo que es el tango… Lo van a bailar todos… Y lo van a cantar…

Ya había sentido París las notas de nuestro tango.

Ya había sentido la queja de los bandoneones y el bordonear de las guitarras.

Ya había escuchado voces gauchas, tan enteras y varoniles como todo lo que arranca de nuestra tierra, con autenticidad de brote criollo. Pero el tango seguía siendo una curiosidad.

LA ORQUESTA DE MANUEL PIZARRO

He hecho mención, al pasar, en un capítulo anterior, a la orquesta de Manuel Pizarro, a la que encontramos actuando en el café “Le Garrón”, que ya para entonces había cambiado su nombre por el de “Palermo”. Allí iban muchos argentinos y sudamericanos; compatriotas que sabían lo que era el tango y que buscaban ese lugar porque, naturalmente, les ayudaba a salvar la distancia que los separaba de la patria.

Pero, justo es decirlo, aunque también iban muchos franceses, no eran éstos mayoría y el tango era para ellos una novedad; lo escuchaban y nada más.

Tal vez esta manera de interpretar lo que ocurría no sea del gusto de todos; pero la verdad es que ésa fue la impresión de aquellos días.

AL TANGO LE FALTABA VOZ

¿Por qué no se difundía el tango en “todo París”?…

La explicación nos la dimos nosotros mismos, después de pensar mucho el asunto.

-¿Les parece, muchachos, que les gustará esto a los “franchutes”?

No era fácil opinar.

A nosotros nos gustaba. Pero nosotros éramos de este lado del mar. Fue, creo que Barbieri, el que encontró la mejor respuesta:

-Lo que pasa es que al tango le falta voz… Una voz como la tuya, Carlitos…

-Eso es otra cosa… No tiene nada que ver…

-Tiene que ver, Carlitos… La música por sí sola no puede abrirse camino… Lo hará cuando la gente le tome sentido al tango… Se dé cuenta de lo que es y quiere decir. Y para eso, nada mejor que oírte cantar… Primero escucharán; si el tango entra, lo bailarán… Ya verás.

Pero Gardel estaba -sin decirlo- más convencido que nosotros.

Tenía fe en el tango. Y sabía distinguir perfectamente entre el éxito que lo acompañaba en las canciones típicamente criollas y las dificultades que tropezaría con respecto al tango.

LA EXPLICACION DE GARDEL

Y tan convencido estaba Gardel de que el tango tendría éxito que una noche, poco antes de nuestra presentación, nos dijo…

-Vean muchachos… Esto tiene que ser una fija… No es únicamente pálpito… Es algo más, mucho más importante… Piensen un momento… Las ciudades se entienden unas a otras… Las gentes, al fin y al cabo, son iguales aquí y allá… Lo que allá se siente con el corazón, aquí también tiene que sentirse… Si Buenos Aires entiende a París, ¿cómo París no va a entender a Buenos Aires?

Y con esta confianza, más que en sí mismo, más que en su voz y en sus inigualadas condiciones de cantor, puesta en el tango, Gardel afrontó el juicio de París.

Y demás está decir que ocurrió lo que todos esperábamos, aun en el caso de los que no lo confesábamos.

PARIS CANTA Y BAILA EL TANGO

El éxito de Gardel fue decisivo; en algunos casos, clamoroso, como ocurrió en el festival de la Opera, donde debió bisar varios números, porque el público de pie insistía en que siguiera cantando.

A los pocos días comenzamos a notarlo. Se oía a transeúntes que no eran argentinos ni sudamericanos, silbar la melodía de alguno de los tangos cantados por Gardel.

Hubo más. Cuando por la noche, después de la actuación de Gardel en el Florida, la orquesta a media luz ejecutaba algún tango, ya no eran solamente los argentinos los que salían a bailar.

Bien pronto en muchos lugares nocturnos de diversión las orquestas intentaron tocar tangos; y los tocaban, claro está. No como entre nosotros, pero los tocaban. Y el público salía a bailar el tango...

REPERCUSION DE LA POPULARIDAD

Todo esto tuvo una inmediata repercusión en la popularidad de Gardel, de los que lo acompañábamos y en general de todos los argentinos.

Para el francés, argentino y tango iban por el mismo camino. Se consideraba imposible que pudiera haber un argentino que no bailara el tango.

Había también una corriente de gran simpatía hacia los argentinos. En ese tiempo eran muchos los que estaban en París y había entre ellos quienes eran figuras muy conocidas y populares.

Nosotros, no obstante, me refiero a los guitarristas, Barbieri, Ricardo y yo, todavía andábamos a mal traer con el idioma.

Entrábamos a un restaurante y al poco rato se sabía quiénes éramos, se nos convertía en objeto de curiosidad, pero a pesar de todo, era un verdadero problema conseguir que nos sirvieran lo que pedíamos... o queríamos pedir.

PESCADO, PESCADO Y DESPUES PESCADO

Parábamos en el Olimpic, y a algunas cuadras había un bodegón típico italiano; Barbieri dijo que él y Ricardo hablaban italiano -no mucho, pero bastante para hacerse entender- y allá fuimos.

Primera sorpresa: en el restaurante italiano todos eran franceses, y el italiano no figuraba en ninguna parte.

Ricardo, más decidido, pidió la lista. Se la trajo el "maitre" y... para qué decirlo, ¡estaba en francés!...

Ricardo, sin embargo, no se abatató... Buscó un rato y, muy decidido, pidió:

-"Poissons"...

Y con la mano hizo señas de que era para todos.

Al rato vino a servirnos una camarera, francesa desde luego, que colocó delante de cada uno un plato con pescado...

Comimos y cuando volvió la camarera Ricardo resolvió:

-Mirá..., esto está bien... No nos metamos en más líos y sigamos con lo mismo...

Y dicho y hecho. Repitió el pedido y vinieron otros tres platos de pescado.

Estábamos en el tercer plato, entre las protestas de Barbieri y mías, cuando pasó otra camarera llevando en una bandeja algo que nos pareció un bife con papas fritas y arvejas.

Verlo Barbieri y saltar desesperado fue todo uno. Y allí, en medio del salón comenzó a explicarle a la camarera que quería también un bife.

¿Qué le dijo?... ¿Cómo se lo dijo?... No podría recordarlo. Pero el resultado fue el siguiente. Al rato vino la camarera trayendo... ¡una porción de queso para cada uno y un sifón de soda!...

Barbieri se dejó caer en su silla, desolado.

EL REPERTORIO DE GARDEL

¿Qué números cantaba Gardel en aquel tiempo?...

Tengo guardados algunos recortes en los que se hace mención; además, ¿cómo olvidar los ensayos, los éxitos de Carlos, las ovaciones con que el público recibía cada uno de sus números?

La noche de su debut, en el Florida, Gardel cantó "Rosas de Otoño", "El carretero", "Tengo miedo", "Manos brujas", "Mano a mano", "Ramona", "Barrio viejo", "Dandy" y "Adiós muchachos"... Muchos de estos números, como siguió ocurriendo después, tuvo que repetirlos una y dos veces. Su actuación, pues, era fatigosa en extremo; pero a Gardel le gustaba prodigarse, dándose por entero al público cuando lo veía entusiasmado.

UNA ACTITUD GENEROSA

Si Gardel no hubiera sido tan generoso y bueno de corazón, como era, si se hubiera dejado llevar por el egoísmo, acaso no hubiera hecho mucho caso de nosotros.

En realidad, él era el éxito. Nosotros, humildes acompañantes.

Sin embargo, Gardel nos colocaba siempre poco menos que a su altura. Jamás se olvidaba de mencionarnos; le importaba más que se dijera quiénes éramos y, en cambio, rechazaba que se usaran adjetivos tratándose de él.

Ya he contado cómo en algunas oportunidades cantó cosas mías diciendo él mismo que yo era el autor, y presentándome como si los aplausos fueran para mí, cuando en realidad eran para él.

Cuando el éxito era mayor, tuvo otro gesto.

Resolvió -y esto lo arregló con su representante, don Luis Pierotti- que nosotros, sus guitarristas, también hiciéramos algunos números, dentro del programa.

Era brindarnos una oportunidad única.

Con Ricardo y Barbieri tocábamos entonces, en las guitarras, algunas piezas de su repertorio, que tenían gran repercusión.

La noche de la presentación en el Florida tocamos los tres "La cumparsita", "9 de julio" y "Re, fa, sí", este último tango de Enrique Delfino que alcanzó un éxito extraordinario.

CANTANDO CON MANUEL PIZARRO

Una noche, al salir del Florida, en pleno éxito, y para celebrarlo, fuimos todos a cenar invitados por don Luis Pierotti, y el dueño de los establecimientos, Paul Santos. A poco de estar en el restaurante se había hecho pública su presencia y comenzaron a pedir que cantara. Aplausos, gritos e insistencia tal, que al final Gardel riéndose y sin terminar de comer se puso de pie.

-Bueno, muchachos... Parece que nos han hecho candidatos... A pelar las violas, a ver si después nos dejan comer...

Canto un par de números y seguimos comiendo. Después de cenar... ¿qué podíamos hacer?... Fuimos al cabaret, al "Palermo", donde estaba trabajando Pizarro... Y allí se armó de verdad...

Había muchos argentinos y sudamericanos... Y en cuanto se supo que estaba Gardel comenzó la gritería:

-¡Que cante!... ¡Que cante!... ¡Que cante!...

Pizarro vino a la mesa y lo invitó también. Y por último lo vimos a Gardel avanzar entre aplausos hasta el palco.

¿Qué les podía cantar?

Les cantó "Mano a mano"... Y aquello fue el desborde. Lo volvió a cantar... Y la tercera vez, sonriendo, con ese don de simpatía que era tan suyo, dijo Gardel:

-Muchas gracias, amigos... Esto me llega al corazón... Ahora creo que me hace falta... tomar una copa y bailar un tango...

Y entre aplausos, a los acordes de la orquesta de Pizarro, salió a bailar solo, con una pareja que seguramente era de Buenos Aires.

Nuestra permanencia en París fue rica en episodios de esta naturaleza. En ellos no debe verse otra cosa que la extraordinaria gravitación de la simpatía de Gardel en el ánimo del público.

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