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CAPITULO
I
QUIEN
SOY Y DE DONDE VENGO
-Y
usted ¿quién es?…
En el campo suele hacerse esta pregunta. Que no ofende ni molesta a
nadie.
Es natural que se quiera saber, cuando alguien toma la palabra, en una
reunión, quién es y de dónde viene.
Sólo se enojan los que no pueden decirlo.
Y ése no es mi caso.
Hecha la pregunta, yo contestaría:
-Me llamo José María Aguilar y soy de Montevideo, donde
nací allá por el 1891… El 7 de mayo de ese año,
para ser más exacto…
-¿Hijo de don Francisco?…
-Efectivamente. Hijo de don Francisco Aguilar, muy criollo mi padre,
y de doña Cecilia Porras Soca. Y si quieren saber si tuve estudios,
les diré: teniendo seis años -flor de criatura- ingresé
con mi hermano, llamado Francisco como mi padre, en el “Instituto
Verdi”, de Montevideo, patrocinados ambos por el entonces excelentísimo
señor Presidente de la República, don Máximo Tajes.
CON
LA GUITARRA EN LA MANO
Después de algunos años de estudio en el “Instituto
Verdi”, nuestro padre vino a buscarnos y nos llevó con
él. En ese tiempo yo había aprendido a tocar la guitarra.
Algo más aprendí después con mi padre, y así
fue cómo, casi sin darme cuenta, me encontré haciendo
vida de artista… Yendo de pueblo en pueblo, tocando y cantando.
Esto fue algo así como nacer con la guitarra en las manos.
¿Si
me gustaba aquella vida?… Cuando se tiene devoción por
la música, se quiere el instrumento elegido y además éste
no ha sido elegido por casualidad o por capricho, todo lo que se le
de es poco.
Era mi destino, o la voluntad de Dios, que tomara ese rumbo. Y no estuve
nunca descontento.
PAYANDO
CON GABINO EZEIZA
Tocando la guitarra y cantando anduve, pues, por los pagos orientales.
Eran los años de Gabino Ezeiza, de Casaux, de Lavalleja, Peña,
Vázquez y muchos otros…
En el Paso del Molino nos reuníamos a celebrar veladas criollas,
como se usaba entonces… Allí estábamos, entre aquellos
maestros de la payada y el contrapunto, los dos chicos Aguilar. Recuerdo
que Gabino me había hecho unos versos para que yo los cantara…
Decían así, más o menos:
“Atención
pido, señores
si me quieren escuchar.
Estoy dispuesto a cantar
la escala de un payador.
Y principiante cantor
que he llegado a conocer
el paso voy a ceder
a quien merece la palma.
Estando herido en el alma,
yo debo condescender”.
También
mi padre solía componerme algunos versos para que yo los cantara.
De entre ellos hubo uno que decía así:
“Sé
que me falta cultura,
pero Gabino me advierte
que debo mostrarme fuerte
aun cuando soy criatura.
No tengo literatura
y conozco que al cantar
muchos me podrán tachar
el metro y el consonante…
Señores, soy principiante,
yo no sé versificar.”
Aquellas
veladas se prolongaban por horas. A menudo se hacía la una de
la madrugada, cuando emprendíamos el regreso a casa con mi padre.
Al llegar oía a mi madre:
-Pero, Francisco… ¿Cómo vuelves recién con
esta criatura?… ¿No ves que no es ahora de que ande un
chico cantando por ahí?…
-¿Qué le voy a hacer?… A él también
le gusta…
Y era verdad que me gustaba aquello.
Y así seguimos, hasta que un buen día salimos a recorrer
el país. Los dos hermanos, con nuestro padre. Después
mi hermano se casó y seguimos solos, hasta que finalmente él
también me abandonó… No por su gusto… Murió.
PASANDO
LAS MIL Y UNA
No tenía coas que hacer en la vida que tocar la guitarra y cantar.
Seguí, pues, adelante; fui por Artigas, llegué hasta el
Brasil… Sin experiencia, muy jovencito, es natural que pasara
las mil y una.
En Artigas me puse en relación con mi padrino, el mayor José
María Castro, que había sido designado comisario del lugar…
El me dio una mano… Pero al cabo de unos meses yo andaba por Río
Grande, tocando y cantando. Más adelante volví para Montevideo
y regresé a casa de mi madre; había salido criatura y
volvía mocito.
Estuve quieto un tiempo; pero ya acostumbrado a aquella vida andariega,
no pude contenerme mucho tiempo, y un día salí nuevamente
a recorrer el país con mi guitarra.
Fue por ese tiempo que, en mis andanzas encontré a alguien que
habría de ser uno de mis más grandes amigos: a Valentín
Echenique; lo encontré en Mercedes. Me escuchó tocar y
me instó para que me fuera con él.
Echenique era hacendado; tenía una estancia a unas leguas de
Mercedes, donde nos habíamos encontrado en un asado.
Acepté su ofrecimiento y me fui con él. Pensé que
sería por algunas semanas… Pero me quedé a su lado.
Pasaron ocho años…
-¿Que hice durante tanto tiempo?
Muchas cosas.
En primer lugar aprendí los trabajos del campo. Aprendí
a enlazar, a domar. Terminé de hacerme hombre. Y empecé
a mirar la vida con otros ojos…
MI
LLEGADA A BUENOS AIRES
Un buen día, en una fiesta que se celebraba en Dolores, me encontré
con un afamado guitarrista -y para mí, la mejor guitarra del
mundo en su estilo-, don Mario Pardo.
Cuando me oyó acompañar, me invitó para venir a
Buenos Aires.
-Allá -me dijo- hay muchas oportunidades… Y con un poco
de suerte te podés labrar un porvenir…
Yo estaba en dudas.
Además me apenaba mucho la idea de separarme de mi amigo Echenique,
que tan buen amigo había sido. Pero tampoco iba a quedarme para
toda la vida en la estancia.
Pardo, por su parte, me insistía:
-Yo me voy para Buenos Aires… Venite conmigo y no te vas a arrepentir…
Terminé por acceder. Y en 1916 llegaba a Buenos Aires.
MI
PRESENTACION EN BUENOS AIRES
Al día siguiente de estar en Buenos Aires, nos alojábamos,
con Pardo, en una finca de la calle Alsina al 2400; me dijo un amigo:
-Indio… Esta noche van a venir a escucharte unos señores…
A todo esto, Mario Pardo me había pintado a los amigos que iban
a concurrir esa noche, como un indio de verdad, con “pelo en la
espalda y púa en el talón”. Y les había dicho:
-Es un indio, pero, acompañando con guitarra, es lo más
grande que he conocido…
Eran las 10 y 30 de esa noche, cuando entró Pardo en mi habitación
a buscarme, diciéndome:
-Ya están aquí; vamos a ver cómo te portás…
Y asomándome a la sala, dijo desde la puerta
-Aquí viene el indio…
Pardo se hizo a un lado y yo quedé de pie en la puerta.
-Buenas noches, señores… -dije, y nadie me respondió.
Un gran silencio acogió mis palabras. Todas las miradas estaban
fijas en mí. Y luego, una carcajada general.
La impresión que me produjo aquello fue… medio desfavorable.
Lo que ocurría es que yo estaba vestido de “smoking”,
con camisa dura, zapato de baile y peinado con gomina…
Ese era el indio…
Entre los visitantes estaba uno que, volviéndose a Pardo le dijo:
-¿Este es el indio?… No, Mario… Este es un “gentlemen”.
Aquel visitante era don Domingo H. Roca, a quien vi entonces por primera
vez.
Estaban presentes, además –entre los que recuerdo por sus
nombres-, Mariano Villar Sáenz Peña, Rufino Luro, Rocha
Blaquier, Vicente Madero y algunos más.
Pardo me dijo:
-Sacá la guitarra y vamos a tocar algo.
Tocamos algunos tangos, y las felicitaciones -lo digo porque así
fueron las cosas- resultaron unánime, especialmente para el indio.
Es que Pardo les había hecho creer en serio que yo era indio.
-Lo encontré por allá, por Dolores, en unos montes…
Tuve un trabajo bárbaro para arrancarlo de la selva…
La reunión duró muchas horas. Hasta la madrugada. Se cantó,
se tocó, prometiendo Pardo que haríamos otras tenidas
“con el indio Aguilar”.
PROFESOR
EN HOGARES PORTEÑOS
Aquellas relaciones me abrieron un nuevo camino, y las puertas de muchos
hogares porteños, comenzando a dar lecciones de guitarra.
Fueron alumnas mías, por aquellos años, y excelentes alumnas
por su afición a la guitarra, las señoritas Mercedes e
Isabel Elortondo Anchorena,, las de Steigman, Urquiza Frías,
Susana y Cora Frers, la marquesa de Salamanca, Lynch de Grondona, Susana
Rodríguez Larreta y Dora Alvear, Perla Quintana de Sánchez
Elía, las señoritas de Vivot, de Salas Anchorena, los
señores Nicolás Achával, Rocha Blaquier, Alfredo
Méndez (hoy juez de sentencia en la Capital Federal), Fernando
y Rosita Carabassa del Carril… No puedo recordar todos los nombres;
pero calculo que en aquellos años fueron no menos de 70 entre
alumnas y alumnos.
NUESTRO
DEBUT EN EL EMPIRE
Por aquel tiempo también comenzamos a actuar y hacer teatro con
Mario Pardo. Recuerdo que debutamos en el Empire, que entonces era una
sala de categoría, ubicada en la esquina de las calles Corrientes
y Maipú. A causa de nuestras relaciones con tantas familias,
en las cuales teníamos entrada por ser profesores de guitarra,
el público que concurría era muy numeroso; muchos de nuestros
alumnos y alumnas iban a las funciones a escucharnos.
Algún tiempo después, ya con algún cartel, adquirido
en esta actuación, y con más experiencia, resolví
formar un cuarteto que fue el primer Cuarteto Nacional de Mujeres; naturalmente,
nos separamos con Pardo, que no tomaba parte en esta iniciativa.
Aquel cuarteto no duró mucho tiempo; se desvincularon de él
dos de sus integrantes, las señoritas Quiroga del Carril, y entonces
formé un nuevo conjunto con Nunzziatta, Monsalve e Iriarte.
Una noche en que actuábamos en el Porteño, alguien vino
a decirnos: -Atención muchachos… ¿Saben quién
está en la sala?…
No nos podíamos imaginar quién sería. La sala estaba
llena… Y el informante agregó:
Está Carlos Gardel, que ha venido a escucharlos…
Si más no recuerdo, era el nuestro el primer cuarteto masculino
que se presentaba en el escenario vistiendo “smoking”.
ESCUCHANDONOS
MUTUAMENTE
Como he anotado antes, nosotros trabajamos en el Porteño, a donde
venía Gardel a escucharnos. Nosotros por nuestra parte, íbamos
a escuchar el dúo Gardel-Razzano, que entonces actuaba en el
teatro Esmeralda, hoy teatro Maipú.
No era aquella la primera vez que yo oía a Gardel.
Ya había tenido oportunidad de escucharlo en el Pigall de Montevideo,
allá por el año 1917, a donde lo había llevado
contratado el empresario Barquitta.
Sin embargo, según he de contar después, no fue hasta
1920 que nos conocimos personalmente. Pero debo seguir el orden de mis
recuerdos.
Después de escucharnos, Gardel incorporó a su número
a dos guitarristas: Guillermo Barbieri y José Ricardo (El Negro).
Como he dicho, yo iba a menudo a escucharlo cantar.
Entretanto, en nuestro cuarteto también hubo novedades. Después
de unas cuantas temporadas en distintas salas, “El Chilenito”
se separó y se fue rumbo a su patria. Nunziatta, por su parte,
enfermó; dejó de actuar y no volvimos a vernos. La vida
tiene estas cosas.
Une a unos, separa a otros.
Yo, deshecho el cuarteto, formé otros números; y por aquel
tiempo acompañé al dúo Vega-Díaz -que grababan
para la casa Víctor-, siendo aquel el primer dúo nacional
llevado al disco.
A raíz de mi trabajo con Vega-Díaz. la casa Víctor
resolvió contratarme para que ejecutara solos de guitarra.
Estaba, por decirlo así, en el comienzo de mi carrera. Este era
el primer capítulo de mi vida; vida de andanzas por las tierras
orientales…; vida de tocar y cantar de pueblo en pueblo…
Ahora la ciudad me envolvía llena de promesas, como me lo había
anticipado Mario Pardo cuando fue a sacarme de Dolores…, acaso
no de la selva, como dijera él, pero sí de la tierra a
la que estaba adherido con alma y vida.
¿Qué
habría de ser de mí en Buenos Aires?… La urbe porteña
crecía ya entonces desmesuradamente.
Sus calles se iluminaban en las noches con resplandores de tentación.
Y yo estaba en medio de todo eso soñando, queriendo, ambicionando
ser alguien y llegar a alguna parte.
Tenía un camino por delante… Había que recorrerlo…
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MI
PRIMER ENCUENTRO CON GARDEL Y NUESTRO PRIMER ENSAYO EN LA CASITA DE
JEAN JAURES
Ofrecemos
hoy a nuestros lectores el segundo capítulo de las memorias escritas
por José María Aguilar, en las que relata, paso a paso,
los pormenores de su primer encuentro con Carlos Gardel, cuando en septiembre
de 1928 se incorpora al conjunto del inolvidable cantor, para acompañarlo
en sus interpretaciones.
CAPITULO
II
LA
PRIMERA AUDICION POR RADIO
Después de haber estado grabando solos de guitarra para la Víctor,
un buen día me plegué al dúo Feria-Italo, que venía
de Montevideo.
Debutamos en el teatro Nacional, con don Pascual Carcavallo. Y en una
breve actuación me sentí cada vez más confiado
en mí mismo, aunque en realidad, esto no era otra cosa que fruto
de la experiencia que iba adquiriendo.
No pasó mucho tiempo para que volviera a quedar solo. Aquellos
buenos amigos se separaron después de su actuación en
el Nacional.
¿Qué
camino tomar?… Era necesario, simplemente, esperar que se presentara
otra oportunidad.
Así ocurría entonces, con suma frecuencia, con los artistas.
Y la oportunidad no tardó en presentarse.
Un día se me acercó un señor tendiéndome
la mano y dándome su nombre:
-Debo hablar con usted… Soy Enrique Del Ponte…
-Estoy
a sus órdenes, señor… ¿De qué se trata?
-De lo siguiente, señor Aguilar… ¿Estaría
dispuesto a actuar por radio?…
Para mí, aquello era algo nuevo. Un montón de pensamientos
pasaron en un instante por mi cabeza. Pero se trataba de una oportunidad,
indudablemente… No tenía idea de cómo sería
aquello, pero respondí:
-Cómo no… No tengo inconveniente…
Dejamos convenidos algunos detalles y, en definitiva, fui contratado
para tocar en una transmisión que se hacía desde el Plaza
Hotel, y que tengo la impresión que era la primera emisora que
salía al éter.
¿Recuerdos
de mi debut en radio?…
Cuando miro hacia el pasado, no puedo menos que sonreír…
TRES VECES “IL TROVATTORE”
Debuté tocando “Il Trovattore”. ¿Por qué?…
Porque se trataba de una audición de categoría que debía
tener el carácter de un concierto.
Empecé, pues, con “Il Trovattore”, y al finalizar,
comenzó a sonar el teléfono.
Pedían que se repitiera el número. El señor del
Ponte me indicó que debía hacerlo, y yo accedí.
Repetí “Il Trovattore”.
Al finalizar, por segunda vez se abrió la puerta de la sala desde
donde transmitíamos y un caballero, que no recuerdo por su nombre,
se acercó a del Ponte y a otras personas que estaban presentes,
manifestándoles con gran entusiasmo que debía bisar el
número…
-Estamos aquí, escuchando con unos amigos. Nos darán una
gran satisfacción si hacen que el señor Aguilar vuelva
a tocar…
¿Qué
se podía hacer?
En la actualidad bisar un número por radio es algo increíble.
Pero en aquel tiempo las cosas eran de otro modo. Recién comenzaban.
Toqué por tercera vez “Il Trovattore”.
A continuación ejecuté “Recuerdos de la Alhambra”,
de Tárrega y “Manuscrito árabe”, de don Manuel
de Falla…
Apenas hubo terminado la audición, me llamaron para pagarme.
-Aguilar… ¿Cómo quiere cobrar?… ¿En
liras o en moneda nacional?…
-Como ustedes deseen… Para mí es lo mismo.
No recuerdo bien, pero me parece que fue cosa de 120 pesos lo que me
pagaron. Y, naturalmente, en moneda nacional.
OSVALDO
VALLE, SPEAKER
Después de unas cuantas audiciones en el Plaza Hotel, terminé
mi compromiso y fui a acompañar al dúo Pelaia-Italo.
Debutamos en la emisora. L.O.Y., actual Radio Belgrano.
Los señores dueños de la emisora, en ese entonces, eran
los señores Barros y Blanco.
Tengo un recuerdo imborrable de nuestra audición inicial.
Actuaba de speaker, anunciando las audiciones, el señor Pablo
Osvaldo Valle.
El tiempo habría de hacer que nos volviéramos a encontrarnos
muchísimas veces en las más diversas alternativas.
También tuve oportunidad durante esas audiciones en la que después
fuera Radio Belgrano, de conocer a uno de los dúos más
famosos del Río de la Plata. Me refiero al que integraban Magaldi
y Noda.
Nos hicimos amigos entonces; fuimos compañeros de trabajo y seguí
su trayectoria con admiración y simpatía.
De L.O.Y. fui a tocar a Radio Nacional, que estaba instalada en la calle
Estados Unidos: allí conocí a un periodista y escritor,
de la redacción de ANTENA, que se encontraba instalada en la
calle Bartolomé Mitre. Creo que fue el primer periodista que
se ocupó de mí, dedicándome un artículo
en su revista.
JUNTO
A SEIS GRANDES NOMBRES
Continué actuando, de teatro en teatro, de cine en cine y de
radio en radio…
Durante los años siguientes, fui acompañante de grandes
figuras.
Sus nombres lo dicen todo:
Azucena Maizani, Libertad Lamarque, Príncipe Azul, Alberto Vila,
dúo Gómez-Vila y dúo Irusta-Fugazot.
Ya mi guitarra -si no yo- era conocida. Y supongo que estimada por quienes
la buscaban para hacerse acompañar en sus interpretaciones.
Mientras tanto, el haber acompañado a tantos intérpretes
de tanto valor en su distinta modalidad, me había proporcionado
una mayor experiencia. Me sentía seguro de mí mismo…
Pero naturalmente, no consideraba de ninguna manera haber alcanzado
el lugar que ambicionaba.
ME
OFRECEN TRABAJAR CON GARDEL
Ya he recordado que en la vida del artista tienen mucha influencia los
altibajos proporcionados por las oportunidades, que llegan y se van.
En ese tiempo, mucho más que ahora, la vida estaba llena de alternativas.
Un día se estaba en la gloria. Se ganaba bien y se gastaba mejor.
Dejemos estas reflexiones…
Lo que ocurrió, sacudiendo mi vida y dándole un rumbo
nuevo, fue lo siguiente. Y trataré de relatarlo, paso por paso,
tal como aconteciera.
Era una tarde del mes de septiembre Es decir, primavera…
Yo estaba parado en la esquina de Lavalle y Suipacha. Tenía en
un bolsillo del pantalón 25 centavos.
Estas cosas suelen suceder. Y son muy naturales.
En eso oí una voz conocida que me decía
-¡Pero amigo Aguilar!… ¿Por dónde ha andado
metido?… Está igual que Admunsen, perdido…
(En esos días se había perdido el famoso explorador y
cada día llegaban noticias desalentadoras; las expediciones enviadas
en su busca regresaban sin haberlo encontrado.)
-¿Perdido?… Por aquí no más he andado…
-Bueno… Yo lo buscaba para esto… ¿No le gustaría
trabajar con Gardel?…
-¿Con Gardel?.. Trabajaría hasta gratis…
CIEN QUE SE HACEN TRESCIENTOS
Hablamos unos minutos más.
-Carlitos lo ha escuchado… Le parece que andará bien acompañándolo…
De modo que si en principio está conforme, mañana mismo
puede empezar a ensayar…
Todo quedó convenido con estas palabras. Y recuerdo que Razzano,
mirándome, me dijo de improviso:
-A propósito… ¿Tiene plata?…
Yo vacilé un segundo y en seguida contesté:
-Sí… cómo no… Ando bien…
Volvió a mirarme Razzano y ahora me dijo:
-En ese caso… ¿No me podría prestar cien pesos?…
Yo acariciaba las moneditas que tenía en el bolsillo del pantalón.
¿Cómo salir del paso?…
Pero Razzano, hombre ducho y que se había dado cuenta de todo,
se rió de buena gana y llevando una mano al bolsillo del chaleco
sacó varios billetes de cien. Hizo un rápido aparte y
me ofreció trescientos pesos.
-Tome, hombre… Y no se preocupe. Y ya sabe… Váyase
mañana a lo de Gardel, con la guitarra… Ya sabe donde vive,
en la calle Jean Jaurés. Carlitos lo va a esperar a las 4 para
ensayar…
MI
ENCUENTRO CON CARLITOS
Al día siguiente, a las 4 de la tarde, en punto, tocaba yo el
timbre en la casa de Gardel, en la calle Jean Jaurés.
El mismo Gardel en persona, en mangas de camisa, salió a recibirme.
-¿Cómo te va, Indio?… ¿Te encontraste por
fin con Razzano?… Entrá… Hacé de cuenta de
que estás en tu casa…
Al oír que me llamaba Indio le dije:
-Ya veo que está al tanto del asunto… por lo de Indio…
Se rió, contestándome:
-Mario Pardo me pasó el santo…
Entretanto ya estábamos en la casa. Allí me encontré
con Ricardo (El Negro) y Barbieri.
Barbieri, mirándolo a Ricardo, después que nos saludamos,
le dijo:
-Ahora sí que vamos a sentir lo que es tocar la viola…
Como les ocurre a todos los recién llegados, yo no sabía
qué terreno pisaba y si aquellas palabras iban en serio o no.
A todo esto, me dijo Gardel?
-Bueno… pelá no más la viola y a ver si nos hacés
escuchar algo…
MI PRIMER ENSAYO CON GARDEL
Sacamos las guitarras y recuerdo que la primera canción que ensayamos
fue el “Ay… ay… ay”, de Pérez Freyre.
Esa canción me valió un aumento de trescientos pesos.
Tengo que explicar cómo ocurrió.
Apenas
habíamos comenzado a ensayar yo paré la guitarra.
Gardel, sorprendido, se volvió y me dijo:
-¿Qué te pasa?… ¿Por qué parás
la viola?
-Carlitos… Estamos mal. Aquí vienen dos tonos diferentes
de lo que estamos haciendo… En mi menor, dominante de fa sostenido…
Gardel me escuchó sin decir palabra. Dudó un segundo y
luego, con un gesto característico de su mano derecha, extendida
con la palma hacia abajo, me dijo:
-Un momentito…
Y se fue hacia el teléfono. Discó un número y preguntó
por Eduardo Bonessi, que era, como se sabe, maestro de canto…
Cuando Bonessi vino al teléfono, Carlitos habló:
-Che, Eduardo, decime… Cuáles son los tonos correspondientes
del “Ay… ay… ay”, si lo canto en re mayor…
Luego escuchó en silencio la respuesta, diciendo de vez en cuando:
Ajá… ajá… Por último le dio las gracias
a Bonessi y volvió donde estábamos nosotros y dirigiéndose
a Barbieri y Ricardo les dijo:
-Este sabe… Hagan como hace el Indio…
El ensayo siguió, sucediendo varias canciones.
Cuando terminamos, Carlitos me llamó aparte y me dijo:
-Bueno Indio… Yo había hablado de darte 600 pesos mensuales…
Pero, como vos sabés… te voy a dar 900… ¿Estás
conforme?…
Yo no cabía en mí de contento. Y se lo dije:
-Nunca me habían pagado tanto…
Se río Carlitos y, como consejo, me dijo:
-Pero no lo digás, hombre… Hacete valer… Si te achicás
sos hombre muerto…
-Es que es la primera vez que gano 900 pesos…
-Bueno… está bien… ¿Y estás contento
de trabajar conmigo?… La radio y los discos van a ser aparte…
-Cómo no voy a estar contento…
-Me alegro… Y estás en libertad… hasta mañana
a las 4, que seguimos… A no fallar… Ah… Otra cosa…
Cuando necesités “vento” pedile a Razzano o a mí….
FESTEJANDO
MI BUENA SUERTE
Salí de lo de Gardel con Ricardo y Barbieri y fuimos hasta la
calle Corrientes, donde tomé un auto… En aquel tiempo tomar
un auto no era cosa de todos los días: pero yo estaba en la gloria…
Hasta le di cincuenta centavos de propina al chofer, cuando llegamos
a los “36 billares”.
Allí me encontré con unos cuantos amigos que al verme
me hicieron saber su alegría: ya estaban enterados de que me
había hecho llamar Carlitos y, claro está, era una satisfacción
muy grande para todos los que me estimaban. En seguida se armó
una mesa: estaban alrededor mío Luis Sienra Caxaravilla (El Gordo),
don Alfredo Gopsi y Víctor Galieri… Todo se volvió
felicitaciones y felices augurios…
Después del aperitivo fuimos a cenar y más tarde volvimos
a escuchar allí mismo, mientras tomábamos café,
la gran orquesta de Pedrito Laurenz…
A todo esto la mesa se había agrandado. Y entre los que estaban
conmigo festejando mi incorporación al lado de Gardel, recuerdo
a Rafael Iriarte, el pibe Ernesto, Famá, Néstor Feria,
Italo Goyeneche, Cadícamo, Sciammarella, Pagés, Pesoa
y otros.
Recuerdo que esa noche regresé a casa al amanecer.
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INDIO...
¡NOS VAMOS A PARIS! -ME DIJO GARDEL LLENO DE JUBILO-
¡LES VAMOS A ENSEÑAR EL TANGO!
CAPITULO
III
FESTEJANDO
MI INCORPORACION
Para todos mis amigos y más ampliamente para todos cuantos
me conocía, el hecho de haberme incorporado al grupo de Gardel
era consagratorio. Y como la gente suele ser generosa y sabe alegrarse
con la fortuna ajena (no todo es egoísmo y mezquindad), claro
está que los festejos por mi buena suerte no terminaron en
un día ni en una noche.
Aparte de la repercusión que tuviera en el centro, es decir,
en la calle Corrientes de aquel entonces, también en el barrio
la noticia causó sensación. Al día siguiente
ya sabían algunos amigos; y los vecinos no tardaron en enterarse
y entonces llovieron los pedidos:
-Tráigalo a Carlitos…
-¿Cuándo lo va a hacer venir al barrio?
Les parecía la cosa más fácil. Y no dudo de que
Gardel los hubiera complacido, si eso hubiera sido posible.
Las muchachas, desde luego, no eran las menos interesadas en que Gardel
fuera a mi casa y que allí pudieran conocerlo personalmente…
hablar con él…
Ya su personalidad se agrandaba por todo Buenos Aires, en un anuncio
de lo que habría de ser andando el tiempo.
LA
AMISTAD CON FRANCSICO MASCHIO
Sacar a Carlitos de su esfera, de sus distracciones habituales no
era imposible, pero sí difícil…
Ya en aquel tiempo le gusta mucho la Avenida Vértiz.
Todos sabemos lo que es eso.
Había mucha amistad con don Francisco Maschio, de quien guardo
uno de mis mejores recuerdos por su bondad y hombría de bien.
Hablando de don Francisco podríamos usar la expresión
del que dijo: un criollo caballerazo. Y lo era.
Con Carlitos se profesaban gran afecto. Ya he de hablar de algunas
fiestas en lo de Maschio, a donde me llevó Carlitos, donde
él cantaba con gusto -porque se sabía entre amigos-
y donde yo lo acompañé con mi guitarra.
No hubo nunca una nube entre ellos.
Maschio admiraba a Carlitos como cantor y como hombre.
“AÑORANZAS”
Y “TENGO MIEDO”
Al día siguiente de nuestro primer ensayo con Gardel, y después
de haberme dado el alegrón de comunicarme que ganaría
un sueldo con el que yo no había soñado y que lo debía
en mucho a su generosidad, fui para continuar ensayando a la casa
de la calle Jean Jaurés, como se llamaba entonces.
Después del ensayo me preguntó Carlitos:
-¿No tenés alguna composición tuya, Indio, a
la que le tengas fe y que te pueda cantar en mi repertorio?…
Le respondí que sí.
Y de inmediato pensé que era otro gesto de Carlitos; porque
una composición cantada por él estaba destinada al éxito.
-Tengo un par de cosas… Un vals, que he titulado “Añoranzas”
y un tango, cuyo título es “Tengo miedo”, en colaboración
con Celedonio Flores, el autor de “Mano a mano”…
-¿Y no tenés alguna otra cosa?
-Sí, Carlitos… Pero como sé que los fox-trots
no te agradan, no te hablaba de uno que he compuesto y que se llama
“Manos brujas”… Lo terminé hace poco…
-No importa… Agarrá la viola y tocame esas tres cosas…
Vamos a ver qué tal son…
Me escuchó en silencio y cuando terminé, lo último
tocado era “Manos brujas”, me dijo:
-Mirá, Indio… Te aseguro que son tres monumentos…
Vamos a ensayarlos, porque pienso cantar los tres números…
-Y así fue. Ensayamos “Añoranzas”, “Tengo
miedo” y “Manos brujas”. Gardel cantó aquellas
composiciones y las tres se convirtieron en otros tantos éxitos…
Es que su interpretación era siempre excepcional, distinta…
Sabía dar a los versos una entonación y un sentido como
no he vuelto a escuchar, a no ser en sus discos…
Ahora, que han pasado tantos años, recordando sus palabras,
“son tres monumentos”, pienso que parece cosa del destino
que andando el tiempo venga a ser yo quien -con tanta pasión
como pongo en la tarea-, sea quien trate de que se haga realidad la
idea de un monumento popular a su memoria…
MI
DEBUT CON CARLOS GARDEL
Gardel era muy cuidadoso de la preparación de sus números.
Eso lo pude comprobar durante los ensayos. Era exigente consigo mismo
y, al mismo tiempo, era exigente con sus acompañantes.
No creo que nunca haya ido a debutar sin la seguridad de haber puesto
de su parte todo el estudio necesario. Cuando escogía una canción
lo hacía después de escucharla muchas veces, tratar
de encontrar sus posibilidades de éxito o de repercusión
popular, en la emoción del público.
Pasaron pues varios días antes de que tuviera lugar nuestro
debut; su debut mejor dicho, ya que nosotros éramos simplemente
sus acompañantes.
Fue en el “Majestic”, de la calle Lavalle (hoy “Paramount”),
y de más está decir que resultó todo un suceso.
Creo que aquella temporada, en esa sala, constituyó uno de
los pasos decisivos en la carrera ascendente de Gardel, que por esos
años tomó un ritmo vertiginoso.
El público demostraba su entusiasmo reclamando nuevos números.
Pedía un bis y otro, sin contenerse ni tener en cuenta si la
garganta de Gardel podía soportar un esfuerzo semejante.
Pero, ¿qué se podía hacer?
De pie, aplaudiendo, reclamando otro tango, los espectadores no querían
abandonar la sala. Y esto era cosa de todos los días…
Naturalmente, el suceso trascendía por toda la ciudad y cada
vez era mayor el número de los que concurrían a verlo,
de modo que se agotaban las localidades. Gardel estaba muy contento,
y lleno de proyectos y perspectivas, pues llovían los ofrecimientos
de todas partes.
Sin embargo, no se dejaba seducir por la primera oferta.
Es que Carlitos tenía sus planes trazados.
Y tenía una mira.
París.
LA GRAN NOTICIA
Una tarde -estaba llegando a su término la temporada que hacíamos
en el Majestic-, Gardel me dijo:
-Quedate un rato a la salida. Vamos a tomar algo y te voy a dar la
gran noticia…
Estuve todo el tiempo intrigado.
-¿Qué podía ser?
Posiblemente, pensaba, algún nuevo contrato.
Cuando terminó la función lo esperé a Carlitos.
Y apenas se me acercó me dijo:
-Vení…, escuchá…
Y mirándome a la cara me lo dijo:
-¿Nos vamos a París?…
-¿A dónde?…
-A París, Indio…
-Yo creía que a la confitería París…
-¿Estás loco?… A la Ciudad Luz, nada menos…
Es un sueño, viejito…
Y luego me preguntó:
-Y a propósito… ¿vos “manyás”
algo de francés?…
-Sí… algo hablo…
-¿Qué sabés decir?
-Y…, se decir: “bon jour”, “a tout aler”
y “bon soir”.
Gardel, que estaba contentísimo, se mataba de risa, porque
mi pronunciación, debía ser una calamidad.
-No importa… ya te vas a defender… Y comenzá a
preparar tus cosas…, porque la “picamos”…
Para comprender nuestra emoción y nuestra alegría es
necesario saber o recordar lo que en aquellos años significaba
París para los porteños…
Era una tentación, lejana, pero una tentación…
No se podía pasar la juventud sin haberse escapado a París,
a conocer la ciudad que se nos hacía maravillosa a la distancia.
Y además… Ir con Carlitos, con su voz maravillosa, acompañarlo…
Llevar nuestras guitarras criollas a la gran urbe cosmopolita…
Hacer conocer el tango, los estilos, las zambas…
Realmente, nos parecía un sueño.
Y como entre sueños fuimos haciendo los preparativos.
Y
ZARPAMOS RUMBO A PARIS
En septiembre de 1928 yo me había ido con Gardel: la temporada
del “Majestic” se prolongó durante octubre. De
modo que fue allá, por los primeros días de noviembre,
creo que el día 3, cuando nos embarcamos en el “Conte
Verde”.
Había muchísima gente amiga en el puerto. Sobre todo,
muchos amigos y admiradores de Carlos. Nuestros familiares querían
subir a bordo; querían ver cómo íbamos a ir instalados.
Recuerdo que cuando subíamos la planchada, muchos subieron
detrás de nosotros, colados.
Carlitos, muy tranquilo, abría paso diciendo:
-Tutti siamo pasagieri…
Su buen humor hacía que en la despedida se mezclaran las risas
y las lágrimas. Porque, en el fondo, en el momento en que íbamos
a zarpar, nos dolía en el pecho la idea de alejarnos de la
patria, rumbo a tierras extrañas.
Y así fue como, de improviso, a pesar de la resolución
de nuestro ánimo y de todo lo que alardeábamos de varones,
se nos humedecieron los ojos. Y el pañuelo de la despedida,
cuando las voces de las sirenas anunciaban la partida, también
estaba húmedo… Sal de las lágrimas, anticipo de
la sal del mar que íbamos a cruzar, algunos por primera vez…
Llevábamos
con nosotros un equipaje sentimental: equipaje que se traducía
en emociones.
Muchos como ya he dicho, iban a ver el mar por vez primera. Eran muchachos
porteños, adentrados en la propia ciudad, con el alma untada
de esa ternura que da a nuestros barrios una definición inconfundible.
Además, para todos, era la realización de esa esperanzada
posibilidad de llegar un día a París. Hacer que las
voces y las guitarras de Buenos Aires se escucharan allí, en
aquella capital del mundo, que era para el pensamiento de todos, la
Ciudad Luz.
No podría definir todo lo que había en nosotros en el
momento de la partida.
Cuando la proa del “Conte Verde” enfiló hacia la
salida de nuestras aguas, volvimos automáticamente la cabeza;
primero hacia el muelle donde quedaban los amigos. Luego hacia la
ciudad.
¡Buenos
Aires!… ¿Cómo decirte adiós?… ¿Cómo
despedirse de él?…
Con lágrimas en los ojos, únicamente.
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GARDEL,
MADRUGADOR Y METODICO HACIA SUS EJERCICIOS A BORDO DEL “CONTE
VERDE”, EN EL QUE IBAMOS A PARIS
Brindamos
hoy a nuestros lectores el IV capítulo de las memorias de José
María Aguilar. Penetramos ya en terreno que nos parece historia
de ayer. Este viaje de Carlitos Gardel a París señala
el comienzo de una consagración que bien pronto habría
de alcanzar proporciones mundiales. En el capítulo de hoy están
bien señalados y observados todos los detalles, lo que le da
un valor documental cada vez más interesante.
CAPITULO
IV
RUMBO
A PARIS
Mis lectores habrán de saber disculpar y comprender la emoción
que me poseía cuando desde la cubierta del “Conte Verde”,
que se alejaba de Buenos Aires, aquel grupo de muchachos argentinos,
encabezados por Carlitos Gardel, miraba perderse a lo lejos la ciudad.
¡Buenos
Aires!…
Ya he dicho que éramos varios los que salíamos por vez
primera rumbo al extranjero.
Allá, en el muelle, habían quedado pedazos de nuestros
corazones.
Ibamos detrás de una ilusión. Ibamos conducidos por
un infatigable cantor de esperanzas y sueños.
Estábamos viviendo, por decirlo así, el comienzo de
una de nuestras canciones.
Y todos callábamos.
¿Qué
significaba nuestro silencio?
Carlitos, que tenía toda la responsabilidad de la gira sobre
sí, era el más animoso.
El más fuerte.
Recuerdo que lo observaba de soslayo.
El también miraba a Buenos Aires.
No podría decir qué pensamientos estaban en ese momento
en su mente. Pero sí puedo decirles que el rostro grave, un
ligero pliegue alrededor de los labios, los ojos entrecerrados, todo
traducía en él voluntad y decisión.
Ahí estuvimos buen rato. Nadie quería pronunciar la
primera palabra.
Hubo de ser Carlitos quien saliera de ese estado. Fue como si despertara
de un sueño. Suspiró profundamente, y con tono alegre
y despreocupado, con el que quería levantar los ánimos,
nos dijo:
-Bueno, muchachos… Ya estamos en marcha… ¡Vamos
a tomar una copa!…
HACIENDO
PROYECTOS
Vueltos a la realidad, lo seguimos al bar.
-Whisky para todos.
A los pocos minutos estábamos mucho mejor. Y Carlitos, naturalmente,
se había dado cuenta de ello.
Las conversaciones se animaron y las vueltas se sucedieron.
¿De
qué podíamos hablar? Todo era hacer proyectos. París
era una obsesión.
Pensábamos en un mundo nuevo que se iba a abrir ante nuestros
ojos; otras gentes. Y, además, como todos los muchachos de
aquel tiempo, estábamos enamorados del nombre de la ciudad
hacia donde íbamos; de su brillo de leyenda.
Carlitos, que era un verdadero director del grupo que formábamos
y su jefe indiscutido, por gravitación personal y por el hecho
de ser él la base de todo, alternaba la charla risueña,
con las observaciones serias y atinadas.
Estaba en todos los detalles. Y se preocupaba por todos nosotros,
como un verdadero jefe.
Cenamos, y la reunión de sobremesa se prolongó hasta
las dos de la madrugada, hora en que nos despedimos, yendo cada uno
a su camarote.
EL LENGUAJE DE CARLITOS
Voy a hacer ahora un paréntesis que le estoy debiendo al lector
desde los primeros encuentros con Gardel.
Carlitos gustaba de utilizar en su conversación una cantidad
de expresiones que hoy son menos habituales; pulcro en el lenguaje
cuando quería serlo, manejaba el argot porteño con absoluto
dominio. El lunfardo de hace veinte años no tenía secretos
para él.
Y cosa curiosa; no resultaba chocante. Por lo demás, le daba
una expresividad y una gracia que impedían toda crítica.
Como es mi deseo que estos recuerdos no estén deformados por
ninguna clase de preocupaciones que no sea la de su más absoluta
fidelidad, yo respetaré muchas de esas palabras intercaladas
en sus frases.
Asimismo Carlitos aparecía hablando formalmente en otros casos.
Porque cuando quería serlo, lo era con la más absoluta
corrección.
MADRUGADOR
Y ORDENADO
Continúo con mi relato.
Al día siguiente de nuestro embarque nos levantamos temprano
y fuimos al camarote de Carlitos, creyendo encontrarlo todavía
durmiendo o, por lo menos, en la cama.
No fue así.
Ahí conocimos otra de sus características.
Gardel se había levantado mucho antes que nosotros y estaba
haciendo sus ejercicios habituales con toda tranquilidad.
-¿Qué tal? -nos dijo-, ¿“apolillaron”
bien?…
Todos habíamos dormido a fondo, pues los últimos días,
con los preparativos para el viaje, habíamos andado de un lado
a otro y estábamos cansados.
Así
se lo dijimos, mientras nos instalábamos en el camarote, y
el seguía la conversación. Se dio una ducha, hablando
a gritos desde el baño; se comenzó a vestir y demostró
estar de muy buen humor.
-¡Ya verán como se “morfa”!… Es que
realmente es su “debute” este barco…
-Y luego, siempre con gestos y ademanes expresivos:
-A no “lastrar” muchachos…, sino el “smoking”
se lo van a tener que poner con calzador… Yo sé porque
se lo digo… Vienen unos platos tentadores que hacen echar panza
en unos días…
Terminó de vestirse y nos invitó a hacer “footing”
por la cubierta. Al dar la primera vuelta nos preguntó si conocíamos
al barítono Damiani y a la contralto Nena Juárez, que
viajaban en el mismo barco.
No los conocíamos; claro, no eran de nuestra cuerda.
-Cuando lleguemos a la línea los van a escuchar… Se piensa
dar una gran fiesta; como hacen siempre… Y les anticipo que
también nos han invitado a nosotros para que nos hagamos oír…
Mientras paseábamos observé que los pasajeros intimaban
poco unos con otros. Había cierto estiramiento, y así
se lo hice notar a Carlitos, quien, riéndose, me dijo…?
-No te preocupés por eso… Siempre ocurre lo mismo al
principio. Pero dejá no más que el barco entre a bailar
un día de estos, cuando el mar amanezca un poco bravío,
y vas a ver cómo en seguida nos conocemos todos… Empiezan
a acercarse unos a otros, y todos te preguntan si sabés nadar.
El pronóstico de Carlitos se cumplió justamente a los
dos días. Hubo viento, amenaza de temporal y mar de fondo.
Y se acabaron los estiramientos; todos amigos y compañeros.
Recuerdo que ese día, entre bromas y bromas, Carlitos, dirigiéndose
a unos pasajeros que nos rodeaban, les dijo:
-De todos nosotros, éste -y me señaló a mi- es
el que nada mejor… Es como un pez para el agua…
Yo lo miraba sorprendido, y el negro Ricardo me preguntó:
-¿Cierto que sos tan buen nadador?…
Y antes de que le respondiera, lo hizo Carlitos:
-¿Bueno?… ¡Bueno es poco!… Ya les digo que
es como un pez… Se tira al agua y si no lo sacan… no sale
más…
UN
EXITO ANUNCIADOR
Llegó el cruce de la línea y, naturalmente, se realizó
la anunciada celebración.
Todos los que eran artistas, o aficionados con algunas condiciones
como para actuar en público, tuvieron participación
en el programa.
Debo confesar que me sentía un poco nervioso.
El pasaje era más bien internacional. Un público numeroso;
más numeroso que en cualquier sala.
-¿Qué impresión causaría Gardel?
Esos días habíamos estado ensayando.
Cuando nos tocó el turno y se anunció a Carlitos hubo
una acogida llena de simpatía.
Carlitos
cantó primero “Mano a mano”; y siempre recordaré
que, para un público tan diverso, fue excepcional la forma
en que lo aplaudieron. Se pidió un segundo número, y
Gardel entonces accedió y anunció que cantaría
mi composición “Añoranzas”.
Era la primera vez que se iba a cantar en público. ¿Debo
decir que me emocioné?
Es que “Añoranzas”, cantada por Gardel, era exactamente
lo que yo había soñado. Cobraba nuevos matices; nuevos
valores. ¿Cómo no iba a convertirse en un éxito,
gracias a su voz?… ¿Cómo no iba a tener que estarle
agradecido para siempre?
Cuando terminó de cantar y estallaron los aplausos, él
me señaló como autor de la composición. Y con
su sonrisa inolvidable, me dijo:
-Parate, pues… Es a vos a quien aplauden…
¡Pobre
Carlitos!… Así era siempre, en todas partes.
“SEGUI
DE “APOLIYO”… ¡SALUTE!…”
Una madrugada, días después, Carlitos vino a mi camarote.
-Agarrá la viola… ¿Vos sabés lo que has
hecho?… Escuchá…
Y se puso a silbar “Tengo miedo”, mi tango, que le había
gustado mucho. Yo lo acompañé unos compases y luego
me detuve.
-¿Vos te das cuenta?… ¡Es brutal!… ¡Lo
tengo todo el día en la “zabeca”!… ¡No
se me despega!… Como te dije, ¡es realmente un monumento!…
Me pidió la guitarra y lo cantó en voz baja.
Lo cantaba como estudiándolo; como analizándolo. Por
último dejó la guitarra, y me dijo:
-Bueno…; disculpá la despertada… Seguí de
“apoliyo”… Chau…
Y al cerrar la puerta del camarote, agregó como era su costumbre:
-¡Salute!…
En París habrían de sucederse acontecimientos muy importantes.
La Ciudad Luz nos habría de recibir, sí, y a acoger
en su seno. Pero como todos los comienzos, el de Carlitos y sus acompañantes
no fue fácil. Ya lo veremos.
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CON
GARDEL EN PARIS.
BARBIERI, RICARDO Y AGUILAR EN LUCHA CON EL IDIOMA.
LA TIPICA ARGENTINA DE PIZARRO.
CAPITULO
V
LA
POPULARIDAD DE CARLOS GARDEL
En el transcurso de nuestro viaje a Europa; y desde los primeros días
de nuestra permanencia en París, hubo algo que no puedo menos
que considerar extraordinario.
Me refiero al don de Carlitos de popularizarse de inmediato.
Algo había en él que le hacía alcanzar en pocas
horas la simpatía y la amistad del público. Y esto sin
que hubiera de su parte el menor esfuerzo para lograrlo. Era algo espontáneo
que surgía de su presencia.
Ese don le permitió durante el viaje a bordo del “Conte
Verde” vincularse con muchas personas que buscaron su compañía
y amistad. Y lo mismo sucedió en Francia, según hemos
de ver a medida que vaya avanzando en mi trabajo de ordenar estos recuerdos.
¿Dónde
residía esta condición de nuestro cantor? Es muy difícil
precisarlo. Pero, indudablemente, era algo que emanaba de toda su personalidad;
seguramente influían por igual la franqueza y amplitud de su
sonrisa, la capacidad para estar siempre de buen ánimo y mejor
talante; optimista, jovial, despreocupado de sí mismo y dispuesto
a hacer suyas las preocupaciones de los demás; Gardel impresionaba
por su capacidad poco común para ser amigo y cordial con todo
el mundo.
Creo que era por eso que ganaba simpatías y afectos de inmediato.
NUESTRA LLEGADA A NIZA
En el mismo mes de noviembre llegamos a Niza, donde tuvimos algunas
peripecias, ocasionadas en su mayor parte por nuestro desconocimiento
del idioma; esto, en cuanto a nosotros, los acompañantes. Carlitos
dominaba perfectamente el francés, de modo que se desenvolvía
con toda comodidad, sin inconvenientes de ninguna clase.
Nos
hospedamos juntos, en un mismo hotel, pero a Carlitos, que tenía
compromisos que atender, lo perdimos de vista durante casi todo el día.
Vino a vernos a la noche, diciéndonos:
-Bueno, muchachos… Todo marcha perfectamente… A prepararse,
que mañana salimos para París…
Uno de nosotros preguntó:
-¿En qué hacemos el viaje?…
Carlitos, como un viejo conocedor, le respondió:
-¿Y en qué querés viajar?… En “tren
blue”, viejo.
Esa noche apenas pudimos dormir con la tensión que nos causaba
la idea de que al día siguiente estaríamos en París.
EN
LA PRIMERA META DEL VIAJE
Todo ocurrió como estaba previsto. A las 10 de la mañana
del día siguiente entraba en la estación Saint Lazare
el tren que nos conducía.
Han transcurrido muchos años; casi un cuarto de siglo.
Revolviendo cartas y papeles de aquel tiempo, vuelvo a encontrar las
huellas de nuestras andanzas.
Vuelvo a ver ese pequeño grupo de muchachos criollos, llenos
de ilusiones, de esperanzas, entrando con sus guitarras en una ciudad
europea considerada el centro mundial de todas las atracciones.
¿Qué
íbamos a hacer allí? ¿Qué íbamos
a conquistar?
Si no hubiéramos tenido un jefe -algunas veces le daré
este nombre, porque realmente Gardel era un jefe, además de ser
un amigo y compañero de todos-, que nos conducía, muchos
de nosotros nos hubiéramos sentido intimidados.
La empresa resultaba demasiado grande.
No pretendíamos, indudablemente, conquistar París. Pero
pretendíamos poner nuestra música, nuestras canciones,
en el lugar que creíamos que correspondía.
Pero…, ya tendré muchas oportunidades de hablar de esto.
Sigamos ahora con el relato.
LA
“RUE FONTAINE N° 19”
Al detenerse el tren y abrir las ventanillas, se aproximó alguien
a mi y me gritó algo que no entendí, naturalmente.
Tuve, sin embargo, la impresión de que nos decía algo
así como “que se callen”…
En realidad, hablaba de “les bagages”, es decir del equipaje.
Sorprendido, me volví a mis compañeros y les dije:
-¿Y a este qué le pasa si todos venimos callados?
Uno
de los nuestros, Trigo según creo, se encaró con el individuo,
y, usando sus pocas palabras de francés, hizo de intérprete
y puso las cosas en claro. Volviéndose, explicó:
-¡Qué callen ni que callen!-… Lo que quiere es ganarse
la changa llevando las valijas. Vayan pasándoselas, así,
las carga en el automóvil…
A Carlitos lo esperaban algunos amigos y representantes de espectáculos,
de modo que fue absorbido por éstos y se separó de nosotros,
pues tenía unas cuantas entrevistas que celebrar. Era así,
infatigable, y le gustaba estar en todo.
Nos ubicamos en el automóvil y uno de los representantes le dio
la dirección:
-Rue Fontaine 19… Hotel Olimpic…
Era nuestra primera dirección en París.
NOS ENCONTRAMOS EN “PALERMO”
Percances como el tuvimos a la llegada, en la estación Saint
Lazare, hubieron de ser frecuentes, especialmente en los primeros días.
En el Olimpic se nos hizo difícil pedir alojamiento, arreglar
los precios y, sobre todo, hacernos entender qué clase de comodidades
queríamos y cómo deseábamos que nos ubicaran.
Todo esto, desde luego, se resolvía en medio de risas y chacotas.
No negaremos que andábamos nerviosos y emocionados y con el pensamiento
puesto a cada rato en Buenos Aires.
Pero, había tanto que ver…, se sucedían tan rápidamente
los acontecimientos…
Una vez arreglado todo lo referente al alojamiento buscamos un lugar
donde quedarnos quietos un rato, tomar un café -la indispensable
costumbre porteña del cafecito no nos abandonaba- y repasar nuestras
impresiones.
Fue así como caímos al “Bar Costa”, nombre
que nos atrajo por su castellano.
Uno de nosotros, que tenía datos al respecto, suministrados acaso
por Gardel, dijo:
-Miren… Vamos mejor allí…
Y señalaba otro bar… Era “Le Garron”, al que
acababan de cambiarle el nombre, poniéndole “Palermo”.
Como “pajueranos” que éramos en aquel ambiente allí
fuimos sin mirar, porque el nombre de “Palermo”, siendo
internacional, tenía especial significado para nosotros.
LOS
ANUNCIOS DE MANUEL PIZARRO
Allí hubo otra sorpresa. Barbieri, dando un grito, exclamó:
-Miren… muchachos… ¡Miren quién está
trabajando aquí!…
Y nos señalaba unos grandes afiches.
-¡Pero si es Manuel Pizarro!
-¡De los nuestros, viejo!
-¡Quiere decir que el tango se corre en París!
Y era, en efecto, así. Se trataba de los anuncios de la actuación
de Manuel Pizarro “y su orquesta típica argentina”.
Pizarro fue uno de los primeros argentinos que llegaron con orquesta
típica a París.
Para él se había hecho un tango que tuvo su cuarto de
hora. Un cuarto de hora largo, de popularidad y de fama.
Estuvimos allí un rato y luego pensamos aprovechar el resto de
la mañana yendo a una peluquería.
Ahí comenzaron otra vez las dificultades.
De
los que andábamos ese día, Ricardo era el que sabía
hablar más francés. Y sabía decir “uit”
y “poissons”.
Barbieri y yo nos afeitamos, pero a Ricardo el peluquero comenzó
a ofrecerle servicios y Ricardo a contestar a todo que “uit”,
con su casi única palabra.
-¿Las manos?
-Sí…
-¿Masajes?…
-Sí…
-¿Fricciones?…
-Sí…
Con todo esto pasaba el tiempo, nosotros ya estábamos listos
y Ricardo seguía en manos del peluquero. Creo que fue Barbieri
quien dijo entonces en voz alta:
-“Finicella”.
Y el peluquero entendió. A los cinco minutos lo ponía
en libertad a Ricardo, que estaba desconocido. Hasta peinado con “Carnaval
de Venecia”. Pero la fiesta le costó como 100 francos.
A todo esto, ya era como la una de la tarde, y no habíamos comido.
No teníamos que esperarlo a Carlitos, que andaba ocupado. De
modo que por nuestra cuenta salimos a caminar en busca de un lugar para
comer… Y comer “al uso nostro”. De modo que nada nos
parecía adecuado. Mirábamos, y seguíamos de largo,
sin entrar en ninguna parte.
Al fin dimos con un restaurante, y Barbieri declaró:
-Ya está… Miren… “Si parla italiano”…
-Macanudo -dijo Ricardo.
Y entramos. Yo pensaba que Barbieri y Ricardo, por ser hijos de italianos,
hablaban ese idioma y ya estaba tranquilo. No tendríamos más
dificultades. Pero el italiano de Barbieri y Ricardo, era más
o menos como nuestro francés.
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LA
PRESENTACION DE GARDEL EN LA SALA PLEYEL Y SU DEBUT EN EL FLORIDA;
CANTANDO EN LA OPERA
CAPITULO VI
PREPARANDO
LA PRESENTACION
Entre risueñas incidencias provocadas en restaurantes y hoteles
por nuestro desconocimiento del francés –incidencias
de las que éramos protagonistas Barbieri, Ricardo y yo-, transcurrieron
los primeros días de nuestra vida en París.
Entretanto y disciplinadamente, porque Gardel tenía un extraordinario
sentido de sus responsabilidades, estábamos preparando la presentación.
Gardel ensayaba todos los días. Y los ensayos solían
prolongarse horas. Cada número era probado una y otra vez:
no era que estuviera disconforme con los resultados, sino que siempre
trataba de encontrar la manera de hacerlo mejor; de conseguir el mayor
efecto posible y obtener de la música o la letra los mejores
resultados.
Por su parte Paul Santós, que era quien había contratado
a Carlos, también se preocupaba por hacer de la presentación
del cantor todo un suceso.
EN
LA FAMOSA SALA PLEYEL
Fue así que Paul Santós -propietario del “Florida”,
el “Palermo”, el “Embassy” y otras salas y
lugares de esparcimiento, de gran prestigio en París en aquellos
años- obtuvo la sala Pleyel, tan famosa y tradicional, para
la presentación de Gardel.
Se anunció a un intérprete de la canción popular
argentina y sus guitarras.
Gardel no quería que se adjetivara alrededor de sus condiciones;
siempre fue enemigo de los anuncios en carteles o por radiotelefonía,
o en avisos exagerados o demasiado grandilocuentes. Al respecto hay
muchas anécdotas, y ya he de contar algunas en el transcurso
de estas páginas.
En la sala Pleyel habían sido presentados los más destacados
valores musicales y líricos de todos los tiempos.
Gardel constituía una excepción por la naturaleza de
sus canciones. Pero se le consideraba como la expresión máxima
de una música popular, y se le dio la sala.
Se fijó -recuerdo-, el precio de 200 francos la platea, y de
1000 francos los palcos.
GARDEL
CANTA 17 NUMEROS
Llegó el día de la presentación, y desde el primer
momento, ya en la sala, tuvimos la sensación de la enorme responsabilidad
que habíamos contraído.
Eramos representación de la música popular argentina:
no debíamos defraudar el interés de una concurrencia
selectísima, que llenaba la sala.
Aparecimos, encabezados por Carlos, vestidos de rigurosa etiqueta.
La sala nos acogió con un aplauso de simpatía y en seguida
comenzó a desarrollarse el programa…
¡Cuántos
recuerdos de aquella hora!…
¡Nuestras
guitarras criollas y la voz varonil de Gardel resonando en aquella
sala, célebre por tantos motivos!…
Terminó el primer número y estalló una ovación
que se prolongó largo rato.
Nos miramos… y suspiramos… Carlitos sonreía ahora,
tranquilo, imperturbable. Era, naturalmente, dueño de la situación.
Y siguió cantando.
Y tuvo que seguir mucho más. A cada terminación de un
número se repetían los aplausos, y en seguida los gritos:
¡bis, bis, bis!
Carlos tuvo que cantar 17 composiciones esa noche.
¿Para
qué agregar más?… La presentación había
sido todo un éxito.
EL
DEBUT EN EL “FLORIDA”
La presentación -tal como la he recordado a grandes rasgos-
conmovió a París, ciudad siempre dispuesta a acoger
con cordialidad toda expresión de arte que llega de cualquier
lugar del mundo.
Gardel era algo más que una novedad: era para el público
de París una expresión auténtica del alma de
una gran ciudad latina. ¿Acaso no lo era también Chevalier?…
Pero en esa ciudad de canciones, donde el cantar es una necesidad,
donde todo se acompaña con una canción ¿cómo
no iba a tener repercusión la presencia de un hombre que llegaba
a decir de un modo especial, con una entonación y una mímica
igualmente especiales, un tipo nuevo de canción?…
Así se explica que, habiéndose corrido la voz, el debut
en el “Florida fuera todo un acontecimiento.
Sala frecuentada por un público internacional, viva expresión
del París de medianoche, allí podía encontrarse
príncipes hindúes, millonarios americanos, reyes de
incógnito -destronados o no-, magnates de la industria y el
comercio, artistas célebres, seres de todos los linajes, de
todos los oficios y de todas las alcurnias. Unos, bendecidos por el
éxito y una fabulosa popularidad; otros, envueltos en el misterio
de su propia reserva.
Desde la primera noche Carlos ganó la batalla.
Y se convirtió en una atracción insuperable.
GARDEL
CANTA EN LA OPERA
Fueron días de embriaguez, de ensueño, días para
ser recordados toda la vida.
Gardel ni se mareaba ni disminuía el significado de su éxito.
Sobrio en todo sentido, cada éxito parecía sugerirle
nuevas posibilidades, y a veces permanecía horas pensativo,
incubando proyectos, de los cuales hablaba entre dientes; de los mismos
salía con una invitación:
“-Vamos
muchachos… Los invito a tomar una copa… Estamos trabajando
demasiado…”
Nosotros adivinábamos detrás de todo eso su esfuerzo
por apartarse de los sueños que acariciaba mentalmente.
Había comprendido, sin duda, que el camino que se abría
a sus pasos era interminable.
Y así estaban las cosas cuando un día don Luis Pierotti,
representante de Gardel, le hizo saber que había una invitación
para que presentara su concurso para el “Jour blanche”
(Día de la Copa de Leche), participando en un gigantesco festival
a realizarse en la Opera.
Gardel aceptó con todo gusto.
Sentía ya que era una de las grandes atracciones del momento.
UN
PEDIDO DEL PRESIDENTE
Como he dicho antes, se trataba de un festival gigantesco.
Los artistas se presentaban en el “Puente de plata”, especie
de pasarela sobre el escenario, dispuesta de modo que desde todos
los puntos de la sala se pudiera seguir su actuación.
Antes de salir Carlos a cantar, se le aproximó un señor.
“-¿El
señor Carlos Gardel?…”
Gardel, sonriente como siempre, le repuso en francés:
“-A
sus órdenes, señor…”
Y la conversación continuó en francés, idioma
que Gardel hablaba perfectamente.
El visitante era un secretario del presidente de la República
Francesa, que asistía al festival, y que hacía llegar
al cantor argentino su deseo de que incluyera entre sus canciones
“El carretero”, de Navas.
Gardel respondió que lo haría con muchísimo gusto,
y fue ése el primero de sus números aquella noche.
COMO
NOS PRESENTAMOS
No quiero, ni puedo, dejar pasar por alto un detalle muy interesante
relativo a la vestimenta que lucíamos esa noche.
Y lo hago, porque cuando aparecimos en el “Puente de plata”,
la enorme concurrencia que llenaba la sala estalló en aplausos,
en vivas a la Argentina y en exclamaciones.
-¡Les gauchos argentins! ¡Les gauchos argentins!…
Debo aclarar que, en realidad, no vestíamos de gauchos. Vestíamos
simplemente de paisanos. No llevábamos chiripá ni las
prendas características del atavío gauchesco. Vestíamos
bombacha, bota corta, blusa y pañuelo a la espalda. Gardel
se presentó todo de negro, con un pañuelo rojo. Nosotros,
Barbieri, Ricardo y yo, de gris, con un pañuelo blanco.
LA INTERPRETACION DE “RAMONA”
También, antes de iniciar nuestra actuación, se aproximó
a Gardel el barítono Sancranier, y luego de presentarse y saludarlo,
le dijo:
-Voy a hacerle un pedido que espero no le moleste… Se trata
de lo siguiente. Me complacería muchísimo que no cantara
“Ramona”…
Gardel, sonriendo, le preguntó cuál era la razón
de ese pedido.
Y Sancranier le respondió:
-Voy a cantar más tarde, poco después que usted, y “Ramona”
es uno de mis números preferidos… En otras palabras…
es algo así como mi caballo de batalla…
-De acuerdo, entonces no lo cantaré…
Pero después del primer número comenzaron a oírse
voces pidiendo que cantara “Ramona”. ¿Qué
ocurría?… Que Gardel había cantado “Ramona”
-que estaba de moda- en el “Florida”, donde se lo pedían
todas las noches. Y en la sala había gente que lo había
escuchado, que quería volver a oírlo.
Gardel anunció otro número. Y lo cantó. Pero
al terminar, recrudecieron los pedidos por “Ramona”.
¿Qué
podía hacer?… El público clamaba por el número
solicitado y Gardel no podía cantar otro, pues insistían…
Finalmente, tuvo que acceder y cantó “Ramona”.
Recuerdo que fueron seis los números que cantó. El que
actuó más de todos los artistas, pues la mayoría
hizo dos o tres números.
Cuando se retiraba, volvió el barítono Sancranier y
le dijo:
-Yo le había pedido que no cantara mi número…
Ahora, después de usted, ¿qué voy a hacer yo?…
-Pero viejito… Vos lo cantás mejor y lo cantás
en francés… Yo lo mandé en criollo… No te
hagás mala sangre…
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UNA
TARDE INOLVIDABLE CON GARDEL EN PARIS, MIENTRAS CAIA LA NIEVE Y SUS
CANCIONES EVOCABAN LA PATRIA
CAPITULO
VII
Son tantos los episodios que vienen al recuerdo desde los días
en que acompañábamos a Carlos en París, que se
hace difícil elegir entre ellos los que han de ir quedando
en estas páginas.
Ya he relatado en el capítulo anterior cómo se hizo
la presentación de Gardel, y posteriormente su debut en el
Florida. También he recordado aquella participación
de nuestro intérprete único en el grandioso festival
realizado con asistencia del presidente de la República -que
le hizo pedir “El Carretero”, con uno de sus secretarios-
y que se efectuó a beneficio de la Copa de Leche (Le Jour Blanc).
También intervino Gardel en un festival realizado con fines
de beneficio para ayudar a las víctimas de una catástrofe
ocurrida por aquellos días en España.
En todas estas actuaciones -y en todas partes- se hizo notoria la
estimación y simpatía conquistada por Gardel y la creciente
popularidad que lo acompañaba.
En cuanto a su actuación en el Florida, era todo un éxito.
Hacíamos una entrada a la una de la madrugada, que era la hora
de más categoría y que reunía a un público
distinguidísimo, en el cual figuraban conocidas figuras internacionales
y muchos sudamericanos.
EL
ENCUENTRO CON DOMINGO TORTEROLO
Por aquellos días se encontraba establecida en París
una figura que todos los lectores han de recordar: Domingo Torterolo.
Ya sabemos cuánto era el entusiasmo de Gardel por el turf;
y es de imaginar la satisfacción con que me dijo una noche:
-¿Sabés quién viene esta noche?…
Y como yo lo mirara interrogante, explicó:
-¡Mingo!… Me ha mandado saludar y decirme que vendrá
a darme un abrazo.
Y así fue, en efecto.
Esa noche, en una mesa del Florida, estaba Domingo Torterolo con un
grupo de amigos. Fueron los más entusiastas con Gardel durante
sus números; pidieron bis; insistieron. Sus aplausos revelaban
a los criollos, que se emocionaban con la música y las canciones
nuestras.
Cuando Gardel dejó de cantar vinieron las invitaciones.
Tuvimos que ir a la mesa de aquellos amigos, y allí, delante
de todo el mundo. Gardel fue recibido con abrazos por todos.
Estas cosas pueden parecer sin importancia… Evocadas a lo largo
de los años, vuelvo a sentir su emoción. Es que nos
unía a todos, en tierra que no quiero llamar extraña,
pero que no era la nuestra, algo que estaba por encima de muchos otros
sentimientos.
Nos sentíamos hermanos.
En
cada abrazo abrazábamos a la patria lejana, pero nunca olvidada.
OTROS
AMIGOS Y ENCUENTROS
Desde aquella noche Domingo Torterolo anduvo muy a menudo con Gardel,
yendo juntos a una y otra parte y, en especial, a los hipódromos.
Pero hubo muchos encuentros parecidos con argentinos y americanos.
Así, era frecuente que llamaran a Gardel desde alguna mesa.
-¡Son compatriotas!…
Este anuncio, hecho también con simpatía por el maitre,
decidía a Gardel a aceptar las invitaciones.
¡Cómo
no ir a tomar una copa con amigos argentinos o uruguayos!… Y
más ampliamente aun… ¡sudamericanos y basta!…
Gardel era agasajado de este modo todas las noches.
Recuerdo, entre otros nombres, los de los señores Cañas,
Alzaga Unzué, Devoto, Bonorino, Sasián, Santamarina
y muchos más.
Una noche le llamaron desde una mesa en la que se encontraban la señora
Mercedes Santamarina y el conocido magnate boliviano Patiño,
a quien acompañaba su esposa.
Quisieron que fuéramos todos y nos agasajaron con verdadera
cordialidad.
CON
EL PIANISTA RUBINSTEIN
-¡Ha venido Rubinstein a escucharte!
Uno de nosotros, informado minutos antes, fue quien le dio la noticia
a Gardel.
-¿El del piano?…
Y en seguida, reaccionando:
-Ahora va a saber lo que son violas…
Todo esto con natural buen humor, sin jactancia, pero con una auténtica
devoción por su arte, que estimaba y quería y en el
cual confiaba.
Y así ocurrió.
El maestro -ya mundialmente famoso- aplaudió esa noche a Gardel
y comentó elogiosamente sus canciones criollas.
Como músico que era, había comprendido que aquello que
cantaba Gardel era la expresión sentimental de un pueblo; que
tenía un sentido y un contenido. Y siendo de otra esfera y
de otras disciplinas, no vaciló en felicitar a Carlos por sus
interpretaciones.
UNA
TARDE DE NIEVE EN PARIS
Amigos míos, lectores: tengo aquí, en la habitación
donde voy hilvanando estos recuerdos algo que es como una reliquia
para mí.
Voy a hacer un paréntesis para explicar de qué se trata.
Hay algo de Gardel en esta reliquia.
Y evoca una tarde lejana; una tarde de nieve en París. Una
tarde vivida con el corazón puesto, por sobre el mar y la distancia
en la imagen del terruño natal.
Tarde de evocaciones y de nostalgia.
Tarde de añoranzas.
Trataré de contarlo…
Habíamos encontrado, una noche -como a tantos amigos sudamericanos
que iban a escuchar a Gardel- al doctor Alberto Guani, miembro de
la embajada uruguaya en París, más tarde ministro y
vicepresidente de su patria.
Con él fuimos un día a la embajada, invitados a almorzar.
CANCIONES
Y AÑORANZAS
Después del almuerzo nos reunimos en una sala cuyas ventanas
daban a uno de los bulevares; veíamos caer la nieve, espectáculo
nuevo para muchos de nosotros. El doctor Guani, como dueño
de casa obsequioso y gentil, nos brindaba un coñac que era
un sueño.
Pero así y todo, algo velaba la satisfacción de disfrutar
de aquella cordial intimidad.
Gardel lo dijo.
-¿Que pasa muchachos?… ¿Nos estamos poniendo tristes?…
-Es que todos estamos pensando en lo mismo…
-En la patria…
-Es que tira… Esto es muy lindo, claro, pero aquello es lo nuestro…
El doctor Guani sugirió entonces:
-¿Por qué no nos canta algo, Gardel?… Haremos
de cuenta que estamos allá, sintiéndolo…
Gardel no respondió. Se puso de pie y, mirándonos a
nosotros, nos dijo:
-Las violas, muchachos…
NADA
MÁS QUE UN VALS CRIOLLO
Hubo movimientos de sillas. Se hizo un lugar y quedamos en una esquina
de la sala, dispuestos a comenzar; afinamos y miramos a Gardel…
Y algo me sacudió el corazón dentro del pecho cuando
Gardel, en voz baja, nos indicó: -“Añoranzas”…
¡Mi
vals!… era lo que había elegido Gardel para aquel momento;
y agaché la cabeza sobre la guitarra. Comenzamos a tocar y
la voz de Gardel se elevó, limpia, sonora, llena de emoción,
diciendo los versos:
El
cielo helado mató las flores
que florecieron en mi rosal.
y de los tiempos de mis amores
solo y desierto está el barandal…
Está en el patio la misma fuente
que mis canciones logró escuchar,
pero a su vera, con voz doliente,
el cruel invierno viene a cantar…
Reinaba
un silencio impresionante. Todos los presentes estaban como ensimismados,
mientras Gardel seguía cantando:
Las
golondrinas que ayer tejieron
su amante nido lleno de amor,
se consultaron… y ya se fueron
hacia otros climas de más calor.
Los copos blancos van sepultando
todo lo hermoso, todo el amor,
y ya en las almas está cantando
la musa triste, la del dolor.
Cuando
terminó de cantar no hubo aplausos. Muchos se pusieron de pie,
algunos ocultando el rostro, y vinieron a apretar nuestras manos.
Fue un momento inolvidable.
LOS
QUE ESTUVIERON ESA TARDE
Un vals criollo –nada más que un vals criollo- había
tenido la fuerza de emocionarnos… Pero es que nos había
transportado hasta nuestros viejos patios en alas de una añoranza.
Surgió entonces la idea de hacer que algo quedara de aquel
momento.
Y en una hoja de papel, destinada a quién sabe qué posibles
documentos diplomáticos, se escribió esta página
que cuelga de la pared de mi habitación, encuadrada entre dos
cristales. Dice así:
“En
la Legación del Uruguay, mientras afuera los copos sutiles
de nieve cantan la divina canción del invierno. En la sala,
donde brilla una gentil hospitalidad, Carlitos Gardel, sacudiendo
lo más hondo de nuestra fibra sentimental. Y de pronto, “Añoranzas”,
que ha llegado a nuestros espíritus, de los cuales también
nuestras golondrinas han partido a buscar más calor. Y porque
es así, porque nos hemos sentido hermanados en la belleza,
en el dolor y en la esperanza, es que presentamos al autor las mejores
rosas de nuestra admiración”.
Y allí están las firmas, para recuerdo de los que participaron
de esa reunión, una tarde de nieve en París, con el
pensamiento puesto en la patria lejana; son las firmas de: Alberto
Guani, A. Rocafonsseca, M. Saavedra, N. J. Villagrán, Carlos
Gardel, Guillermo Barbieri, Juan J. de Molina, Carlos M. Martínez,
Guillermo Buadas, Alberto Cuestas, Adolfo Sienrra, Domingo Torterolo,
José Ricardo… Al final firmé yo también
con la pluma temblándome entre los dedos: José María
Aguilar.
Y… ¿por qué no decirlo?… gran parte de la
emoción de aquel día se la debíamos a Carlos.
Episodios como este, hubo muchos. Tanto en París como en otros
lugares del mundo, por donde pasamos juntos, llevados por el afán
de Carlitos en su incesante divulgación de nuestra canción
popular. Pero no he de alterar el orden de mis recuerdos… Ya
irán apareciendo esos episodios cuando llegue el momento.
La emoción, en todo cuanto hacía, tenía caudal
inagotable.
De esa emoción participamos todos. Y acaso ¿no fue de
su parte un gesto inolvidable para mi cantar aquella tarde precisamente
mi vals “Añoranzas”?… En todo era así;
sabía ser generoso, hasta del don de su voz insuperada.
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LA
POPULARIDAD PERSEGUIA A GARDEL EN LAS NOCHES DE PARIS OBLIGANDOLO
A SATISFACER EL PEDIDO DE ¡QUE CANTE! ¡QUE CANTE!
CAPITULO VIII
No
es malo querer algo y decirlo; no hay jactancia ni exceso presuntuoso
en la manifestación de un anhelo; y en Gardel era un anhelo
confesado desde el primer momento imponer el tango en París.
Recuerdo que antes de partir nos dijo:
-¡Muchachos!… Vamos a enseñarles lo que es el tango…
Lo van a bailar todos… Y lo van a cantar…
Ya había sentido París las notas de nuestro tango.
Ya había sentido la queja de los bandoneones y el bordonear
de las guitarras.
Ya había escuchado voces gauchas, tan enteras y varoniles como
todo lo que arranca de nuestra tierra, con autenticidad de brote criollo.
Pero el tango seguía siendo una curiosidad.
LA
ORQUESTA DE MANUEL PIZARRO
He hecho mención, al pasar, en un capítulo anterior,
a la orquesta de Manuel Pizarro, a la que encontramos actuando en
el café “Le Garrón”, que ya para entonces
había cambiado su nombre por el de “Palermo”. Allí
iban muchos argentinos y sudamericanos; compatriotas que sabían
lo que era el tango y que buscaban ese lugar porque, naturalmente,
les ayudaba a salvar la distancia que los separaba de la patria.
Pero, justo es decirlo, aunque también iban muchos franceses,
no eran éstos mayoría y el tango era para ellos una
novedad; lo escuchaban y nada más.
Tal vez esta manera de interpretar lo que ocurría no sea del
gusto de todos; pero la verdad es que ésa fue la impresión
de aquellos días.
AL
TANGO LE FALTABA VOZ
¿Por
qué no se difundía el tango en “todo París”?…
La explicación nos la dimos nosotros mismos, después
de pensar mucho el asunto.
-¿Les parece, muchachos, que les gustará esto a los
“franchutes”?
No era fácil opinar.
A nosotros nos gustaba. Pero nosotros éramos de este lado del
mar. Fue, creo que Barbieri, el que encontró la mejor respuesta:
-Lo que pasa es que al tango le falta voz… Una voz como la tuya,
Carlitos…
-Eso es otra cosa… No tiene nada que ver…
-Tiene que ver, Carlitos… La música por sí sola
no puede abrirse camino… Lo hará cuando la gente le tome
sentido al tango… Se dé cuenta de lo que es y quiere
decir. Y para eso, nada mejor que oírte cantar… Primero
escucharán; si el tango entra, lo bailarán… Ya
verás.
Pero Gardel estaba -sin decirlo- más convencido que nosotros.
Tenía fe en el tango. Y sabía distinguir perfectamente
entre el éxito que lo acompañaba en las canciones típicamente
criollas y las dificultades que tropezaría con respecto al
tango.
LA
EXPLICACION DE GARDEL
Y tan convencido estaba Gardel de que el tango tendría éxito
que una noche, poco antes de nuestra presentación, nos dijo…
-Vean muchachos… Esto tiene que ser una fija… No es únicamente
pálpito… Es algo más, mucho más importante…
Piensen un momento… Las ciudades se entienden unas a otras…
Las gentes, al fin y al cabo, son iguales aquí y allá…
Lo que allá se siente con el corazón, aquí también
tiene que sentirse… Si Buenos Aires entiende a París,
¿cómo París no va a entender a Buenos Aires?
Y con esta confianza, más que en sí mismo, más
que en su voz y en sus inigualadas condiciones de cantor, puesta en
el tango, Gardel afrontó el juicio de París.
Y demás está decir que ocurrió lo que todos esperábamos,
aun en el caso de los que no lo confesábamos.
PARIS
CANTA Y BAILA EL TANGO
El éxito de Gardel fue decisivo; en algunos casos, clamoroso,
como ocurrió en el festival de la Opera, donde debió
bisar varios números, porque el público de pie insistía
en que siguiera cantando.
A los pocos días comenzamos a notarlo. Se oía a transeúntes
que no eran argentinos ni sudamericanos, silbar la melodía
de alguno de los tangos cantados por Gardel.
Hubo más. Cuando por la noche, después de la actuación
de Gardel en el Florida, la orquesta a media luz ejecutaba algún
tango, ya no eran solamente los argentinos los que salían a
bailar.
Bien pronto en muchos lugares nocturnos de diversión las orquestas
intentaron tocar tangos; y los tocaban, claro está. No como
entre nosotros, pero los tocaban. Y el público salía
a bailar el tango...
REPERCUSION DE LA POPULARIDAD
Todo esto tuvo una inmediata repercusión en la popularidad
de Gardel, de los que lo acompañábamos y en general
de todos los argentinos.
Para el francés, argentino y tango iban por el mismo camino.
Se consideraba imposible que pudiera haber un argentino que no bailara
el tango.
Había también una corriente de gran simpatía
hacia los argentinos. En ese tiempo eran muchos los que estaban en
París y había entre ellos quienes eran figuras muy conocidas
y populares.
Nosotros, no obstante, me refiero a los guitarristas, Barbieri, Ricardo
y yo, todavía andábamos a mal traer con el idioma.
Entrábamos a un restaurante y al poco rato se sabía
quiénes éramos, se nos convertía en objeto de
curiosidad, pero a pesar de todo, era un verdadero problema conseguir
que nos sirvieran lo que pedíamos... o queríamos pedir.
PESCADO, PESCADO Y DESPUES PESCADO
Parábamos en el Olimpic, y a algunas cuadras había un
bodegón típico italiano; Barbieri dijo que él
y Ricardo hablaban italiano -no mucho, pero bastante para hacerse
entender- y allá fuimos.
Primera sorpresa: en el restaurante italiano todos eran franceses,
y el italiano no figuraba en ninguna parte.
Ricardo, más decidido, pidió la lista. Se la trajo el
"maitre" y... para qué decirlo, ¡estaba en
francés!...
Ricardo, sin embargo, no se abatató... Buscó un rato
y, muy decidido, pidió:
-"Poissons"...
Y con la mano hizo señas de que era para todos.
Al rato vino a servirnos una camarera, francesa desde luego, que colocó
delante de cada uno un plato con pescado...
Comimos y cuando volvió la camarera Ricardo resolvió:
-Mirá..., esto está bien... No nos metamos en más
líos y sigamos con lo mismo...
Y dicho y hecho. Repitió el pedido y vinieron otros tres platos
de pescado.
Estábamos en el tercer plato, entre las protestas de Barbieri
y mías, cuando pasó otra camarera llevando en una bandeja
algo que nos pareció un bife con papas fritas y arvejas.
Verlo Barbieri y saltar desesperado fue todo uno. Y allí, en
medio del salón comenzó a explicarle a la camarera que
quería también un bife.
¿Qué
le dijo?... ¿Cómo se lo dijo?... No podría recordarlo.
Pero el resultado fue el siguiente. Al rato vino la camarera trayendo...
¡una porción de queso para cada uno y un sifón
de soda!...
Barbieri se dejó caer en su silla, desolado.
EL REPERTORIO DE GARDEL
¿Qué
números cantaba Gardel en aquel tiempo?...
Tengo guardados algunos recortes en los que se hace mención;
además, ¿cómo olvidar los ensayos, los éxitos
de Carlos, las ovaciones con que el público recibía
cada uno de sus números?
La noche de su debut, en el Florida, Gardel cantó "Rosas
de Otoño", "El carretero", "Tengo miedo",
"Manos brujas", "Mano a mano", "Ramona",
"Barrio viejo", "Dandy" y "Adiós muchachos"...
Muchos de estos números, como siguió ocurriendo después,
tuvo que repetirlos una y dos veces. Su actuación, pues, era
fatigosa en extremo; pero a Gardel le gustaba prodigarse, dándose
por entero al público cuando lo veía entusiasmado.
UNA ACTITUD GENEROSA
Si Gardel no hubiera sido tan generoso y bueno de corazón,
como era, si se hubiera dejado llevar por el egoísmo, acaso
no hubiera hecho mucho caso de nosotros.
En realidad, él era el éxito. Nosotros, humildes acompañantes.
Sin embargo, Gardel nos colocaba siempre poco menos que a su altura.
Jamás se olvidaba de mencionarnos; le importaba más
que se dijera quiénes éramos y, en cambio, rechazaba
que se usaran adjetivos tratándose de él.
Ya he contado cómo en algunas oportunidades cantó cosas
mías diciendo él mismo que yo era el autor, y presentándome
como si los aplausos fueran para mí, cuando en realidad eran
para él.
Cuando el éxito era mayor, tuvo otro gesto.
Resolvió -y esto lo arregló con su representante, don
Luis Pierotti- que nosotros, sus guitarristas, también hiciéramos
algunos números, dentro del programa.
Era brindarnos una oportunidad única.
Con Ricardo y Barbieri tocábamos entonces, en las guitarras,
algunas piezas de su repertorio, que tenían gran repercusión.
La noche de la presentación en el Florida tocamos los tres
"La cumparsita", "9 de julio" y "Re, fa,
sí", este último tango de Enrique Delfino que alcanzó
un éxito extraordinario.
CANTANDO CON MANUEL PIZARRO
Una noche, al salir del Florida, en pleno éxito, y para celebrarlo,
fuimos todos a cenar invitados por don Luis Pierotti, y el dueño
de los establecimientos, Paul Santos. A poco de estar en el restaurante
se había hecho pública su presencia y comenzaron a pedir
que cantara. Aplausos, gritos e insistencia tal, que al final Gardel
riéndose y sin terminar de comer se puso de pie.
-Bueno, muchachos... Parece que nos han hecho candidatos... A pelar
las violas, a ver si después nos dejan comer...
Canto un par de números y seguimos comiendo. Después
de cenar... ¿qué podíamos hacer?... Fuimos al
cabaret, al "Palermo", donde estaba trabajando Pizarro...
Y allí se armó de verdad...
Había muchos argentinos y sudamericanos... Y en cuanto se supo
que estaba Gardel comenzó la gritería:
-¡Que cante!... ¡Que cante!... ¡Que cante!...
Pizarro vino a la mesa y lo invitó también. Y por último
lo vimos a Gardel avanzar entre aplausos hasta el palco.
¿Qué
les podía cantar?
Les cantó "Mano a mano"... Y aquello fue el desborde.
Lo volvió a cantar... Y la tercera vez, sonriendo, con ese
don de simpatía que era tan suyo, dijo Gardel:
-Muchas gracias, amigos... Esto me llega al corazón... Ahora
creo que me hace falta... tomar una copa y bailar un tango...
Y entre aplausos, a los acordes de la orquesta de Pizarro, salió
a bailar solo, con una pareja que seguramente era de Buenos Aires.
Nuestra permanencia en París fue rica en episodios de esta
naturaleza. En ellos no debe verse otra cosa que la extraordinaria
gravitación de la simpatía de Gardel en el ánimo
del público.
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